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"Opinión"

"A cualquier precio"

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    En lugar de la victoria a toda costa, el lema de los liderazgos del PAN parece ser la derrota a cualquier precio. La historia desde luego no ha terminado. No sé de dónde podría salir una solución ni quién sería capaz de instrumentarla, pero sí de quién no esperarla: de ninguno de los dos líderes que hoy se enfrentan: Anaya y Zavala. La lucha se volvió personal y aunque los dos dicen no estar obcecados por el poder, los dos lo están. Sus palabras tienen la misma credibilidad que las de López Obrador que lleva años diciendo lo mismo: “Hay algo que me molesta mucho... que es el que piensen que estoy obcecado por el poder y que lo único que me importa es ser Presidente de México... ¡No! Yo no lucho por eso, yo lucho por ideales, por principios”.
     
    Palabras y no hechos veo en las declaraciones de Ricardo Anaya y de Margarita Zavala. No veo diferencias en sus ideales y sus principios. Tampoco en sus deseos salvo en uno: quién debe ser el abanderado presidencial.
     
    Es cierto, como dice Margarita, que Anaya le impidió llegar a cualquier cargo en la estructura y comisiones del partido y a una candidatura, ya fuese por el principio de mayoría relativa o de representación proporcional, que nunca fue tomada en cuenta en las discusiones sobre el Frente y que el líder del PAN se negó sistemáticamente al diálogo directo. Es inútil negar que Anaya fue haciéndose del partido y que marginó a los llamados calderonistas en lugar de entablar un diálogo con ellos. 
     
    Pero igualmente cierto es que Margarita dijo desde hace tiempo: “voy a ser candidata con o sin el PAN”. Para más detalles, en una entrevista para Radio Fórmula en marzo de 2016 afirmó “(...) yo creo que uno en la vida se plantea misiones y yo es lo que tengo que hacer, trabajar con los ciudadanos una vez que decidí estar a disposición del país para ello y estoy trabajando en eso y es lo que tengo que hacer, no estoy buscando otro cargo más y estoy convencida que la vida me ha preparado para este momento, me estoy preparando, estoy escuchando y quiero ir de la mano de los ciudadanos”. Más claro ni el agua. Así que, de obcecaciones por el poder, ninguno de los dos puede hablar.
     
    Anaya puede colgarse muchas medallas como presidente nacional del PAN primero como “provisional” cuando en septiembre de 2014 Madero solicitó licencia al cargo para lanzarse como diputado y después cuando en 2015 cuando contendió por la presidencia de su partido ganándole a Javier Corral con más del 80 por ciento de la votación. 
     
    Su pericia y astucia para conquistar la estructura del PAN, para construir alianzas electorales y ganar buena parte de las gubernaturas en juego 2015 y 2016, no se le pueden escatimar. Tampoco puede negársele la imaginativa y potente idea de crear y operar la constitución de un Frente para contender contra el PRI y Morena en 2018. Pero no mostró ni la misma pericia ni la misma astucia para hacerlo sin causar una escisión al interior de su partido que promete ser dañina para la oportunidad de que ese Frente llegue a buen puerto. 
     
    Como líder del partido falló en una de sus tareas primordiales: mantener unido al equipo. No usó adecuadamente su poder institucional para conciliar, incluir, dialogar y pactar con sus adversarios internos a sabiendas que se gestaba una escisión profunda. Cuando quiso o dijo querer hacerlo fue demasiado tarde. El llamado a la unidad fue extemporáneo. No habría sido grave si Margarita fuese una militante más, pero no lo es.
     
    Zavala tampoco merece una condecoración. Sabe que sin el PAN (o sin el Frente) sus posibilidades de llegar a la presidencia son exiguas pero también sabe que puede minar al PAN a su interior y al Frente en sus posibilidades hacia el 2018. Sus seguidores dentro del partido, sobre todo los más notables en el Senado, tampoco ayudan. En lugar de construir puentes atizaron el fuego para dinamitarlos. Los denominados #RebeldesdelPAN dicen que se mantendrán al interior del partido pero su objetivo no es lograr la reunificación sino profundizarla.
     
    Ni Anaya ni Zavala pensaron en los militantes del PAN, ni en sus simpatizantes ni en sus potenciales votantes. Ni uno ni otra pensaron en lo que dicen desear: echar al PRI de Los Pinos y evitar que López Obrador llegue a la Presidencia. La pelea fue entre dos obcecados, aunque la obcecación los encaminara a la derrota. Los dos prefirieron dañar al PAN y de paso al Frente. Paradójicamente les sobró obcecación por la candidatura y les faltó la obcecación que define a los políticos: la vocación de poder. Rupturistas, “ambos dos”.
     
    La división reduce las posibilidades de una opción política que se vendía como distinta y que estaba despertando el interés de los votantes: un Gobierno de coalición nunca experimentado y que podía llegar al poder. Con todo, la última encuesta de Buendía & Laredo levantada este fin de semana (7-8 de octubre) después de la renuncia de Margarita muestra que el Frente sigue siendo competitivo con una preferencia electoral de 24 por ciento contra 25 por ciento de la alianza Morena-PT. 
     
    NB: resulta inadmisible no sólo que AMLO sino muchos medios y comentaristas hablen no de Margarita Zavala sino de la esposa del ex Presidente Calderón. Margarita Zavala es Margarita Zavala. Una política distinguida por trayectoria y méritos propios. 

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