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"Ágora"

"Catalunya: la responsabilidad del historiador"

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    @RonaldoGonVa

     

    Es mucho lo que se arriesga cuando están en juego las emociones en la política. O mejor dicho, esas exaltaciones del sentimiento que se actualizan en un contexto de inseguridad jurídica y ocultamiento de las incapacidades de las élites políticas. Entonces florecen los relatos del pasado que buscan legitimar puramente un interés político. Como otras naciones, aunque en otro sentido, algo sabemos de esto los mexicanos: hemos tenido nuestras políticas de la memoria que un tiempo han destacado el mestizaje y otro han mistificado la herencia indígena, un tiempo el legado liberal y otro el de la Revolución Mexicana. Más allá de lo acertado de su sospecha, que es, desde luego, discutible, Octavio Paz conjeturó con llana crudeza el origen de nuestro sentimiento de inferioridad: es que somos “hijos de la chingada”, hijos de una madre mancillada.

     

    De lo que ocurre cuando se sigue este camino plagado de figuraciones, y que muy frecuentemente conduce a la irracionalidad, se ocupa Jordi Canal en una reciente entrevista con Xavier Rius, publicada en el diario digital e-notícies el 16 de noviembre. Dice este historiador, profesor en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, que, a propósito del reciente desafío independentista (parte del llamado procés catalán), “el final abrupto del llamado proceso -un gran homenaje a Kafka, por cierto- es sobre todo la consecuencia de las incapacidades y la mediocridad de nuestra clase política, con muy pocas excepciones. Han mentido, han incumplido las leyes catalanas y españolas, han jugado con las ilusiones y sentimientos de mucha gente, han utilizado el dicho proceso para ocultar corrupciones e incapacidades” (negritas mías, RGV).

     

    Y he aquí la responsabilidad, cívica y profesional, del historiador. Como lo hizo ya en su “Historia mínima de Catalunya” (2015), contra la producción de una memoria que insiste en que esta región era ya una nación y un Estado desde el siglo XVII, Canal vuelve a señalar que “La Catalunya de 1640 y 1714 no era ni una nación en el sentido actual del término, ni menos aún un Estado. Era un territorio que formaba parte de la Corona de Aragón, que a su vez estaba integrada en la monarquía hispánica desde finales del siglo XV. Una monarquía compuesta, como muchas otras de aquella época. Las élites catalanas de 1640 acabaron por dejar integrar Catalunya a la Monarquía francesa, con lo cual todavía se encontraron en peor situación. Sin hablar del Tratado de los Pirineos… En 1714 Felipe V castigó a unos grupos de Catalunya -no a Catalunya como entidad- por haber roto el juramento que habían hecho”.

     

    Desde otra perspectiva, el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, partidario de un referéndum legal y no exprés, advirtió en una entrevista del 22 de octubre, que tanto a la Generalitat como al Gobierno Central, les convenía mantener el conflicto para “tapar unos años de recortes económicos y corrupción política”. Para enseguida declarar: “Esto ha desaparecido de la información y todo ha quedado concentrado en ese sentimiento, por otra parte tan justo como cualquier otro,  del independentismo” (negritas mías, RGV).

     

    Serrat no es historiador, pero es un hombre sereno. Acaso estos sean tiempos de contramarchas en la labor historiadora. Tiempos de guardar serenidad y en los que, como quería Henri I. Marrou, el historiador no sucumba a la tentación de poner fronteras históricas, enemigo hereditario ni misión tradicional a las naciones, a lo que somos o a lo que nos imaginamos que somos.

    Por cierto, Jordi Canal estará el jueves 7 de diciembre en Culiacán, en el Museo de Arte de Sinaloa (MASIN) a las 19:00 hrs., charlando sobre el tema de Catalunya. Podremos ahí escucharlo y conversar con él.

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