En agosto... ¿nos vemos?

EL OCTAVO DÍA
    El mismo García Márquez pasó años sin escribir y, cuando volvió a presentar nuevos libros, eran un regreso al estilo convencional, cómodo y lúcido: ‘Crónica de una muerte anunciada’ y ‘El amor en los tiempos del cólera’ fueron sus triunfales regresos a su anterior y más fecundo modo narrativo. A juicio de sus lectores y críticos más duros, con el efecto del Premio Nobel en 1982 ya no volvería a recuperar esa gracia.

    ¿Hasta dónde pueden los herederos de un gran escritor, guardar, resguardar o sacar al público las obras inconclusas de un escritor cuya obra es un patrimonio global, no sólo del idioma español, si no de toda la cultura contemporánea.

    Este es el caso de la nueva obra de Gabriel García Márquez, “En agosto nos vemos”, recién salida por estos días y de la cual él no estaba conforme. Una obra sobre amores contrariados para usar una de sus frases directas.

    El libro empieza con un prólogo de Rodrigo y Gonzalo, los hijos de Gabriel García Márquez, en un discreto tono de justificación y de disculpa, que un poco recuerda la carta de Clara Aparicio en los cuadernos de Juan Rulfo, que por cierto desde hace tiempo no he visto reeditados.

    Es fácil acusar a los herederos de querer aumentar la mina de oro - la viuda de Roberto Bolaño saca cada vez más y más libros inéditos -, pero también hay que reconocer que es un gran aporte que hacen al compartir sus papeles privados, la carpintería secreta con la cual se hicieron obras maestras.

    Y ese es el problema de quien hace obras maestras, que no se les permite jubilarse ni hacer libros posteriores en medio tono. Después de haber hecho el Quijote un escritor, no puede hacer novelas ejemplares y “Cien años de soledad” es un Quijote contemporáneo.

    Vivimos una cultura donde los héroes no se pueden jubilar. Sean Maradona o Gabriel García Márquez.

    Por eso hay muchos que en redes sociales hacen la crítica a esta novela de que es muy flojita, mientras que otros agradecen la oportunidad de volver a paladear esa prosa seductora, prosa que sabe colocar la palabra justa en el momento justo.

    Yo temo que sea una versión tropical del clásico del cine “El año en que viene la misma hora” donde una pareja de tímidos infieles se ven una vez al año en la terraza del Empire State

    Cada nueva novela de Gabriel García Márquez necesariamente obliga a una reelectura de sus obras, que ya forman parte de nuestro ideario e imaginario colectivo, así como su desempeño en la vida política.

    Se ha dicho y escrito mucho de un autor que, pese a las críticas enfrentadas, es un clásico no solo en nuestra lengua si no en la literatura moderna y la de todos los tiempos. Cien años de soledad es el clásico de nuestra época y, por fortuna, el colombiano radicado en México desde hacia varias décadas no es solo autor de “un solo libro”: hay una obra que lo respalda y legiones de lectores que son todo un espaldarazo a nuestro más auténtico “long-seller”.

    Se nos olvida que una obra como “Cien años de soledad” es un clásico que, en cierta forma, se volvió antimodernista antes de que se inventara el concepto de posmodernismo: en un momento en que todas las novelas trataban de romper los formatos tradicionales, apareció un texto con una narración clásica, incluso convencional, pero dotada de maravilla y fantasía.

    En su época, las historias narradas más parecían el reporte de una autopsia o grabación intermitente de la grabación de una caja negra. Se creía que la literatura debía imitar en su atrevimiento al arte moderno conceptual y no volver al paisajismo o lo que en México se le llamaba “realismo aldeano” por los puristas.

    A pesar de su estilo barroco (párrafos grandes, diálogo incluido dentro de ellos, a excepción de ciertas frases lapidarias, a la manera de Alejo Carpentier, su más inmediato precursor) “Cien años de soledad” mantiene un fraseo muy actual u directo, así como un conocimiento poético y sensible a los efectos que provocan las minucias del lenguaje y la elección de palabras específicas.

    El humor no desaparece y algunos dicen que la historia a ratos recuerda un bolero o una película mexicana de los cincuenta. Como sucede con “En agosto nos vemos“.

    Eran los años sesenta, momento del rompimiento de la novela, cosa surgida lo mismo de la obra de James Joyce, William Faulkner y Virgina Woolf y luego marcado en la novela europea por autores como Robbe-Grillet, Claude Simon, y Juan Goytisolo: novelas difíciles para el lector convencional.

    Aquí en México, uno de esos seguidores fue Juan García Ponce, en su momento amigo de García Márquez cuando recién llegó al DF. Con su novela, Gabo dio un salto hacia atrás que en realidad lo fue hacia adelante y de manera cuántica, abriendo nuevas puertas. Ya nadie tuvo miedo de contar su pasado en la aldea, el pueblo en la montaña o la selva brava.

    Sin embargo, García Márquez también creía en ese tipo de literatura y su siguiente novela, “El otoño del patriarca”, maneja ese estilo muy del Siglo 20.

    No pocos las consideraron un fiasco artístico, aunque autores de respeto como Alejandro Rossi siempre la defendieron como una obra maestra.

    “El otoño del patriarca” para la crítica gringa es su obra más original, ya que para ellos, las otras novelas de García Márquez (¡Y de Vargas Llosa, Cortázar y Fuentes!) son simples puestas en al día de los hallazgos de otros novelista como Faulkner, Dos Passos y Jean Paul Sartre en lengua española.

    El mismo García Márquez pasó años sin escribir y, cuando volvió a presentar nuevos libros, eran un regreso al estilo convencional, cómodo y lúcido: “Crónica de una muerte anunciada” y “El amor en los tiempos del cólera” fueron sus triunfales regresos a su anterior y más fecundo modo narrativo. A juicio de sus lectores y críticos más duros, con el efecto del Premio Nobel en 1982 ya no volvería a recuperar esa gracia.

    Hay que decirlo: su imagen había sido vapuleada por su relación con Fidel Castro y la Revolución Cubana (dos cosas que a veces se nos olvidan que no son la misma y seguido se confunden), así como las críticas recientes que tuvo su libro “Memoria de mis putas tristes”, que confirmó que el tema del sexo, con menores de edad, ha sido siempre una referencia en casi todas sus obras.

    Y ahora esperemos si con esta novela que romantiza la infidelidad no se sobreviene una cascada de críticas, ahora que se supo que tuvo una hija no reconocida en una relación extramarital... motivo quizás secreto por el cual “En agosto nos vemos“ se publicó después de la muerte de su esposa, la señora Mercedes Barcha.

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