@rodolfodiazf
Ha sido una larga lucha -que aún no llega a su fin- por reconocer la igualdad de participación y derechos de la mujer. Se institucionalizó su día en 1975, pero no podemos decir que se ha conquistado del todo su reivindicación, menos cuando continúa siendo objeto de comercial consumo, irracional violencia y lamentables homicidios.
Natalia Ginzburg, italiana a quien le tocó padecer los horrores del fascismo, reflejó con sombría lucidez la marginación de que era objeto en su tiempo la mujer, en el libro titulado A propósito de las mujeres.
“Las mujeres son una estirpe desgraciada e infeliz con muchos siglos de esclavitud a sus espaldas y lo que tienen que hacer es defenderse con uñas y dientes de su malsana costumbre de caer… La primera que debe aprender a actuar así soy yo, porque de lo contrario seguro que nunca podré hacer nada serio y el mundo no progresará mientras esté poblado por una legión de seres que no se sienten libres”.
Empero, la mujer no es sólo objeto de violencia sino también de embriagante amor y veneración, que se troca en remordimiento y añoranza al adelantarse prematuramente en el camino, como escribió Miguel Delibes en su novela Señora de rojo sobre fondo gris, acerca de su esposa Ángeles de Castro. “Un día adviertes que aquel que te ayudó a ser quien eres se ha ido de tu lado y, entonces, te dueles inútilmente de tu ingratitud”.
En su discurso de ingreso en la Real Academia Española, Delibes reiteró: “Soy consciente de que con su desaparición ha muerto la mejor mitad de mí mismo”. Julián Marías lo secundó recordando: "Entonces dije esa gran verdad de que, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir".
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