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"Opinión"

"Dos pejes"

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    Es ya un lugar común afirmar que el mayor enemigo de Andrés Manuel López Obrador es el propio Andrés Manuel. Se le atribuyen pifias cruciales que en sus dos intentos anteriores por llegar a la Presidencia de la República le habrían costado sendas derrotas. Pienso que se exagera. No estoy tan seguro de que aquella frase de “cállate chachalaca” que dirigió al entonces Presidente Vicente Fox Quesada haya tenido tal repercusión como para hacerlo caer en la elección de 2006 frente panista Felipe Calderón Hinojosa. Creo en cambio que muchas de sus contradicciones sí tuvieron un peso específico en el resultado de aquellos comicios.
    Hoy estamos frente a un López Obrador que otra vez parece incomprensible. Durante un par de meses, mientras su popularidad subía ininterrumpidamente en las encuestas de opinión, mantuvo una actitud sorprendentemente ecuánime, serena y hasta simpática,  tierna. Lo vimos en videos persiguiendo cansinamente una paloma por las callejuelas adoquinadas de Guanajuato o apapachando como un niño azorado las tortuguitas recién nacidas en una playa del Pacífico.
    El tabasqueño pareció en efecto asumir el papel de un personaje bonachón y bromista al que todo se le resbala y nada hace enojar. Dejó de hacer mención de la “mafia del poder”, como lo anunció, y se mostró dispuesto a perdonar a todos los pecadores y acogerlos en su arca de salvación sólo a condición de que se arrepintieran. Habló de amnistía para los malosos y de dar una nueva oportunidad a los extraviados. La proclama de “amor y paz”, acompañada del ademán respectivo, sustituyó a sus diatribas contra los corruptos enemigos del pueblo, incluidos por supuesto los empresarios ligados y cómplice del poder político.
    Logró así, calladito y bien portado, escalar de manera espectacular en las preferencias electorales hasta llegar a niveles históricos , al grado de que no pocos lo consideran ya seguro ganador en la elección del próximo primero de julio. Y de pronto, como si se le hubiera metido el chamuco, empieza a dar bandazos inesperados. Algo le pasó, de pronto. El primer síntoma fue su amenaza de soltar al tigre en caso de un fraude electoral, otra vez.
    En los últimos diez días ha sufrido una nueva transformación. Retomó innecesariamente el tema del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y amenazó con detener su construcción en cuanto llegue a la Presidencia. Desató con ello una nueva polémica, que francamente no le hacía falta, de la que no ha salido bien parado. Hizo que el propio Carlos Slim Helú, el hombre más rico y el empresario más poderoso de México, saliera a defender el proyecto aeroportuario, cuya cancelación, advirtió, significaría “detener el crecimiento de México”.
    Andrés Manuel ni siquiera tomó en cuenta las detalladas y fundamentadas razones del magnate. Simplemente lo descalificó. Claro, “con todo respeto”. Aseguró que Slim Helú, uno de los hombres más ricos del mundo, era solo un mandadero de Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto. “Ellos lo cucaron para que me atacara”, dijo, y para que saliera a defender la obra, un barril sin fondo en el que los primeros tienen secretos intereses y de la que el propio director general del grupo Carso es contratista.
    El hecho desató una ola de reprobación contra el pelotero de Macuspana, a quien volvió a culparse de intolerante y obcecado, intransigente. Los organismos empresariales, los técnicos especializados y los sindicatos de trabajadores de la industria aeronáutica lo criticaron duramente. Y el Consejo Coordinador Empresarial canceló el foro que el propio AMLO había propuesto para discutir el tema del NAICM. “No escucha”, dijo el dirigente Juan Pablo Castañón Castañón.
    Para colmo, mientras el propio Peje ponía en circulación un comic en el que abunda sobre las motivaciones aviesas del proyecto y por ende  en la necesidad de su cancelación fulminante, su coordinadora de campaña, Tatiana Clouthier Carrillo, lo contradijo al declarar que la propuesta es para una “suspensión temporal” de la obra, en tanto se revisan los contratos, y no la cancelación definitiva.
    Y no sólo eso. Luego de asegurar en entrevistas que no utilizaría aviones privados durante su campaña, como no utilizaría como Mandatario el avión Presidencial “que no lo tiene ni Obama”, resultó que viajó en una avioneta Cessna particular para trasladarse de Mexicali a Nogales y Guaymas. Y, claro, estalló nuevo escándalo. Nada de malo tiene por supuesto ese traslado, pero sí la flagrante contradicción entre sus declaraciones y sus acciones. Y, peor, si lo del aerotaxi es una mentira. En lugar de aclarar, volvió entonces a nombrar y a acusar la mafia del poder de urdir y emprender una nueva campaña en su contra.
    También arremetió contra las Organizaciones No Gubernamentales y la llamada Sociedad Civil y, de pilón, no asistió  al evento de firma del Pacto por la Primera Infancia, ni signó  el compromiso, como sí lo hicieron sus cuatro contrincantes, desaire que le valió una sonora rechifla y una triste balconeada en los medios.
    En suma, sorprende un Andrés Manuel que cuando navegaba sin problema en aguas serenas hacia su eventual triunfo electoral, a bordo de las encuestas que lo sitúan con ventajas cada vez mayores, justo ante el primer debate entre candidatos presidenciales, dé muestras de preocupante bipolaridad y ponga en riesgo nuevamente su victoria. ¿Pero qué necesidad, carajo?
    Vale ahora preguntarse cuál de los dos pejes, cuyas característica encontradas nos ha mostrado él mismo en las últimas semanas, es el que aspira conducir los destinos de 130 millones de mexicanos a partir del primer de diciembre de 2018. Cuál de los dos será el que gane, si gana; o cual el que pierda, si pierde. Válgame.
    Sinembargo.MX
    @fopinchetti

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