|
"Opinión"

"El valor de la laboriosidad"

""
17/03/2017

    Jorge del Rincón Bernal

     
    La laboriosidad significa hacer con cuidado y esmero las tareas, labores y deberes que son propios de nuestras circunstancias. El estudiante va a la escuela, el ama de casa se preocupa por los miles de detalles que implican que un hogar sea acogedor, los profesionistas dirigen su actividad a los servicios que prestan.
     
    Pero laboriosidad no significa únicamente “cumplir” nuestro trabajo. También implica el ayudar a quienes nos rodean en el trabajo, la escuela, e incluso durante nuestro tiempo de descanso; los padres velan por el bienestar de toda la familia y el cuidado material de sus bienes; los hijos además del estudio proporcionan ayuda en los quehaceres domésticos.
     
    Al mantenernos en constante actividad, adquirimos una mayor capacidad de esfuerzo, nos hacemos más responsables y llevamos una vida con orden; conscientes de que la laboriosidad no es un valor para lucirlo en un escaparate, sino un medio para ser más productivos, eficientes y participativos en todo momento.
     
    La laboriosidad suele considerarse como un valor moral o una virtud. Gracias a ella, la labor (el trabajo) pasa de ser algo obligatorio o necesario, a algo que nos enaltece. Implica realizar las tareas con esmero, atendiendo a los detalles y tratando de conseguir el mejor resultado posible.
     
    La grandeza de la laboriosidad es tal, que con esfuerzo, el trabajo se convierte en una fuerza transformadora y de progreso.
    Supongamos que un hombre se dedica a vender refrescos en el tren. Sabe que, si trabaja cinco horas al día, consigue el dinero necesario para comer y para mantener a su familia. Sin embargo, con laboriosidad, decide trabajar ocho horas al día para conseguir más dinero, ahorrar y poder comprar una casa.
     
    La laboriosidad, por lo tanto, es hacer algo más que cumplir con lo imprescindible, lo obligatorio o lo mínimo necesario. 
    Es importante, de todas formas, no confundir el esfuerzo con la adicción al trabajo ni con la explotación. Una persona tiene derecho a disfrutar de tiempo libre y necesita descansar, sin que eso implique pereza o una falla moral.
     
    San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, escribió que “el trabajo es una enfermedad contagiosa, incurable y progresiva”. Uno de los síntomas claros de esta enfermedad consiste en no saber estar sin hacer nada. El deseo de dar gloria a Dios es la razón última de esa laboriosidad, de ese afán por santificar el tiempo, de querer ofrecer a Dios cada minuto de cada hora, cada hora de cada día... cada etapa de la vida. El que es laborioso aprovecha el tiempo, que no sólo es oro, ¡es gloria de Dios! Hace lo que debe y está en lo que hace, no por rutina, ni por ocupar las horas, sino como fruto de una reflexión atenta y ponderada”.
     
    La laboriosidad es importante porque permite realizar muchas cosas buenas. La duda puede surgir cuando aparece el cansancio. Entonces, la laboriosidad se vería como un bien, sólo si el trabajo tiene sentido. Por esto, a veces se excusa a los alumnos holgazanes diciendo: no está motivado. Es decir, no se ve un motivo que impulse su actuación.
     
    La razón básica de la laboriosidad es que esta virtud permite realizar tareas abundantes y valiosas, de modo que los motivos para trabajar se encuentran observando el valor de lo que se realiza y cómo se realiza;  se trabaja no sólo para conseguir algo, un bien o una satisfacción personal, sino para alcanzar el mismo cielo, para perfeccionarnos, ya que todo trabajo honrado y bien hecho nos eleva a la categoría  propia de los seres humanos. Si lo que se alcanza vale la pena, es gracias al esfuerzo laborioso de quienes lo han abrazado. Por desgracia, hasta ahora, nuestros gobiernos no han sido ejemplares en educar al pueblo mexicano en esta virtud, tan imprescindible no sólo para crecer, sino para el desarrollo humano.
     
    Tengo un buen recuerdo de mi padre, que llegó de Sonora a la ciudad de Culiacán, y quien se dedicó a su trabajo con tal laboriosidad, que el “culichi” Jorge Almada, muy estimado por la sociedad local, salía a las calles con música y gritaba: “Ya vino de Sonora Francisco del Rincón y nos va a enseñar a trabajar”.
    Mis amables lectores, después de compartirles este gran valor, los invito a apreciarlo y transmitirlo a las nuevas generaciones. No olviden ponerlo en práctica, ¡aunque haya puente este fin de semana!

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!