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"Opinión"

"Black Mirror"

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    A Carlos Astengo
     
    Así sea un par de días, las vacaciones siempre me tonifican; más aun, me desintoxican. Liberado del yugo de la agenda, me replané en el sillón para atacar de frente una recomendación etiquetada con la frase: “no-tiene-desperdicio”. Después de ver la primera temporada de Black Mirror, puedo predecir que será la mejor serie de televisión que vea en el año.
    Esta producción de ficción futurista creada por Charlie Brooker, aborda de una manera inteligente y mordaz buena parte de los problemas humanos que traerá consigo la tecnología durante los próximos años. Aquí no hay viajes interestelares, androides o dragones parlanchines, personas metálicas volando en mundos paralelos; lo que retrata la serie es un conjunto de situaciones cotidianas donde la razón y los límites de la moral se ponen a prueba.
    Como desafortunadamente son solo cuatro temporadas, no tuve más remedio que detenerme a mitad de la segunda, con el fin de prolongar un poco más sus efectos “adictivos”, y pensar con algo más de detenimiento los dilemas morales que aborda la serie. Me explico.
    El episodio “Toda tu historia”, escrito por Jesse Armstrong y dirigido por Brian Welsh, trata sobre el infierno vivido por Liam y su esposa Ffion, la guapa coprotagonista de la trama, que mantiene una relación amorosa oculta con Jonas, un amigo de juventud. Al ser una serie futurista, como era de esperar, las controversias morales de “Toda tu historia”, más que gravitar alrededor de la traición sufrida por Liam, giran alrededor de los dilemas éticos a los que nos enfrentará la tecnología, si llegara a darse el momento en que todos llevemos un chip detrás de la oreja que grabara lo vivido a lo largo del día, y que podamos revisar en el momento que lo deseemos.
    De entrada, la idea parece ser bastante funcional. Imagine que tiene que acudir a una reunión de trabajo donde estará uno de esos personajes ridículos, emocionalmente inestables y faltos de autoestima que nunca faltan en las oficinas y que, concluida la reunión, distorsionará y reinventará desde su torcida imaginación todo lo que ahí se dijo. Si contáramos con ese chip, bastaría con proyectar su contenido para hacerle ver y escuchar al cretino todas y cada una de las palabras y acuerdos que se tomaron en la reunión. ¡Fin de la discusión!
    Las mismas ventajas traería el uso del chip en otros contextos: los acuerdos para hacer un viaje, organizar un negocio, repasar una clase, recordar una película o, incluso, organizar una carne asada. El dichoso chip daría un palo al viejo problema del “donde dije dije, dije Diego” o “eso no fue lo que se dijo, lo que se dijo fue...”.
    ¿En realidad este tipo de tecnología nos ayudaría a resolver algunos de los problemas que surgen en la cotidianidad de nuestras relaciones interpersonales? ¿Cómo evitar que la tecnología agudice algunos de estos problemas? ¿Cuáles son los “topes” éticos que podrían poner freno a los avances tecnológicos que describe Black Mirror? Más aun, ¿cuáles son los límites morales que deberíamos considerar al momento de hacer uso de ciertos avances tecnológicos?
    El caso particular vivido por Liam, deja en claro que la tecnología cuando se emplea sin tener en consideración unos márgenes morales claros, genera o hace más grandes algunos problemas asociados a nuestras relaciones interpersonales. Por ejemplo, cuando él comienza a sospechar que su esposa lo engaña con Jonas, encuentra en la tecnología a una excelente aliada para sacar a flote la verdad. El problema es que los medios y efectos de dicho afán dan un garrote a su estabilidad emocional y a la dignidad de su esposa.
    Obligándola a proyectar lo que ha vivido durante los últimos meses, Liam comprueba sus sospechas; el tal Jonas no resultó ser solamente una aventura juvenil, sino una relación amorosa que sigue encendida, y que sigue completamente registrada en su chip.
    En este sentido, creo que Jesse Armstrong y Brian Welsh fallaron al subordinar nuestra capacidad para decidir libremente a la tecnología. En el episodio resulta claro que los personajes, en el momento que así lo decidieran, podían borrar los archivos con el fin de ir “limpiando” de la memoria cualquier vivencia que no les conviniera.
    Seguramente esta posibilidad fue considerada por el guionista, con el fin de dejarnos la tarea de pensar y discutir cuáles deben ser los límites éticos de un artilugio tecnológico de estos (si hubiera querido ponerle más emoción a la historia, los portadores del chip no deberían poder borrar la información, la cual, además debía quedar resguardada en una nube a la que sólo tuvieran acceso algunos personajes o instituciones).
    Al menos en el caso de este episodio, el futuro nos alcanzó. Cientos de millones de personas emplean una computadora en la que hay grabada información que puede resultar comprometedora, usan un teléfono celular que deja una huella digital de los sitios a los que acudieron, los portales a los que entraron, sin necesidad de llevar un chip detrás de la oreja.
    Lo novedoso del mundo de ficción presentado por Black Mirror, creo, es que nuestra capacidad para actuar libremente sigue imponiéndose sobre la tecnología. Cuando parecía que ésta última había ganado la batalla, nos encontramos con una nueva evidencia que nos hace abrigar la esperanza de que las personas aún tenemos la última palabra. Así, la voluntad se presenta como el límite (moral) del influjo del chip que portan los protagonistas de “Toda tu historia”.
    Una última cuestión. Dado que apenas voy a la mitad de la segunda temporada, me queda claro que la razón moral no ha terminado de librar todas sus batallas. Si usted conoce el final de la serie, ¡por favor no me lo cuente!
    @pabloayalae

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