@rodolfodiazf
Es común juzgar la grandeza de las personas por su riqueza, bienes, renombre social o cargos políticos que desempeñan. En cambio, se menosprecia a las personas humildes, sencillas y anónimas. A éstas últimas se les considera estériles, anodinas, sin valor y totalmente descartables.
El Papa Francisco, al presidir la celebración de la Virgen de Guadalupe en la Basílica de San Pedro, señaló que Isabel (la prima de María), a pesar de ser estéril, pudo entonar el “Magníficat” o cántico de la fecundidad.
Precisó que en tiempos de Jesús, la esterilidad era considerada como un castigo divino o un signo de vergüenza debido a un pecado propio o familiar. Las mujeres estériles eran excluidas y consideradas poca cosa. Si para algo servían era para dar a luz, pues eran consideradas al nivel de los infantes y no tenían demasiados derechos.
Hoy, recalcó el Pontífice, podemos constatar que también los indígenas y las mujeres son considerados personas de poca monta. Incluso, en ocasiones, ellos mismos se consideran indignas de levantar la mirada, como le sucedió a Juan Diego al ser elegido embajador de la Virgen: “yo en verdad no valgo nada, soy mecapal, soy cacaxtle, soy cola, soy ala, sometido a hombros y a cargo ajeno, no es mi paradero ni mi paso allá donde te dignas enviarme”.
No obstante, nadie puede ser excluido por su sexo, raza o situación socioeconómica. Isabel, la que no podía tener hijos llevó en su seno al bautista, el precursor de la salvación. “En ella, entendemos que el sueño de Dios no es ni será la esterilidad ni estigmatizar o llenar de vergüenza a sus hijos, sino hacer brotar en ellos y de ellos un canto de bendición”.
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