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"Opinión"

"Encuentros del tercer tipo"

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    Este no es un buen momento para hacer un primer contacto con los extraterrestres; podrían decirnos “llévenos con su líder” y no sabríamos qué hacer. “Nuestro líder está ocupado con su twitter en este momento. ¿Qué tal si los llevamos con Oprah? Les caerá muy bien”. Palabras más palabras menos, lo anterior es un chiste del comediante Jimmy Kimmels. Pero como tantas otras veces, el humor es más revelador que un ensayo: nuestros líderes son impresentables.
     
    En el hipotético caso que los alienígenas llegaran a México el aprieto no sería menor. “Ahorita no puede, está jugando golf”, en el caso de que el arribo fuera en fin de semana. “Está ocupado, Videgaray lo llamó a una reunión”, si fuera entre lunes y viernes.
     
    Donald Trump y Peña Nieto tienen algo más en común que un copete distintivo. Los dos descubrieron pronto que los aplausos de campaña no se convierten en apoyo de la gestión presidencial. Los dos se sienten incomprendidos por el resto del mundo y achacan a la prensa la construcción de un ambiente que les es adverso.
     
    Después de dos semanas negras, Trump decidió salir de Washington y convertirse otra vez en candidato. Esto de gobernar le está saliendo muy mal. Los jueces no se avienen a sus designios, la prensa desenmascara sus mentiras y exageraciones, la clase política rechaza a sus candidatos al gabinete, y para colmo las tiendas se deshacen de las marcas de su hija Ivanka. Y, a juzgar por su twitter, esto último es lo que más le dolió (lo cual confirma, como decía Kimmels, que es un jefe de Estado impresentable).
     
    Así que para consolarse, sus asistentes lo llevaron este viernes a la fábrica de aviones Boeing en Carolina del Sur, un estado donde ganó por 15 puntos de diferencia, y le organizaron una reunión con los trabajadores. Allí el Presidente pudo ser otra vez el candidato Trump, olvidarse de la aburrida agenda de la gobernabilidad o la política exterior, que no entiende ni le interesa, y solazarse en la docena de frases e invectivas que le funcionó tan bien en su campaña Make America great again. En un mitin preparado por la Casa Blanca durante días, centenares de obreros vitorearon las trilladas consignas de traer de regreso los empleos a Estados Unidos. Las crónicas dan cuenta de un Trump exultante y feliz.
     
    Lo cual me recuerda las fotos que la prensa oficialista nos regala cada semana de un sonriente y energético Peña Nieto, captado en medio de cientos de personas enfebrecidas que buscan estrechar su mano. No sé de dónde sacan Los Pinos tantos buenos actores, considerando que estamos en un país en el que apenas diez por ciento de la población le aprueba (bueno sí sé, el hambre, pero explicarlo excede los límites de este texto).
     
    Desde hace un par de años los colaboradores del Presidente mexicano, como ahora comienzan a hacerlo también los del estadounidense, hacen milagros logísticos para llevar al mandatario ante públicos afines y domesticados a darse un baño de pueblo. Y no obstante, de vez en vez no pueden evitar la niña que lo encara por la corrupción o la viuda que le reclama al marido muerto.
     
    Otro rasgo que tienen en común ambos mandatarios es asumir que el mensajero tiene la culpa del mensaje. No es que lo estén haciendo mal; es que la prensa solo informa de lo que no funciona. La Casa Blanca y Los Pinos creen que la “mala vibra” en contra de ellos es resultado de la difamación y la distorsión propalada por los medios. Trump está convencido de que es un tipo genial, y Peña Nieto de que su gobierno no es corrupto o, si lo es, nomás tantito. Lo demás es exageración de los reporteros.
     
    Lo dicho: impresentable, sobre todo a los visitantes de otra galaxia. Si en Estados Unidos sugieren a Oprah, habría qué pensar a quién podríamos recurrir en el caso de que un extraterrestre pida conocer a nuestro líder. ¿Alguna sugerencia?
     
     

    @jorgezepedap

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