El ambiguo testamento

    El ambiguo testamento es un libro inclasificable, quiero decir que no es una novela, ni un libro de cuentos, y tampoco un poemario ni una obra de teatro o un ensayo

    Con el tiempo uno se vuelve cada vez más quisquilloso con los libros: este se parece a aquel, el otro repite empobrecido lo que este ya había dicho de una manera brillante, y es raro —motivo verdaderamente de fiesta— que un libro lo sorprenda a uno, le vuele el sombrero, lo haga exclamar: ¡qué bárbaro! Y esto es precisamente lo que me ha ocurrido con El ambiguo testamento de Fernando Rivera Calderón: página tras página iba exclamando qué bárbaro, qué ingenio, qué giro poético más maravilloso, qué sorprendente idea.

    Me lo leí en una tarde y me trajo de la manera más divertida de una ocurrencia a otra: de la física a la metafísica, de las dudas de Dios ante la creación del universo, a las hipótesis más verosímiles de lo que pudo haber ocurrido antes del Big Bang, porque Fernando se asoma lo mismo a ese tiempo anterior al “Hágase la luz”, para disuadir al Creador con un formidable poema “No lo hagas”, que a ese antes que los astrofísicos han decidido marcar como su límite: lo que sucedía antes del Big Bang. Y por si fuera poco, conduce al lector por una síntesis de la historia de las religiones, pero no lo hace como erudito, sino como un ser decepcionado de sus muchas creencias.

    El ambiguo testamento es un libro inclasificable, quiero decir que no es una novela, ni un libro de cuentos, y tampoco un poemario ni una obra de teatro o un ensayo. Pero en alguna medida es todo eso y más, porque parece escrito por un filósofo y por un físico y por un teólogo y por un rockero y por un cuentista, pero, ante todo, por un poeta. Cada línea está pensada desde la mágica antilógica de la poesía que permite alcanzar enunciados imposibles, de esos que iluminan el rostro del lector y lo dejan perfectamente paraluviado y, sobre todo, muy kelonio. Este libro, me atrevo a decirlo sin ninguna duda, es el desmadre más serio que he leído en mi vida. En el uno entiende, pero como epifanía, que no existe más tiempo que el ahora, que el ayer es ahora y el mañana también. Entiende el festivo sin sentido del haber llegado a ser y, de paso, que no hay más ser que el que se presenta ante el ser humano, ni más ser que el que habita en el lenguaje. Y también —y no es una verdad menor— que “el amor siempre es para principiantes”, ya que “difícilmente acompaña a los amantes hasta el final”.

    El Antiguo Testamento, la Biblia, está escrito con lo que en su momento se sabía. El ambiguo testamento está escrito con lo que se entiende hoy: Teoría del Big Bang, Fisica Cuántica, Teoría General y Especial de la Relatividad y, también, que todo lo que es es ante el ser humano, o que la realidad se hace real, se “colapsa” cuando la miramos. Pero la principal diferencia entre ambas biblias, y que aboga a favor de la más reciente, es ese sentido del humor de Fernando, un sentido tan escudriñador como la vista.

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