"El fanatismo que nos divide"

Varias personas importantes en mi vida son verdaderos amantes del futbol. Ven en él no sólo un gran deporte, sino un fenómeno que mueve masas y que refleja los verdaderos colores de una sociedad, por lo que este fin de semana, cuando presencié mi primer partido de futbol, en el que se enfrentaron los equipos femeninos del América y de las Monarcas, y que además fue en el Estadio Azteca, no pude evitar preguntarle a uno de mis acompañantes si consideraba que la intolerancia a otros equipos es igual de mala a la intolerancia a personas con colores de piel, religiones, ideologías y sexualidades diferentes a la propia.

 

Debido al frenesí del partido no tuvimos la oportunidad de comentar mucho sobre el tema, sin embargo, me quedé pensando en cómo el fanatismo deportivo refleja otros tipos de fanatismo, aunque sean más venenosos y destructivos. No es ningún secreto que así como existe tensión entre los seguidores del Barcelona y el Real Madrid, o el América y los Pumas, entre conservadores y liberales, machistas y feministas, ateos y creyentes, también existen muchos conflictos. Me queda claro que no es lo mismo detestar a alguien porque apoya a un equipo que te desagrada a detestar a alguien por cosas con un peso mucho mayor, pero el odio es odio, sin importar por dónde se le vea.

 

Si entran a Youtube y buscan videos de peleas entre diferentes aficionados deportivos se encontrarán con una serie de escenas que no se distinguen tanto a aquellas que he visto en enfrentamientos entre racistas “blancos” y minorías que protestan, o entre estadounidenses falsamente patriotas e inmigrantes. El tipo de agresiones que encontré en dichos videos bien las pude haber visto en aquellos mini documentales que han hecho medios como el New York Times o Univisión sobre los seguidores de Trump o los neonazis.

 

Y en los comentarios la guerra continuaba con una serie de insultos sin pies ni cabeza, basados únicamente en rencor y sin argumento alguno. No obstante, lo que me llamó más la atención del asunto, es que aquellas personas que opinaban negativamente, pero no sobre los equipos, lo hacían sobre los mexicanos en general, afirmando que “por eso no nos quieren en Estados Unidos” o que por “puercos” como esos votaron por Trump.

 

Los hinchas de los deportes ven las cosas de una forma parecida a lo que los civiles ven en los conflictos políticos. Todo es subjetivo, porque nuestros perfiles e historiales nos hacen imposible percibir las cosas de la misma manera. El día del juego le pregunté a mi amigo “¿cómo escoge una persona a qué equipo irle?, ¿por qué le vas al Cruz Azul?”. Su respuesta fue lo que imaginaba que sería. “Porque es el equipo al que le van mis padres; porque es el equipo que apoya mi colonia; porque es el equipo que iba ganando cuando me empecé a interesar en el futbol”. Así como algunos son católicos porque su familia es católica, y otros son priistas o panistas porque ese es el partido con el que se identifican sus círculos sociales, los equipos deportivos a los que seguimos nacen de cuestiones igual de personales.

 

Aquél sábado, un fanático de las Chivas, otro del América, otros de Pumas, uno del Puebla, otro del Cruz Azul, uno de los Venados de Yucatán y una chica a la que le son irrelevantes se sentaron juntos, como amigos que son, para presenciar un torneo. No estoy diciendo que sea una imagen conmovedora ni nada por el estilo, pero en una declaración idealista los voy a dejar con esto: entiendo lo que es amar un equipo, así como sé lo que es amar a tu gente, a tu idioma, a tu Dios o a tu País; me consta que amar a un jugador es parte de nuestro sentido de pertenencia y de identidad, pero el fanatismo, no importa hacia quién esté dirigido, cierra mentes y corazones. Estoy convencida de que no vale la pena.

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Twitter: Aless_SaLo