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"Opinión"

"Cerca de Dios... y del infierno"

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    frheroles@prodigy.net.mx

     

    Abrazados por una noche estrellada, a las dos o tres de la mañana, iniciamos nuestra estadía. Veinte horas de traslado quedaban atrás. Un mes exacto, ni un día más ni uno menos.

     

    Jerusalén, mayo de 2016. ¿Cómo llegamos allí? Invitados por la Universidad Hebrea de Jerusalén y sus amigos en México, ejerceríamos el viejo oficio de la cátedra. Del embrollo de la zona sabemos. Pero la complejidad de la madeja es inimaginable de lejos. El Domo de la Roca donde el judaísmo ubica la desaparición de gran templo y allí también el cristianismo sitúa la crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo y, por si fuera poca carga emocional, un santuario islámico central, todo en unos metros.

     

    Ríos de fe de todo el mundo transitando para llegar a ese lugar iniciático, quizá el símbolo más visible de la complejidad, junto al Muro de los Lamentos y la convivencia multidoctrinal del casco antiguo de la ciudad. Incluso para los no creyentes, es innegable la fuerza de la fe. Todos quieren estar cerca de Dios.

     

    Israel reclama raíces desde hace tres milenios. Los romanos destruyen el gran templo en la primera centuria de nuestra era, que no es la judía. En el siglo 7 la ciudad estuvo bajo dominación islámica con la excepción de dos siglos de control de los cruzados. Finamente los británicos desplazan a los otomanos a principios del siglo 20. Después de la primera Guerra Mundial, en su carácter de flamante mediador internacional, la Sociedad de las Naciones mandata al Imperio Británico la administración de ese territorio palestino.

     

    Nuestro hotel es un refugio neutral fundado a finales del 19 por un grupo católico y es utilizado con frecuencia como sitio de negociación o albergue de misiones internacionales. Está en la zona este de la ciudad, cerca de uno de los campus de la Universidad fundada en 1925 por Einstein, entre otros. Es la zona palestina, ahora gobernada por los israelíes. Pero, ¿cómo se llegó ahí? En 1947 la ONU proclama la creación de un estado judío que nace un año después, Israel. Pero también mandata la creación de un estado árabe, palestino, mandato no cristalizado desde hace 60 años. Jerusalén y Belén debían mantener el estatus de corpus separatum.

     

    Por si fuera poca la complicación, después de la “Guerra de los Seis Días”, surgen los territorios en disputa, que estaban en posesión palestina y fueron ocupados por Israel. Las viejas divisiones territoriales desaparecieron y, de facto, el gobierno israelí tomó posesión. Quizá el principal reclamo palestino es la omisión por décadas de la comunidad internacional sobre este asunto permitiendo así la expansión en los hechos de Israel. Durante el día convivíamos con palestinos en los cajeros automáticos, en las tiendas donde surtíamos comestibles, pero también con los miembros de la Universidad Hebrea. La complejidad nos llevó a leer exclusivamente la historia de la zona, al viajar a Jordania, pieza central del delicado ajedrez, a comprar un cartel enorme de la línea del tiempo de la historia del pueblo de Israel y un mapa para tratar de entender la abigarrada geografía política del lugar plasmada en fronteras caprichosas, retenes y muros. La visita a las zonas palestinas era obligada.

     

    Una semana después de haber estado en Tel Aviv, la ciudad híper liberal que alberga a las representaciones diplomáticas, una bomba estalló en un centro comercial del área en la que nos hospedábamos. Otro día, al transitar en taxi por la zona oeste de Jerusalén, la judía, pedimos al taxista que nos dejara en una cafetería en la cual ya habíamos cenado, con ironía nos dijo, allí hubo 40 muertos por un atentado.

     

    Viajamos al sur, al norte hasta los llamados Altos del Golán, vimos los campamentos de tanques israelíes emplazados para un eventual ataque contra Siria o Líbano, fuimos testigos de las expresiones furibundas de palestinos hartos de su situación de capitus diminutio en la ciudad en la que viven, trabajan, pagan impuestos, pero no pueden votar. Sufrimos los atropellos de la migración israelí al regresar de Jordania, pero también dialogamos con muchos israelíes heridos por la violencia palestina. La complejidad avasalla.

     

    El verano se instaló mientras caminábamos por aquellas calles divididas por el enorme muro metálico que hoy separa familias, vimos a los palestinos caminando entre paredes repletas de grafiti en las zonas que no reciben servicios públicos. Pero también escuchamos sobre las muchas barbaridades palestinas. Desde una terraza nos despedimos de la ciudad, del país, de la zona, convencidos de lo obvio: aquello es un polvorín que puede estallar en cualquier minuto y sacudir al mundo. Hace unos días Trump decidió alterar ese frágil equilibrio. En el estallido no habría vencedores.

     

     

    Qué peligro es la ignorancia. Dios puede conducir al infierno.

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