El dogma de los escépticos

    A la vista es una contradicción. Un escéptico está construido con el barro de la duda, mejor con el cemento del rechazo, no tiene espacio para las certezas, porque para ellos la acción humana es impredecible y más, cuando de intereses se trata, por eso no hay espacio para el optimismo, los cautiva la tensión, el fatalismo. Todo va siempre para peor, salvo, que al poder lo seduzca el pesimismo.

    O sea, que los poderosos, sucumban ante las certezas del escéptico. Pero sería imposible en el mundo real. Por eso el escéptico vaga por el territorio seguro de la desconfianza. Atrás de todo siempre habrá una trampa como dice la máxima del poder: El que hace la ley, hace trampa.

    Entonces, ¿cómo ser optimista en un mundo en que la trampa es la ley y la ley es la trampa? Y ese falso dilema termina por llevar a un mundo binario de bueno y malo. Será bueno aquello que está del lado de las certezas y malo lo que está lejos de ellas. No hay espacio para los grises que son los que dominan al mundo.

    Ese es el punto del encuentro con la posibilidad de cambio. La salida de las coordenadas cerradas del blanco o del negro. De los dogmas de uno u otro color ideológico. La oportunidad que tienen los que buscan inyectar una dosis de cambio a una realidad que resulta para unos insoportable y para otros un estado de confort.

    ¿Cómo conciliar estos mundos cuando se repelen por su propia naturaleza? Sin embargo, el agente de cambio aprovecha los resquicios que ofrece el ángulo de los grises, para romper con el mundo paralítico de lo binario. Lo sorprendente es que hay reformistas que cultivaban el escepticismo.

    La pregunta es ¿por qué alguien que sabe el valor del reformismo le apuesta al resorte del escepticismo? ¿Por qué la duda de que algo puede cambiar? Cuando recuerda el lirismo de Lupita Pineda: Cambia lo superficial/ cambia también lo profundo/cambia el modo de pensar/ cambia todo en este mundo/ cambia el clima con los años/cambia el pastor su rebaño/y así como todo cambia/que yo cambie no es extraño.

    Se preguntará a qué viene todo este preámbulo de ribetes filosóficos y líricos. Porque quiero ser optimista. No quiero, porque ya lo sufrí, el pesimismo del escepticismo. Y porque el escepticismo llega en caso extremo a ser enfermizo. Y la enfermedad aísla. Comunica solo con los que comparten valores y creencias. Lealtades y certezas. Incluso la rabia de la impotencia. Y eso es infame. Sea como construcción social de una amistad. Sea como sistema de ideas. Sea como percepción de la realidad. Sea como construcción institucional.

    Cuando lo que construye es la suma en la diversidad. En la libertad de ideas. No en pensar en clave dogmática. Aquella dogmática de “estás conmigo o estas en contra de mí”, aunque, se diga, que se hace en el ejercicio de la libertad. En la capacidad de discernir. De razonar con el otro.

    No, cuando, ante la diferencia viene la descalificación y la insidia, como instrumentos de socavamiento del otro. Y si esto ocurre en la inteligencia escéptica ¿qué se puede esperar de quienes solo cultivan el odio, el fanatismo y resentimiento? Nada.

    La Universidad se construye en la diferencia. En la capacidad de confrontar y al mismo conciliar en abstracto y lo concreto. La UAS pasa por una oferta de cambio. No está en la cabeza de los escépticos sino en el cambio posible entre las elites que dominan su imaginario. Las que miden sus posibilidades en un espacio de lucha por el poder.

    Nada es gratuito. El resorte reformista que se ha activado y está sólidamente sustentado en lo que se ha dado llamar el Modelo Educativo UAS 2022 es una respuesta que los universitarios todavía desconocen y ya veremos sus alcances. Los alcances que puedan imprimirle los agentes institucionales y no institucionales.

    Es un proyecto y todo proyecto de modelo está sujeto a las condiciones y la voluntad de los actores decisivos. Pero, en tanto, el dilema no es reforma o revolución. Es tan solo una provocación de cambio y ya veremos hasta dónde llega. A lo mejor se queda en el intento ante un eventual confort e inercias en las escuelas y facultades, centros de investigación y desarrollo.

    Pero, mientras, hay que darle una oportunidad, por simple pragmatismo, no hay otro que haga contraste. Se dirá “ahí están las iniciativas de reforma universitaria”, empujémosla. Hagámosla realidad. Sí, vamos por ellas, rompamos inercias y conveniencias que son muro de contención para superar lo existente.

    Antes de ese desafío, aprovechemos lo que hay, lo que ofrece como un mecanismo de superación del conflicto entre las élites, pero, ese es el gran dilema. ¿Quién está dispuesto a dar el paso? Eso como lo dice la doctora Herrera Bustillos, la experta en reforma de la educación superior, depende de la voluntad de los agentes que administrarán los cambios.

    Si no hay eso, quedará como algo que pudo ser y no fue, como otros, de las elites internas y las de fuera. Habrá triunfado el escepticismo. Y vendrá el reproche: ¡Ya ven, se los dijimos! Si no se cambia tal y tal, esto no cambiará. Y agregará sutilmente: ¡Yo tengo la varita mágica!

    Pero, no, en la reforma universitaria, no hay varitas mágicas, lo mejor que hay son los consensos para lograr una mejor universidad. Si estos no existen, nada hay que hacer. Habrá que esperar un mejor momento y, quizá, ya no nos toque por la edad.

    Recuerdo que Jorge Medina Viedas, quizá, el más ilustrado de los rectores en los últimos 40 años, intentó en condiciones muy difíciles una reforma de la Universidad y logró el consenso de las fuerzas dominantes en la casa de estudios. El optimismo de una generación estaba con él. Avanzó hasta donde pudo y cuando intentó darle continuidad con la candidatura de Liberato Terán, sus camaradas y algunos de los escépticos de hoy, se opusieron e impusieron un candidato que ni siquiera cumplía con el requisito mínimo de una licenciatura.

    Ahí no fue el escepticismo, fue la certeza del poder, la que se impuso con las consecuencias conocidas. Y ese escepticismo reconvenido está ahí, agitando, esperando, su prístina oportunidad.

    Al tiempo.

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