La influencia de los narcocorridos en el carácter de la sociedad sinaloense

    Pero a los narcocorridos hay que leerlos entre líneas. Y es que más allá de que conllevan cierta apología del delito, estos estilos de música también son el más vivo reflejo del carácter y el sentir del pueblo sinaloense. Son expresiones culturales incontenibles y atadas a elementos materiales bien firmes, que afloran a como dé lugar, y por eso no tiene mucho sentido prohibirlos. Si no suenan en la radio la gente encuentra el modo de encontrarse con ellos, en una fiesta, en cualquier convivio.

    jorge.ibarram@uas.edu.mx

    ¿Cómo entender la mímesis de la cultura con los valores que emergen del crimen organizado? Esta situación es algo ya completamente común en Sinaloa, tanto así que el pasado fin de semana un grupo musical cerró un concierto patrocinado por el Ayuntamiento de Culiacán, teniendo como telón de fondo una imagen del emblema más característico del Cártel de Sinaloa: “El Chapo” Guzmán.

    Las reacciones no se hicieron esperar, tanto en críticas a los organizadores como a los artistas. Pero la pregunta todavía no ha sido respondida, ¿cómo entender los narcocorridos? ¿Cuál es el verdadero impacto que tienen sobre la sociedad en Sinaloa?

    El enfoque más básico los percibe como una expresión antagónica a los valores considerados como positivos, ya que es muy evidente que sus letras promueven en muchos casos la violencia, la ambición de poder, la búsqueda del dinero fácil y la cosificación de la mujer.

    Por eso muchos llegan a estar de acuerdo en que esta música pervierte a la juventud, y anima a las nuevas generaciones a buscar un estilo de vida al margen de la ley. Desde este ángulo, el más simplista de todos, la estrategia para contrarrestar su efecto es la censura.

    Pero a los narcocorridos hay que leerlos entre líneas. Y es que más allá de que conllevan cierta apología del delito, estos estilos de música también son el más vivo reflejo del carácter y el sentir del pueblo sinaloense. Son expresiones culturales incontenibles y atadas a elementos materiales bien firmes, que afloran a como dé lugar, y por eso no tiene mucho sentido prohibirlos.

    Si no suenan en la radio la gente encuentra el modo de encontrarse con ellos, en una fiesta, en cualquier convivio. Además, las prohibiciones siempre terminan por ser incompatibles con las sociedades abiertas. Censurar cualquier forma de expresión abre la puerta a coartar la libertad en muchos otros ámbitos.

    Tampoco es que los corridos promuevan únicamente la violencia. A veces es más la identificación que la gente siente al escuchar letras que expresan lo que es vivir en esta tierra. Hay una canción del grupo Marca Registrada, en la que la dedicatoria al capo pasa desapercibida por la potente letra que exalta el temperamento de cualquier culiacanense aventado:

    “Quiero hablarles de las cosas que he pasado, de la vida que he dejado, porque nunca fui dejado, porque nunca actué con miedo. Díganme quién dijo miedo, el fin justifica los medios, aventándose en el ruedo, salimos del agujero. Si fuera fácil, si fuera así todos lo hicieran”

    Si escarbamos bien, los corridos también pueden entenderse como un movimiento contracultural. En este sentido, hay quienes aseguran que esta música es realmente el instrumento de las clases populares para denunciar la pobreza, la falta de oportunidades y hasta la hipocresía social. Porque no hay cosa más cierta que aseverar que el narcotráfico opera con la complicidad de políticos que organizan pretenciosas reuniones en La Primavera, amenizadas por la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes.

    Y qué hay de su aporte artístico. No pocos piensan que es una degradación de la cultura. Que su composición y métrica no tiene punto de comparación con la de otros intérpretes y autores sinaloenses del nivel de Ferrusquilla, Pedro Infante o Lola Beltrán.

    Lo mismo decían de Chalino cuando comenzó su carrera. Se le denostaba y hoy sus letras tienen tanto valor que son capaces de ambientar piezas de la dramaturgia nacional, como es el caso de Aroma, una conmovedora obra que arranca el llanto de los espectadores cuando las actrices entonan Prenda del alma mientras escarban la tierra negándose a dar por perdidos a sus familiares desaparecidos:

    “Tal vez el cruel destino nos condena, ni bien de que me olvides tengo miedo, mi corazón me dice ya no puedo, no puedo mis angustias soportar. ¿Cómo negar que sufre el pecho mío? ¿Cómo borrar de mi alma esta pasión?”.

    Obviamente todo esto lo decimos desde el privilegio que nos da la educación, esa cobardía que nos permite presumir el poder contemplar rastros del alma hasta en lo más mísero de la condición humana, y sin pagar el costo de padecer sus consecuencias. Cosa que no puede discernir un niño que desde muy pequeño solo haya en los corridos la hoja de ruta para esquivar la humillación de la pobreza.

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