Editorial
Todos los candidatos a la Presidencia saben que los ciudadanos esperan propuestas para mejorar a México, incluso se reúnen con decenas de asesores, especialistas en cada una de las materias a debatir, publicistas, oradores y hasta maquillistas.
Después de larguísimas reuniones condensan las numerosas problemáticas que afectan al País y después intentan armar un boceto con lo que creen que van a solucionar tal o cual problema, todo para llegar en las mejores condiciones a un debate.
El problema no son las propuestas, ni siquiera su incapacidad para explicarlas o simplemente abordarlas, el problema es que cuando llegan al debate ni siquiera recuerdan para qué se prepararon, la sangre sube a la cabeza y se descubren como realmente son, políticos de medio pelo, incapaces de pensar en otra cosa que no sea insultar a sus adversarios.
La pregunta de fondo es si realmente estamos dispuestos a cambiar a nuestro País. Quizá los candidatos a dirigirnos no sean otra cosa que parte de los problemas que nos aquejan.
Dice José Antonio Meade que hay que subir los salarios, Ricardo Anaya propone que arranquemos con 100 pesos al día y paulatinamente llegar a 200.
Andrés Manuel López Obrador quiere subirlo de golpe al doble y ya entrados en prometer Jaime Rodríguez “El Bronco” propone subirlo a 335 pesos al día.
Nadie explica el impacto de una medida de esta naturaleza, ni siquiera de dónde va a salir el dinero para hacerlo, después de todo coinciden en algo: el monto del salario actual del mexicano es absurdo.
Pero absurdo es todo lo que tiene que ver con nuestro sistema político. Si nos ponemos a pensar en los miles de millones de pesos que nos hemos gastado para observar a estos cuatro candidatos insultarse hasta la saciedad, lo menos que dan son ganas de ponerse a llorar.
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