|
"Opinión"

"Así se acusan los candidatos"

""

    El primer debate presidencial jugó un papel importante: sacó a las campañas del marasmo y les imprimió dinamismo, para aquellos que no tenían una idea suficientemente clara del talante personal de cada candidato mostró lo que podría ser el “estilo personal de gobernar” de cada uno, el formato fue tan ágil como lo permitía un acto en el que había que darle tiempo a cinco candidatos y tres temas -inseguridad, corrupción y grupos vulnerables- y combinó propuestas con descalificaciones o exhibición de verdades incómodas. 
     
    Por sus posiciones en las preferencias electorales cada candidato se jugaba algo distinto. AMLO iba a consolidar su amplio margen de ventaja; Anaya a posicionarse como un claro segundo lugar y alternativa viable de triunfo, Meade a superar a Anaya; los independientes a tener un foro de alcance nacional ante el ayuno de promocionales a que están sometidos. 
     
    No todos lograron su cometido. Si bien López Obrador no cometió ningún error garrafal fue, como se esperaba, el blanco de la mayor parte de los ataques. No los libró bien pero estuvo muy lejos de ser noqueado. Su peor rasgo fue el desprecio que transmitió a los conductores, a sus adversarios e incluso al público que lo seguía. Dijo que no se prepararía para el debate y se notó. Nos dijo que podía darse el lujo por su gran ventaja en las encuestas. Con todo, se le veía incómodo, aburrido, no sonrió ni hizo sonreír, indiferente ante las preguntas y las intervenciones de sus compañeros de debate. Él no es un hombre de diálogo, de discusión, de la disciplina que exige un debate. Lo suyo es decir lo que piensa y, hasta donde se pueda, hacer lo piensa, que es mejor sin la incomodidad de tener que negociar, ceder, compartir, corregir. Dudo que haya ganado adeptos pero también que los haya perdido o, al menos, reducido sustancialmente. 
     
    Meade, tenía el papel más difícil. Claro tercer lugar estaba obligado a pelear en dos flancos y contra dos adversarios sin contar que la rémora de la marca PRI lo ponía en desventaja de inicio. Producto de su experiencia en distintos cargos por más de dos décadas sus propuestas fueron quizá las más sólidas y mejor argumentadas pero, nos guste o no, en un debate es lo que menos cuenta. Pesan más los prejuicios, el desempeño del gobierno en el que participas, el resorte político y la conexión emocional. 
     
    Coincido con lo que percibo es el consenso generalizado de que Anaya fue el ganador del debate. Fue el que más y mejores golpes asestó a sus contrincantes; el mejor en esquivar los que le dirigieron a él y; tuvo tiempo para plantear propuestas. Tengo la impresión de que logró sus objetivos: colocarse como el indisputado segundo lugar y en zona de competencia. 
     
    Al final, y aunque los debates pocas veces son definitorios de los resultados, me queda la idea de que no estamos frente a un resultado inevitable. Según Consulta Mitofsky, en abril de 2012 Peña Nieto le llevaba una ventaja de 20 puntos a AMLO y al final éste pudo remontar 13 puntos. Hoy, el mismo encuestador coloca a Anaya 11 puntos por debajo de AMLO. 
     
    A manera de colofón me refiero ahora a uno de los temas del primer debate: la corrupción. Sabemos que en los debates difícilmente puede entrarse a mediana profundidad en los temas de política pública. En el mejor de los casos se puede reconocer la gravedad del problema, poner algunos énfasis o enunciar en dónde se cree que están las palancas capaces de poner en marcha la maquinaria y enunciar las principales líneas que piensan seguirse en caso llegar al gobierno.
     
    Las propuestas para combatir la corrupción no fueron muchas y sobre todo ninguno contestó a la pregunta de los conductores de cuáles serían los efectos inmediatos de esas propuestas. Más allá de generalidades como combatir la corrupción con el ejemplo (AMLO), con valores y cultura de la legalidad (Zavala) o con la muy estúpida e indignante propuesta de El Bronco, Meade y Anaya enunciaron algunas medidas concretas que resumo: fiscalía eficaz e independiente, código penal único, inclusión del SAT en el Sistema Nacional Anticorrupción, muerte civil a funcionarios, contratos abiertos, desaparición del dinero en efectivo en las transacciones gubernamentales, juicio político al Presidente por corrupción. 
     
    Se me ocurre que quizá una mejor ruta para formular una agenda mínima anti-corrupción sería NO tanto partir de sus propuestas sino de los delitos de los que se acusan mutuamente. 
     
    Odebrecht que es un ejemplo de tráfico de influencias y cobro de comisiones en obra pública con potencial de acabar en las campañas; J. Duarte y el mecanismo de las empresas fantasma; la colusión entre tribunales, Poder Ejecutivo, notarías y registro de propiedad de los Piratas de Borge; la impunidad en el tema de C. Duarte; la dilusión de responsabilidades y la corrupción por omisión en el “socavón”; la falta de verificación de las declaraciones de bienes de los candidatos; la asignación directa de contratos a las universidades y la posterior triangulación de la Estafa Maestra; el acceso a la boleta presidencial de El Bronco a pesar haber falseado cientos de miles de firmas; el uso discrecional y para beneficio personal o familiar de las prerrogativas que entrega el INE a los partidos. De esto se acusan nuestros candidatos. 
     
     

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!