El futuro y sus dilemas

    Su sencillez es mera apariencia. Son una madeja de deberes contrapuestos.

    A diferencia de otro tipo de dilemas, los éticos se dan en una nebulosa gris donde se intersectan las normas legales, religiosas, sociales e incluso, las políticas.

    Y a la dificultad de discernir el tipo de norma que los jalona, se suma el hecho de que su tratamiento y resolución admite respuestas distintas. Si el mismo dilema ético tiene una solución moralmente correcta en un contexto, pero incorrecta en otro, piensan algunos, entonces cualquier respuesta vale lo mismo porque “la moral es algo relativo”, “cosa de cada quien” dirán otros. Tal hecho es un elemento más que abona a la confusión.

    Más que una cuestión de “gustos” es el resultado del lente ético con el que se mire. Si la lentilla que se usa es la kantiana, entonces las soluciones justas vendrán de la mano del cumplimiento de los deberes; si es utilitarista garantizando el mayor bien para el mayor número; si es dialógica reconociendo a los actores como interlocutores válidos; si es vitalista garantizando que ninguna pulsión se reprima, y así sucesivamente se realiza la justicia. De lo que no se puede prescindir es de una mirada ética, si no queremos echar por la borda los ideales de justicia que se tejen en el seno de cualquier sociedad.

    Así pues, un dilema ético no es la disyuntiva entre quedarse en casa o ir a una reunión a la que no se tiene humor de asistir, el comprar un seguro de vida en una compañía u otra, inmunizarse con la vacuna rusa o la de Pfizer, cambiar de empleo o pintarse el pelo de morado cuando la edad ya no se presta para ello. A diferencia de estas situaciones, los dilemas éticos son un encontronazo de valores con los cuales nos sentimos plenamente identificados. Me explico.

    En un librito que no tiene desperdicio, y que tituló “Dilemas éticos. Una base para los tomadores de decisiones”, Geofferey Klempner afirma que nos vemos frente a un dilema ético cuando encaramos “dos pruebas o argumentos razonados que implican dos cursos de acción lógicamente inconsistentes”. De este modo, continúa nuestro autor, “un ejemplo ideal de dilema sería: tenemos la irresistible vía de optar por A y la irresistible vía de optar por B, pero lógicamente resulta imposible hacer A y B”.

    Aunque a veces se llega a pensar esto, los dilemas éticos no nos conducen hacia el desvanecimiento o pérdida de nuestros referentes éticos, sino que nos enfrentan a la dificultad para elegir entre una alternativa u otra porque ambas encarnan un principio o valor asociado a lo justo. En ese sentido, podemos decir que las personas, regularmente, sabemos qué es lo que debemos hacer ante ciertas situaciones, sin embargo, como dice Klempner, con frecuencia nos vemos aquejadas por la falta de voluntad para asumir lo que venga una vez que hayamos optado por una u otra vía. Si a eso, sumamos el no tener a mano una metodología para resolver la controversia moral, las posibilidades para decidir de manera justa se reducen significativamente.

    Ahora bien, como dice nuestro autor, los dilemas éticos no se presentan exactamente conforme a la fórmula arriba señalada. En ocasiones, la vía A surge mucho antes de darnos cuenta que había una ruta B, en otras ambas alternativas se presentan de modo simultáneo o, incluso, a veces una de ellas desaparece momentáneamente, para reaparecer al tiempo. Explicaré la dificultad a través de un ejemplo aderezado con un puntito de ficción.

    Imagine las horas previas del momento en que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) envió al Congreso su propuesta de reforma a la Ley de la Industria Eléctrica, con una advertencia previa: “no le muevan una sola coma”. La reforma, por todo lo que implica, es un arma de dos filos. Por un lado, si bien ésta podría contribuir a evitar abusos por parte de algunas de las empresas transnacionales que producen energía eléctrica en México, recaudar más impuestos y reposicionar a la CFE para hacer un último intento de sacarla del bache económico y tecnológico en que se encuentra, la otra cara del filo es que la reforma agudizará la negativa de los empresarios a invertir en el sector en lo que resta del sexenio, poniendo extremadamente nerviosas a las calificadoras internacionales, manteniéndonos a contrapelo de las medidas promovidas por el Acuerdo de París y, hasta que la CFE se modernice, forzarnos a seguir empleando recursos hipercontaminantes como el combustóleo.

    Seguramente nada de esto era desconocido para AMLO. Si lo negativo hubiese pesado más que lo positivo, no la habría enviado. Pero como palo dado ni Dios lo quita, ahora hay que apechugar lo que venga. La pregunta es: ¿qué hubiera pasado si, dejando en suspenso la política, hubiese decidido a partir de una metodología para la toma de decisiones éticas? ¿Habría mandado al Congreso la reforma?

    En el ánimo de imaginar qué habría sucedido, retomaré una metodología que publiqué en un libro breve titulado: “La toma de decisiones éticas en la industria 4.0” (disponible en: https://www.nuevoleon40.org/). Como había que ponerle un nombre, el método se llama: “de las cinco dimensiones y las 14 preguntas”.

    La primera dimensión es la legal, y en esta hay que responder dos preguntas: ¿La decisión está dentro de la legalidad vigente? ¿Puede ser dada a conocer a los diferentes grupos de interés, sin que ello implique una disputa legal?

    La segunda dimensión es la económica, y aquí hay que responder a tres preguntas: ¿La decisión es económicamente viable para los diferentes grupos de interés? ¿Hace compatible viabilidad económica con la buena reputación? ¿Generará afectaciones de las cuales es necesario hacerse responsable?

    La tercera dimensión es la moral, y en ella habrá que responder lo siguiente: ¿La decisión está alineada a los valores éticos de la persona o equipo que la toma? ¿Está alineada a los principios éticos de la filosofía organizacional/institucional? ¿Qué principios éticos refleja? ¿Simboliza un motivo de orgullo? ¿Es compatible con los principios éticos promovidos por las principales organizaciones de la sociedad civil (organizaciones no gubernamentales, colegios de profesionistas, cámaras empresariales, certificadoras, etc.)? ¿La decisión garantiza la dignidad y derechos de las personas que pueden verse afectadas por ella?

    La cuarta dimensión es la social, y aquí hay que responder lo siguiente: ¿La decisión tendrá respaldo y legitimidad social? ¿Podrá ser aceptada en otros contextos culturales?

    La quinta y última dimensión es la ecológica. En esta habrá que dar respuesta a dos preguntas: ¿La decisión es ecológicamente sostenible? ¿Afecta o impacta negativamente a las generaciones venideras?

    Como se puede ver, el método acepta varias respuestas, sin embargo, todas conducen hacia un mismo punto: alejarse de los prejuicios, la necedad y la intuición, para poder decidir de un modo más inclusivo, responsable y justo.

    Por todo lo que ha venido mostrando hasta el momento, seguramente para AMLO, esta metodología es puro papel mojado, basura para alguien que tiene bajo la manga otros datos.

    Por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Qué lecciones nos deja el hecho de que AMLO y López-Gatell hayan contraído la Covid-19? ¿El simbolismo está más cerca de la vulnerabilidad que comparten con cualquiera de nosotros o de la manera en que han venido manejando la pandemia?

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