Editorial
Una de las palabras de moda en la política actual es: transparencia. No hay político que no la use, ni funcionario que no la defienda y la haga suya.
En nuestro País, la política ha pasado por infinidad de frases que parecen destinadas a cambiar las cosas, siempre con la idea de mejorar, por supuesto. Desde los tiempos de don Porfirio, aquella frase de “orden y progreso” trataba de espantar los fantasmas del caudillismo e inaugurar una época de desarrollo, claro en poco tiempo la frase se convirtió en un sinónimo de garrotazos, cárcel y exilio a lo que no pensaran igual que el dictador.
A Plutarco Elías Calles, el Jefe Máximo, le gustaba hablar de educación, “libros” era una de sus palabras preferidas, mientras Lázaro Cárdenas defendía la palabra “demócrata”, invitando a respetar a la oposición, mientras su partido operaba en contra de ella.
La “renovación moral” de Miguel de la Madrid fue otra de las grandes frases de moda en la política mexicana, que por supuesto, nunca se convirtieron en políticas reales, y mientras se repetía como disco rayado, la corrupción seguía creciendo en el País.
Después se puso de moda la palabra “solidaridad”, de Carlos Salinas de Gortari, una palabra que había usado el polaco Lech Walesa, y que el chaparrito mexicano la adoptó para fincar un imperio político que se le desmoronó en menos de seis años.
El problema es que las modas no construyen realidades si éstas no se convierten en hechos.
Hoy, la palabra “transparencia” sirve para hacer comisiones, departamentos, direcciones y toda una parafernalia de Gobierno, que de paso nos cuesta cantidades ingentes de dinero, y que da trabajo a montones de funcionarios que hacen como que trabajan mientras sus jefes deciden para que sirve la “transparencia”.
Por lo pronto, en Mazatlán los regidores enterraron durante los próximos cinco años cualquier información que tenga que ver con el Tiburonario, la obra que se ha convertido en un monumento a la corrupción y una afrenta a esa palabra que cada día pierde más significado.
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