Nos seguimos leyendo

    A Mariana
    Si usted me regaló algunos minutos de su tiempo, como pudo ver en cada entrega, traté de rescatar la razón de ser y quehacer de la ética: reflexionar sobre el actuar cotidiano nuestro y de las instituciones de la sociedad -públicas y privadas-, a la luz de ciertas nociones asociadas a un conjunto de principios morales que configuran la base de la justicia: la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto, el diálogo, la responsabilidad y, entre otros tantos más, el cuidado.

    Recuerdo con toda claridad cuando me invitaron a escribir en esta casa. Palabras más, palabras menos, se me dijo: “Nos interesa que hable desde la ética; que nos ponga a pensar en conceptos éticos; a ver las cosas que nos pasan con los lentes de la ética; no le baje a la exigencia en la reflexión; oblíguenos a pensar, así como le hace en las clases, pónganos a pelear con nosotros mismos o en la mesa de nuestras casas; ojalá que pueda hablar como profe de ética, pero que podamos entenderle sin aburrirnos, porque los filósofos hablan de manera enredosa; entonces qué, ¿le entra Don Pablo?”.

    Entre algunas cosas más, esto fue parte de lo que motivó a lo largo de casi ya una década a analizar, semana a semana, algún tema de la agenda nacional echando mano de conceptos, nociones, ideas y aforismos que se desprenden de los distintos paradigmas de la ética, porque hubiera sido una insensatez de mi parte intentar hablar desde solo un paradigma. El que fuera.

    Si usted me regaló algunos minutos de su tiempo, como pudo ver en cada entrega, traté de rescatar la razón de ser y quehacer de la ética: reflexionar sobre el actuar cotidiano nuestro y de las instituciones de la sociedad -públicas y privadas-, a la luz de ciertas nociones asociadas a un conjunto de principios morales que configuran la base de la justicia: la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto, el diálogo, la responsabilidad y, entre otros tantos más, el cuidado.

    Hablar desde ahí, desde referentes éticos apoyándome, básicamente, en filósofos y filósofas, me permitió -habrá quien no esté de acuerdo en esto- hablar con una cierta objetividad. “No lo digo yo, lo dice Platón, Aristóteles, Nussbaum, Cortina, Sennett, Camps, etcétera -llegué a decir en varias ocasiones a quien se me fue al cuello cuando le molestaba algún artículo o idea contenida en éste-; yo simplemente reviso el tema desde las nociones que nos comparten estos autores y desde ahí hablo”.

    Como conocimiento práctico que es, la ética nos permite ver la realidad a través de ella con el propósito de saber si nuestro andar como individuos y sociedad se dirige hacia ese horizonte que ilumina el faro que nos orienta hacia el rumbo de eso que entendemos como vida buena, plena, realizada, justa, digna, humana.

    Por ello, nunca tuve el menor empacho en desmenuzar los despropósitos éticos de Fox, Calderón, Peña Nieto y, ahora, de López Obrador. Con sus más y sus menos, ninguno se fue en blanco. Sus respectivas gestiones, a la luz de nociones como la transparencia, rendición de cuentas, honestidad, autointerés y responsabilidad, por ejemplo, fui demostrando como muchos de sus dichos, escandalosamente, se contraponían a sus acciones. En esto de la incongruencia moral no hay a quien irle; los cuatro son campeones.

    Por eso es que me metí al berenjenal de la política. Ahí, espinado hasta lo indecible, hablé de la serie de males sociales que nos aquejan -corrupción, inseguridad, violencia, desplazados, pobreza, precariedad laboral, etcétera- y que hacen del “estado de derecho” una idea más cercana a la ficción.

    Desde ese terreno, el de la política, pude hilvanar algunas ideas en torno a las deudas históricas que existen en torno a la justicia social y los derechos humanos, los cuales como dijo en algún momento Alasdair MacIntyre, en México son tan reales como las brujas y los unicornios.

    Ingenuamente pensé que en algún momento se reduciría la pobreza de la que año tras año da cuenta el Coneval. Cambiaron las formas de medirla, delinear su anatomía, pero la realidad de los pobres en México sigue siendo similar a la que tenían hace 50 años: al día de hoy hay millones de personas en el país que se levantan de la cama sin saber si ese día comerán; trabajadores que laboran más de 12 horas y no logran comprar una canasta básica; personas que aún mueren a causa de una diarrea, la desnutrición y demás males que se desprenden de la vida en pobreza -vea las estadísticas del portal de Coneval, por si está pensando que exagero-.

    Lo mismo sucede en el tema del acceso a los servicios de salud. Las cosas siguen peor de como estaban cuando operaba el dichoso Seguro Popular -que no era ninguna maravilla, por cierto-. Hoy la gente se quedó sin el cuadro y sin la estampa. Lamentablemente hay mucha gente que vive en las zonas rurales y semiurbanas que se curan como los perros callejeros -solitos-.

    Y qué decir de la educación. Por ello el rezago educativo, la calidad de la enseñanza, la actualización docente y la formación ética y ciudadana fueron también un tema recurrente en este espacio.

    A la vida moral pública y la privada también le dediqué muchas horas que se tradujeron en ideas que, afortunadamente, sentaron muy mal a numerosas personas -eso quiere decir que alguna de esas ideas les llegó-. Hablé de las diferencias entre la ética y la moral, los dilemas morales, las barreras éticas, la agencia moral activa, la responsabilidad social -corporativa, gubernamental, del tercer sector-, la bioética, las razones para mentir, la banalidad del mal, los bienes internos y externos del quehacer profesional, la ética de las profesiones, las bases éticas del feminismo, los movimientos ecológicos, el voluntariado, los códigos éticos, la sociedad de consumo, la función social del arte, la desafección ciudadana y un largo etcétera de nociones que fuimos hilvanando desde la cotidianidad a lo largo de casi una década.

    Y así como sucede en las buenas novelas, películas y sinfonías, irremediable e insospechadamente, me veo ante ese punto que marca el final, el cierre de esta columna que durante casi una década me permitió denunciar, exigir, indignar, incomodar e invitar a la acción y el compromiso ciudadano.

    Por todo ello, en principio, agradezco a ustedes las y los lectores por regalarme cada domingo unos minutos de su tiempo enredándose con lo aquí dicho. También quiero agradecer a esas dos personas que me invitaron a ser parte de las plumas de esta casa, a las y los directivos y las y los editores que aguantaron estoicamente mis retrasos, enredos al escribir y solicitudes de último momento. Tampoco puedo dejar de agradecer a mis tres mujeres, quienes generosamente asumieron el hecho de que durante la mañana del sábado “el papá no hace otra cosa que escribir su columna”. Sin esta posibilidad nada de lo dicho aquí -bueno o malo- habría sido posible.

    Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Usted se considera una persona ética? ¿Un ciudadano o ciudadana comprometida con la sociedad -especialmente con las personas más desfavorecidas-? ¿Su altura moral es mayor a la de todas esas personas a las que usted juzga o critica?

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