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"LA NUEVA NAO"

"El pequeño ciruelo"

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LA NUEVA NAO
10/06/2017

    En mi libro “Kung Fu en una Taza de Té” (Bresca, 2014) recojo una colección de enseñanzas chinas —muchas de ellas de las riquísimas y famosas tradiciones marciales— por medio de cuentos y alegorías, así como de experiencias de entrenamiento. El siguiente es un cuento clásico proveniente del budismo zen, que aparece en dicha colección:
    Un día, un maestro famoso aceptó bajo su tutela directa a un joven que tomó los votos en el templo y demostró su fervor para el estudio. El joven adoptó el nombre de ‘Pequeño Ciruelo’, más o menos como el nombre de ‘Saltamontes’, que recordarán los lectores que tengan cierta edad y que hayan visto a David Carradine en los años 70. El Pequeño Ciruelo fue el alumno más aventajado del maestro, y antes de los 35 años se convirtió en un monje famoso por su erudición. El maestro le enseñó que uno de los preceptos más importantes para la meditación era el de no tomar en cuenta las palabras de los libros, sino las propias revelaciones al ir profundizando en la reflexión. Tras unos años, el Pequeño Ciruelo, ya como maestro, dejó el templo y se dirigió a unas villas lejanas en las montañas, donde tomó su nueva residencia y empezó a enseñar. En poco tiempo su erudición y su entendimiento le granjearon la simpatía y la admiración de la gente de ese distrito y su nombre se hizo famoso.
    Con el tiempo, su fama llegó por boca de varios viajeros de regreso al templo donde aún estaba su viejo maestro. Al escuchar cómo se hablaba de su alumno, llamó a otro de los jóvenes monjes y le dijo: “Ve a buscar al Pequeño Ciruelo y dile que el precepto que conoce ha sido cambiado: lo más importante es tomar en cuenta las palabras de los que han venido antes y escrito libros, y dejar de lado las propias visiones”. El joven monje tomó su bolsa de viaje e hizo el largo recorrido hasta las montañas donde vivía el Pequeño Ciruelo, a quien finalmente encontró reposando bajo la sombra de unos árboles, al lado de un templo pequeño. Cuando se presentó con él y le comunicó el mensaje del maestro, vio cómo se quedaba en silencio por un largo rato, como sumido en profundas reflexiones, para finalmente decir: “El maestro se equivoca”.
    El monje se sorprendió al oír semejante respuesta y, tras descansar esa noche en la pequeña aldea, al día siguiente se despidió y emprendió el camino de regreso. Cuando volvió al templo, le comunicó con preocupación al maestro las palabras que había escuchado. El maestro asintió y sonriendo, dijo, “El Ciruelo ha madurado”.
    El autor es académico ExaTec y asesor de negocios internacionales radicado en China

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