Mazatlán: reordenar la ciudad o parcharla
Caos inmobiliario, culpa de varios cárteles

OBSERVATORIO
    Desde la primera vez que el panista Alejandro Higuera Osuna fue Alcalde de Mazatlán (1996-1998) hasta el período de Luis Guillermo Benítez Torres recientemente truncado por la vía política (2018-2022), la orgía inmobiliaria consistió en ponerles demasiadas trabas a constructores que se resistían a incurrir en tratos de corrupción, y abrirles atajos de ilegalidad a espontáneos empresarios del ramo que le llegaron al precio a funcionarios deshonestos.

    Tal vez en lugar del llamado Cártel Inmobiliario, lo que hay en Mazatlán es la urgencia de una reglamentación moderna en materia de edificación de vivienda y la importancia de que la norma, la nueva o la vigente, sea aplicada de manera diferente a la de autoridades que al menos durante dos décadas permitieron hacer conjuntos habitacionales en zonas que de seguro son germen de conflictos. La ley y la planeación están divorciadas desde que la política solapó a inicios del segundo milenio que reinara la anarquía en la construcción de casas y condominios.

    Por muchas razones, que en la mayoría no constituyen culpa para el actual Presidente Municipal, Edgar Augusto González Zataráin, se le vienen en alud a Mazatlán tantas bolas de negligencias pasadas, que no le alcanzará el tiempo de mandato, dos años de los cuales han transcurrido nueve meses, para renovar lineamientos y ajustar tuercas en materia de ordenamiento citadino. Se ha querido poner en relieve a un solo cártel, el inmobiliario, sin decir que existen también los cárteles jurídicos que legitiman el desbarajuste; el de la corrupción, que convierte la ley en chicle, y el del narcotráfico que lava dinero en desarrollos inmobiliarios con gran ventaja sobre la inversión lícita.

    Pero esto es tema de ahora mas no asunto nuevo. El boom de los edificios de departamentos con fines de explotación turística llegó a Mazatlán y encontró autoridades corruptas y regulaciones elásticas que no repararon en la vocación del suelo, disponibilidad de servicios públicos y derechos de los grupos vecinales. En contraparte, primero fue el déficit de agua de calidad para consumo humano; ahora el drenaje sanitario y pluvial que desfogan ambos por tubería vieja y de diámetro rebasado. Las vialidades, igual, fueron diseñadas en el desparpajo y nunca para la movilidad sustentable.

    Desde la primera vez que el panista Alejandro Higuera Osuna fue Alcalde de Mazatlán (1996-1998) hasta el período de Luis Guillermo Benítez Torres recientemente truncado por la vía política (2018-2022), la orgía inmobiliaria consistió en ponerles demasiadas trabas a constructores que se resistían a incurrir en tratos de corrupción, y abrirles atajos de ilegalidad a espontáneos empresarios del ramo que le llegaron al precio a funcionarios deshonestos.

    La urbe mazatleca padeció de todo: disparidad entre sectores abandonados y boyantes torres que emergían hasta en cinturones de pobreza; edificios que asfixiaron a hogares antes oxigenados por los cuatro vientos; cartas de opinión favorable donde las nuevas obras eran a todas luces inviables, y taponamiento de sistemas naturales de desagüe de lluvias. Mientras se cantaba el progreso, servidores públicos deshonestos festejaban la jauja, los mazatlecos lamentaban el monstruoso avasallamiento del espacio disponible y la biodiversidad perdía especies de flora y fauna.

    Si bien es cierto que la crisis del agua potable data desde inicios del Siglo 19 cuando se decidió abastecer a Mazatlán con extracciones al Río Presidio, el colapso del sistema de distribución del vital líquido transitó paulatino conforme se dio el desarrollo turístico del puerto. Entre más creció la infraestructura hotelera la población mazatleca dispuso de menos agua. El mismo esquema se repite ahora: entre más oferta de vivienda vertical, es menor la disposición de servicios, aire y tierra para la habitación ordinaria.

    Así fue evolucionando el problema hasta el punto actual al ras de lo irresoluble. Corregir necesita de grandes financiamientos públicos, tal vez en mezcla con recursos privados, o bien de emplastos que resuelven a corto tiempo y a futuro agravan las dificultades, cediéndoles a próximos gobiernos la dificultad así como al menos 14 ex alcaldes, electos o interinos, se lo heredaron a Edgar González. Un dato aportaría al cálculo del dinero o el tamaño de la concurrencia de voluntades: solamente para atender las deficiencias de los drenajes sanitario y pluvial en la llamada zona turística dorada se necesitaría de alrededor de 160 millones de pesos.

    Podría ser que delimitando a todos los cárteles que interactúan en el desorden urbanístico-turístico de Mazatlán, y metiéndolos en cintura por parejo, así como organizando a los sectores social, económico y político en la búsqueda e implementación de soluciones, el Alcalde logre sentar las bases para una ciudad que enfatice en más satisfactores para los turistas y mejor bienestar para los mazatlecos. En lograr ese equilibrio está la clave, pues de lo contrario la Perla del Pacífico será de apariencia bella y de entrañas antiestéticas.

    Lo expuesto aquí carece de pretensiones de ser un estudio de desarrollo urbanístico sostenible y sustentable, que es tarea de los expertos, gobierno y ciudadanos, pero sí está fundado en lo que los mazatlecos ven, dicen y sienten. En todo caso, podría aspirar a un modelo nuevo donde todo actúe limpio y coordinado con el enorme letrero de advertencia que diga “cuidado, todo lo que se soporta en redes de corrupción tarde o temprano va a derrumbarse”. Como el Tiburonario, por ejemplo.

    Reverso

    En esto lo que ve la gente,

    Son dos sistemas de negocios,

    Unos con dinero decente,

    Otros con lavanderos socios.

    Y Culiacán también

    En Culiacán no se hacen malos quesos en lo concerniente a la expansión desordenada de la mancha urbana. En cualquier punto cardinal de la ciudad se ven cerros o llanuras desforestadas y fraccionadas en lotes o cotos residenciales. Por la carretera a Imala, o en el trayecto a Sanalona, las lomas pelonas o los improvisados asentamientos en planicies avisan del reto de llevar agua, drenaje, electricidad y pavimento a zonas donde no hubo la oportuna actuación gubernamental antes de ponerles el signo de pesos. A la brava, cada quien planea hacia dónde expandir las franjas habitables, porque la ausencia de gobierno fomenta la prevalencia del agandalle.

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