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"Ágora"

"Campañas, emociones y marketing electoral"

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    @RonaldoGonVa

     

     

    Hagamos a un lado, por el momento, el pragmatismo que caracterizó la formación de las coaliciones que están ya, dejémonos de cosas, en la contienda electoral. Dos temas se imponen, en lo que sigue, para superar la mera mercadotecnia, el clientelismo y la demagogia en las campañas que, de hecho, ya arrancaron.

     

    El primero es el de la emoción. Decían los románticos decimonónicos que la vida humana va más allá de los cálculos estrictamente racionales, de aquí la crítica contemporánea al enfoque de la elección racional (rational choice, en su acepción original en inglés): la política no es puro cálculo de utilización de medios para la obtención de fines. Los estrategas lo entienden muy bien, a eso juegan los spots con sus jingles y lemas. De lo que se trata, sin embargo, es de entender que no basta con el baile del niño, el apapacho al viejito o la tonadita pegajosa. Por lo pronto, ya estamos viendo que unos venden un nuevo contrato con la historia (Anaya: “Hoy empieza una nueva historia, los invito a que juntos la hagamos posible”), otros un mejor porvenir (Meade: “Llevaremos a México al lugar de potencia mundial que le corresponde”, “Ha llegado el momento de ir juntos por un mejor futuro”), otros más una mirada a un pasado y a un futuro que son, como escribió Lowenthal, más terreno de fe que de hechos (AMLO: reivindicar al “pueblo bueno”, ese que ahora está abajo pero pronto estará arriba, y con el que, como se denomina su coalición, “Juntos haremos historia”). Todos vendiendo emociones imprecisas, vagas y difusas, pero llegadoras, esperanzadoras y facilonas.

     

    El segundo es la inteligencia. Esta es la parte más ardua y difícil de transformar en mercancía electoral, pues supone diagnósticos y propuestas serias sobre asuntos como la violencia, la igualdad, la equidad, el déficit fiscal del Estado, la sustentabilidad, entre otros. Aunque lo primero es convencerse de que, como escribió Rolando Cordera en el diario La Jornada el domingo pasado, ciertamente nos hace falta debatir, tener claro que este es parte del déficit de nuestra política democrática. Más allá de lo que proponen algunos estudiosos en libros como ¿Y ahora qué?, publicado por la revista Nexos y la UdeG, poco se conoce de parte de las coaliciones y sus candidatos: AMLO y la amnistía para reducir las epidemias de violencia, Anaya y el muy discutible (pero atendible) tema de la renta básica universal como derecho inalienable de todo ser humano, Meade aportando casi nada todavía al debate inteligente, y una precandidata independiente que no llegará a registrarse, Marichuy Patricio, que es la única que ha insistido en la situación de las minorías, los pueblos indígenas, la migración y los desplazados, el trabajo, la explotación y la diversidad sexual.

     

    En este punto, seguro se impondrá el criterio del marketing: exhibe algunas cosas (tu compromiso genérico, tu vocación incluyente en abstracto) e inhibe otras (el compromiso preciso, la discusión sobre la legalización de la mariguana, la muerte asistida, matrimonios igualitarios…). Recuérdalo bien: que hable tu silencio, que tu mudez sea elocuente. No le buigan, esa alteridad altera.

     

    Estando así las cosas, lo que queda es no confundir los planos. “Tu propuesta es buena, pero no le acomoda a la tonadita del jingle”, ese razonamiento es el que domina el interés de asesores, estrategas y candidatos. En otras palabras: importa la mercadotecnia, el spot, el lema, el jingle, no el debate, la información, los argumentos. Esto es como una telenovela de culebrón: toca las fibras más epidérmicas de la emoción.

     

     

    Y bien, así ganó Trump a Hillary en los Estados Unidos. En lugar de aprender de la experiencia para invertirla, estamos, al parecer, tomándola a la letra: “Let´s make México great at last”, parece ser la consigna que reúne las emocionales y demagógicas promociones de nuestras coaliciones electorales y sus abanderados hasta ahora. Algo podría hacerse para cambiar esa ruta plagada de banalidades, ofertas vacuas y mera mercancía electoral. Algo podría hacerse, so pena de seguir, como diría George Orwell del lenguaje político, dando “apariencia de solidez al puro viento”.

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