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"Opinión"

"Catástrofes naturales y modelo económico"

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15/09/2017

    Arturo Santamaría Gómez

    No se necesita ser muy agudo para confirmar que incluso las catástrofes naturales demuestran la enorme injusticia que genera el modelo económico predominante en México. Si bien la fuerza destructora de la naturaleza se ensaña normalmente con las clases sociales menos protegidas, es más cierto que una distribución muy injusta de la riqueza social potencia tal energía demoledora.

    Si algo faltaba para demostrar que es menos viable que nunca la vía que han seguido los gobiernos mexicanos de Carlos Salinas de Gortari a Enrique Peña Nieto es la destrucción y la pobreza agregada que ha traído el poderoso terremoto de 8.2 grados Richter a los estados de Chiapas y Oaxaca, dos de los tres más pobres de la República Mexicana.

     

     

    Aunque con menos entusiasmo que en 1985 la solidaridad de los ciudadanos se ha expresado nuevamente; sin embargo, ni esa hermandad ni el auxilio gubernamental que pueda fluir a esas entidades podrá paliar su atraso estructural ni ahora ni en muchos años.

    No obstante, lo que urge en esas regiones y en el conjunto del País es un severo ajuste a la manera en que se ha conducido económicamente a la Nación durante los últimos 30 años. Para modificar el estado actual de cosas se necesitan varias décadas, pero hay que empezar desde ya. Es decir, a partir de que inicie un nuevo Gobierno federal en 2018.

     

     

    Una primera gran tarea es combatir a fondo la corrupción gubernamental, empresarial y ciudadana en todos los niveles; pero eso no bastará por más importante que sea tal tarea. Lo trascendental será encontrar una nueva ecuación entre Poderes Públicos-Empresa-Sociedad Civil para el desarrollo económico y una más equilibrada distribución de la riqueza. Y para eso los ciudadanos deberemos jugar un papel más  activo y propositivo en las próximas campañas electorales. No nos podemos conformar con lo que nos ofrecen los partidos y candidatos. La sociedad civil tiene que jugar un papel mucho más activo. La pasividad ciudadana sólo les conviene a los dueños del poder. A los que gozan de él. A los que abusan de él.

    En esta búsqueda de construir una nueva vía de desarrollo, las universidades, centros de investigación científica, humanística y artística pueden desempeñar un papel clave. Normalmente es así en cualquier sociedad desarrollada. En México eso todavía no sucede o se ve muy poco.

     

     

    Voy a dar algunos ejemplos.

     

     

    En muchas universidades y tecnológicos mexicanos se genera una vasta cantidad de investigaciones científicas en prácticamente todas las áreas del conocimiento. Vayan ustedes a las plataformas digitales o a las revistas y páginas de divulgación universitaria y encontrarán abundantes proyectos científicos y tecnológicos para el desarrollo empresarial y comunitario. Varios de ellos son de una extraordinaria calidad y pertinencia social. Al leerlos uno simplemente dice: “hay que impulsarlos pero ya”. Y resulta que no es así. Los gobernantes y la mayoría de los empresarios mexicanos lo ven de otra manera. Al parecer ellos si no ven una rentabilidad política o económica donde  arriesguen poco y ganen mucho a corto plazo no los impulsan. O quizá no los entiendan o no les importe. Algo muy diferentes sucede en la mayoría de los países de Europa Occidental o incluso en Estados Unidos y Canadá. Ahí es frecuente la colaboración entre empresa privada y los centros de investigación públicos y privados. A las universidades las cuidan e impulsan como si fueran las niñas de los ojos de cada país.

     

     

    Un ejemplo de creatividad científica juvenil lo acabamos de ver en el Quinto Encuentro de Jóvenes Investigadores que organiza la Universidad Politécnica de Sinaloa, donde noveles investigadores presentan con frecuencia proyectos o avances de investigación tecnológica y científica de gran interés y pertenencia, pero que la inmensa mayoría de las veces se quedan en eso porque no hay suficientes oídos o apoyo académico y financiero para llevarlos a cabo.

     

     

    En ese encuentro hubo un breve diálogo entre los investigadores en ciernes y Quirino Ordaz. Este les preguntó qué necesitan y ellos respondieron “becas, transporte, infraestructura educativa y laboratorios”. El Gobernador aparentemente lo entendió y aceptó. Y qué bueno.

     

     

    Justamente por lo anterior, quiero recordarle al Gobernador Ordaz Coppel que la Universidad Tecnológica de Escuinapa cuenta con un edificio equipado con laboratorio y talleres de vanguardia, aulas y auditorios de primera, pero desde hace cuatro años no se pueden utilizar simplemente porque no se ha construido una breve calzada de dos kilómetros para llegar al campus. Es un verdadero absurdo que las autoridades gubernamentales tengan en el olvido instalaciones que han costado alrededor de cien millones de pesos y que cerca de mil estudiantes no puedan utilizarlas.

     

     

    Esa universidad es una esperanza para dos municipios enteros, Escuinapa y Rosario. El futuro de cientos de estudiantes y sus familias, y un mayor desarrollo para dos de sus municipios rezagados, y con crecientes problemas económicos y sociales, puede ser mejor si la UTESC puede desplegar toda su potencialidad en el edificio que desde hace cuatro años yace inerte en un páramo.

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