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"Ágora"

"1988 y 2018: lecciones pendientes"

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    Iba a empezar este artículo escribiendo: “apenas he colgado el teléfono después de recibir la llamada de un entrañable amigo”, pero en verdad que uno ya no cuelga ni descuelga nada en esos aparatejos. En este mundo digitalizado, uno toca un icono para llamar y platicar con alguien a través de su móvil. Ese amigo es Héctor Raúl Solís Gadea, académico y Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales de la U de G, mi condiscípulo en esa institución en la generación 1986-1989 de la Maestría en Sociología. Siendo el pretexto un saludo de Año Nuevo, inevitablemente la charla con él me puso, de súbito, en perspectiva de lo mucho que ha cambiado el mundo, el país, de entonces para acá.
     
    En esas fechas, nos tocó vivir en Guadalajara el episodio electoral de 1988 con Cuauhtémoc Cárdenas y el FDN, juntos discutimos las tesis de Enrique Krauze y su apuesta por una democracia sin adjetivos, las previsiones de Héctor Aguilar Camín en Después del milagro, al tiempo que debatíamos en seminarios con Carlos Pereyra, Luis F. Aguilar, Jorge Alonso o Jaime Sánchez Susarrey. Muchos recuerdos de aquellos años se agolparon en mi mente, pero de inmediato me vino a la memoria el de Cuauhtémoc Cárdenas, el desenlace de aquella gesta con la cual ambos simpatizábamos en diferente grado, y sobre todo lo que siguió, lo que ocurrió después. Inevitable también la comparación con el escenario político actual.
     
    El cotejo es interesante y, acaso, aleccionador. Con relativa facilidad pueden encontrarse diferencias en el entorno mundial y nacional: un socialismo dando coletazos agónicos pero aún existente, un México que todavía no sentía la “obligación del mundo” (Aguilar Camín dixit en 1992), un país agraviado democráticamente y con retardo en su ingreso a la globalidad. Hoy ninguna de esas realidades persiste: el socialismo colapsó al punto de que la palabra misma ha caído en el descrédito, la historia universal -como lo había dicho Paz- se nos echó encima, la democracia electoral es un hecho indiscutible (los votos cuentan y se cuentan, la alternancia en el poder es desde hace rato una realidad), y ya no solamente estamos abiertos al comercio internacional sino que vemos como una oscura amenaza la culminación del TLC con Norteamérica (por eso buscamos ampliar o poner en marcha acuerdos comerciales con otros países y regiones de Europa y Asia).
     
    Hay, sin embargo, una semejanza que no es menor: como en aquel entonces, el polo de una oposición que se presume auténtica, está representado por un individuo. A estas alturas, ha quedado muy claro que ningún ismo personalizado es recomendable para el avance político del país. El neocardenismo de Cuauhtémoc dio paso a la formación de un partido en el cual un líder moral tomó las decisiones unipersonalmente, ente otras la de ser candidato a la presidencia no una, ni dos, sino tres veces consecutivas. El lopezobradorismo, entre tanto, ha mudado de piel varias veces, aliándose con las más diversas corrientes del espectro de las izquierdas (desde el PT hasta la CNTE), los “progres” y, ahora mismo, los sectores conservadores más anti “progre” como el PES; no obstante, hay algo en lo que no ha variado, ni en su andadura perredista ni en su recorrido como Morena: un líder único lleva la voz cantante, decide las alianzas, las candidaturas y el tono del discurso.
     
    Ambas han sido candidaturas de eso que genéricamente todavía podemos llamar izquierda. Esa misma corriente que se ha desdibujado radicalmente, obligada en el caso del PRD a hacer una alianza subordinada, por razones de estricta sobrevivencia, con su contraparte ideológica, el PAN. Y de otro lado encabezada, en Morena, por un caudillo a quien no se puede tocar ni con el pétalo de una rosa. Como Cuauhtémoc, AMLO va por su tercera postulación, ambos fueron Jefes de Gobierno de la Ciudad de México. Ambos también, por lo menos hasta hoy, jugaron al azar el corazón de la izquierda y se los ganó el caudillismo y el mesianismo. 
     
    @RonaldoGonVa

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