"El florecer del almendro"

Es normal que una persona se desanime cuando pasa por un trago amargo, sortea innumerables calamidades y todo permanece oscuro y sombrío a su alrededor. Sin embargo, en esos momentos de prueba y crisis es cuando se deben mantener más vivos el bastón de la paciencia y la llama de la esperanza.

Cuando el antiguo Israel pasó por un momento álgido, Dios le aseguró al profeta Jeremías que Él velaba de su pueblo, empleando el simbolismo del almendro. “Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: “¿Qué estas viendo, Jeremías?” “Una rama de almendro estoy viendo”. Y me dijo Yahveh: “Bien has visto. Pues así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla” (Jr 1, 11-12).

Para garantizar la eficacia de su promesa, Dios le pidió a Jeremías que saliera al campo y contemplara cómo el árbol del almendro florecía en invierno, anticipándose al tiempo idóneo de la primavera.

El almendro es el árbol que florece primero, por eso se le conoce como el árbol que vela, vigila o sabe escuchar. Por medio de esta metáfora, Yahveh certifica que está cerca y protege a su pueblo, a pesar de que aún esté en el invierno de su historia. El crudo clima no durará para siempre, las circunstancias extremas y condiciones externas no tendrán la última palabra. Retomando esta metáfora, el poeta Kasantzakis también escribió: “Dije al almendro: “Háblame de Dios”. Y el almendro floreció”.

Cada uno estamos llamados a ser como el almendro. No es lícito quejarse del invierno, de las espinas, de la falta de abono, de la temprana hora, de las malas condiciones del terreno, de que los demás árboles todavía no florecen.

Nuestra misión no consiste en hablar de Dios, sino en mostrarlo, floreciendo primero.

¿Imito al almendro?

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@rodolfodiazf