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"Opinión"

"Envejecer con dignidad"

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13/10/2017

    Joel Díaz Fonseca

    No soy fan del cantautor guatemalteco Ricardo Arjona, pero me gusta una que otra de sus canciones, como la que dedica a las señoras maduras: “No le quite años a su vida, póngale vida a los años, que es mejor”, le dice a su imaginaria interlocutora.
     
    Y vale lo mismo para la mujer que para el hombre. Con muchas excepciones, por supuesto, uno y otro se esfuerzan todos los días en tratar de engañar no solo a los demás, sino al espejo. 
     
    Hombres y mujeres se pintan el pelo o recurren a las cirugías tratando de ocultar las arrugas. Hay algunos hombres, que, si bien no se pintan el pelo, recurren a los tintes para ennegrecerse el bigote.
     
    Pero todos en su fuero interno están conscientes de que el tiempo no se detiene, y que si no hacen lo necesario para darle sentido a los años que les restan por vivir tendrán una senectud traumática, porque su retrato aspiracional de Dorian Grey es tan efímero como una vela encendida. Al derretirse, la cera se derrama por los bordes y chorrea por todos los lados, y al extinguirse la flama de la pavesa, se convierte apenas en un hilillo de humo.
     
    Si no hay algo más en el corazón de una persona, eso será todo. Su vida se consumirá sin ninguna utilidad, a pesar de todos los tintes, afeites y cirugías, y al final voltearán hacia atrás y verán que perdieron el tiempo buscando afuera lo que hubieran podido hallar en su interior si se hubieran esforzado un poco.
     
    Me enviaron hace un par de días un videoclip en el que se muestra cómo van cambiando los rasgos de una persona con el paso de los años. El efecto se logra con el escaneo de las imágenes captadas a lo largo de toda su vida. Se superponen de manera progresiva y de esa manera puede verse la transformación de un joven en un viejo.
     
    Todas las personas que aparecen en ese proceso de transformación son actrices y actores famosos, algunos vivos todavía: Liz Taylor, Audrey Hepburn, Clint Eastwood, Sean Connery, Paul Newman, entre otros.
     
    Lo sorprendente es que el semblante de la mayoría de ellos muestra que llegaron a la vejez con una gran serenidad y -¿por qué no?-, con dignidad.
     
    La mayoría dedicó o ha dedicado buena parte de su vida y de sus recursos a ayudar a los más desprotegidos, creando fundaciones para apoyar, por ejemplo, la lucha contra el cáncer o el sida, para combatir la hambruna y muchas enfermedades, incluso para apoyar a niños y jóvenes que no pueden asistir a la escuela o a la universidad porque tienen que trabajar para ayudar a la economía familiar.
     
    Por eso la mayoría de estos actores tienen un semblante sereno y una sonrisa de satisfacción que sobresale sobre las arrugas. Es el semblante de quien sabe que ha cumplido con su deber, o que ha contribuido a que la situación de miles, de cientos de miles o de millones de personas sea menos penosa y menos difícil. Es el ponerle vida a los años de que habla Arjona.
     
    La vida no puede ser solo diversión ni solo pasársela acostados, viendo la televisión o enfrascados en los videojuegos. Tampoco sentarse a la mesa chateando, sin voltear a ver, y mucho menos dirigirles la palabra, a quienes comparten ese momento de encuentro familiar o comunitario que es la comida.
     
    Envejecer con dignidad debe ser la aspiración de todo ser humano. Durante muchos años se creyó que, al envejecer, los elefantes se dirigían por sí solos a un sitio en el que nadie les echara en cara su inutilidad ni los viera morir. Hoy se sabe que no existen tales retiros ni santuarios de elefantes, pero vale ese símil para entender lo que significa envejecer con dignidad.
     
    Es llegar al final del camino con la satisfacción de haberle dado a la vida un sentido de utilidad, de haber hecho todo lo que estaba al alcance de nuestras manos para hacer de la nuestra una mejor sociedad, para hacer nuestra humanidad más humana, valga la redundancia.
    Ah, y todo esto sin esperar ningún tipo de recompensa.
     
    Si esperamos que se nos dé algún tipo de recompensa por hacer algo en favor de otros, estamos corrompiendo el espíritu de servicio que es parte inherente de nuestro ser, pero que por negligencia, avaricia o codicia dejamos que se asfixie en nuestro interior.
     
    Cuando León Gieco expresa su deseo de que “la reseca muerte” no lo encuentre, vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente, está delineando ese ideal estado de cosas al que todos debemos aspirar, que es envejecer con dignidad, llegar al final de la vida con la satisfacción de haber cumplido con nuestros deberes y, sobre todo, no habernos aprovechado de nadie.
     
     
     

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