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"Opinión"

"¿Es viable un frente?"

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    La historia de los frentes, coaliciones o alianzas en México ha sido fallida por falta de voluntad política y de visión, por ambiciones personales y por reglas electorales que los dificultan. La excepción fue el Frente Democrático Nacional (1987) que unió a una corriente del PRI con la izquierda del momento.
     
    En ausencia de segunda vuelta lo que hemos presenciado son fenómenos políticos que no se asemejan para nada a lo que en otros países se conocen como “frentes”. México ha experimentado alianzas que terminan al día siguiente de la elección y que no han tenido, más que en el papel, programas y compromisos compartidos (Puebla, Sinaloa o Oaxaca en 2010). El otro fenómeno es el de las negociaciones u operaciones políticas de última hora para movilizar el voto de los seguros perdedores hacia la opción menos rechazada: el voto útil en favor de Fox (2000) o el operativo de las últimas semanas de gobernadores priistas en favor de Calderón para evitar la llegada de AMLO. 
     
    Un frente con sentido político significativo implicaría no solo una alianza de dos o más partidos en torno a un candidato electoral sino: a) la obligación y responsabilidad de un método de selección del candidato aceptable y aceptado por sus integrantes; b) el compromiso y capacidad de poner las estructuras electorales de cada uno en favor de ese candidato; c) un programa de gobierno y una plataforma legislativa compartidos y; d) un gabinete o equipo de gobierno acordado. Todo esto requiere, a su vez, disciplina, control y algún tipo de “sacrificios personales”. Estos atributos no abundan en la política mexicana.
     
    La idea del Frente Amplio Democrático planteado inicialmente por los dirigentes del PAN y el PRD con posibilidad de ampliarlo a otros partidos y a otros individuos/sectores de la sociedad es más que respetable, pero su viabilidad se ve cuesta arriba. 
     
    Las interrogantes son muchas y no tienen que ver necesaria, ni principal, ni fundamentalmente con diferencias ideológico-programáticas. En un contexto muy distinto, en las elecciones federales de Alemania de 2005 acabaron por formar gobierno los partidos tradicionalmente adversarios (demócrata-cristianos y socialdemócratas) en una “gran coalición” en donde cada uno cedió parte de su programa inicial. O sea, se puede. 
     
    Lo más cercano a un frente en la historia reciente de nuestro país no se dio en el ámbito electoral sino en el de un programa gubernamental y legislativo impulsado por los tres partidos principales y que en ese momento controlaban el 89 por ciento de los asientos en el Senado y el 86 por ciento en la Cámara de Diputados: el Pacto por México. Mostró la disposición del Ejecutivo ya electo y de las tres fuerzas políticas más importantes a dialogar, buscar acuerdos y transformarlos en compromisos; simbolizó el reconocimiento de la pluralidad y la voluntad inicial de construir una agenda legislativa y administrativa desde la diversidad. Se hicieron 95 compromisos y se acordaron los plazos para llevarlos a cabo. Fue un gran logro, pero en él la repartición del poder ya estaba dada y por tanto no había que entrar a ninguna negociación de reparto de cargos de elección ni de equipo de Gobierno. 
     
    Un frente electoral requiere de muchos más asuntos a negociar. El primero es si las élites partidarias de cada partido podrán convencer a sus bases y si el precio de la coalición sería costeable electoralmente por las probables deserciones. El segundo es si alguno de los dos partidos va a dejarle al otro la candidatura madre o sea la presidencial. Lo obvio sería que el partido con más apoyo electoral “llevara mano”. Pero también podrían adoptar, como ha sugerido H. Aguilar Camín con inventiva y tino un método a través de encuestas y debates (Día con Día, Milenio, 3 a 6 de junio). Un método que, además, abriría la puerta a la posibilidad manifestada por los dirigentes del PAN y del PRD de atraer a las opciones no partidarias. 
     
    La idea del Frente tiene un contexto peculiar: el del reconocimiento de la dispersión electoral y de la dificultad de que un partido obtenga por sí solo un triunfo que le permita condiciones mínimas de gobernabilidad. Su propósito es claro y válido: ganar las elecciones a un PRI que ha decepcionado en su regreso al Gobierno y a un AMLO que promete una opción radical en una dirección que a muchos no convence. Un Frente que, según consta en un documento del CEN del PRD, “acuerde una coalición electoral ganadora y un Gobierno de coalición que actuará con una nueva forma de hacer política” y que “de modo incluyente le proponga a la nación una agenda, común, progresista, democrática y liberal”. 
     
    Pero, aún en el caso de que el Frente sorteara los obstáculos mencionados (posible diáspora, método de selección, acuerdos, equipo de gobierno y reparto del poder), el triunfo que vislumbra está lejos de estar garantizado si atendemos a su actual fuerza electoral y puede acabar propiciando un fraccionamiento entre tres bloques con similar fuerza numérica (más/menos un tercio de los votos cada uno) y en el que el resultado final será “un volado”. La alternativa la ha planteado una y otra vez Manlio Fabio Beltrones: un Gobierno de coalición.
     

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