|
"Opinión"

"Fortalezas y debilidades partidarias"

""
16/03/2018

    Arturo Santamaría Gómez

    De los tres principales partidos que contienden en las elecciones de 2018, el PRI tiene el candidato políticamente más débil e inexperto, pero cuenta con la maquinaria electoral más extendida y aceitada. El PAN presenta un candidato políticamente muy hábil pero a la vez exhibe ambiciones desmedidas de poder y dinero que lo están debilitando. Lo malo para Anaya es que él se ha encargado de dividir a su partido como no se había visto desde hace varias décadas y, por lo tanto, su aparato electoral se encuentra débil. López Obrador es el candidato más fuerte y experimentado pero MORENA es el partido con menos cuadros experimentados y no puede ocultar una débil estructura electoral.
     
    Meade es un experimentado tecnócrata y cuenta con una refinada educación universitaria, pero eso no lo habilita como un buen candidato porque, para serlo, necesitaría ser un buen político y no lo es. Tan no lo es que no ha podido deshacerse de la sombra de Peña Nieto, cuando esta le estorba. Para ser un buen político, según Maquiavelo y otros clásicos de la ciencia política, es necesario tener un instinto de poder, y en la campaña Meade no lo ha demostrado. Cualquier estudioso u observador atento de la política mexicana sabe que en la tradición priista  el candidato tricolor a la Presidencia en las primeras semanas se equilibraba en poder con el Presidente que lo había destapado y ya en pleno fragor electoral se convertía en la figura principal de partido e incluso empezaba a influir en las políticas de Gobierno. Aun sin ser militante priista a estas alturas Meade ya debería tener el control del PRI y de su campaña pero no tiene ni lo uno ni lo otro. Peña Nieto y otros lobos tricolores no se lo han permitido. Es obvio que Meade tiene muy poco poder. Apenas sí le ha alcanzado para meter a Mario Zamora como candidato a Senador en Sinaloa.
     
    La única vía por la que Meade puede fortalecerse es a través de la fuerza del Estado. Precisamente eso es lo que está intentando Peña Nieto a través de la Procuraduría General de la República, la SEDESOL, Gobernación y otras dependencias públicas. De hecho, más que el PRI la fuerza principal de la campaña de Meade es ya el Estado en todos sus niveles. El día de las elecciones el aparato electoral de Meade va a ser, como siempre lo ha sido, una combinación de la burocracia gubernamental y la militancia del partido que con frecuencia son lo mismo.
     
    Anaya ha provocado muchas divisiones pero tiene las riendas de su partido, por cierto en el más tradicional estilo de los priistas. Para ejemplificarlo, tan sólo veamos cómo Roberto Cruz abiertamente declara que espera que el queretano se decida por él. Es decir, no deciden las estructuras del partido sino un hombre: Anaya. Con el queretano el PAN renunció definitivamente a sus tradiciones democráticas, proceso que ya había iniciado Felipe Calderón cuando se convirtió en el inquilino de Los Pinos.
     
    Esas divisiones han debilitado notablemente el cuerpo electoral albiazul. En esas condiciones, por más que Anaya sea inteligente y tenga un poderoso instinto de poder, sin olvidar a la brutal embestida del Estado que enfrenta, las posibilidades de éxito del candidato panista son cada vez menores.
     
    El Peje o Andresmanuelovich, como usted quiera llamarlo, carga con el peso de su campaña y la de otros. Él es quien hace la fiesta a todos los candidatos morenistas en el País. El partido es débil e inexperto en lides electorales. No tiene aun a todos los representantes de casilla para el 1 de julio. En Sinaloa y en otros estados está muy rezagado en este andamiaje.
    MORENA depende en exceso del tabasqueño y éste centraliza casi todas las decisiones importantes. Es el político con más tablas, con mayor conocimiento de la gente y del territorio nacional, tiene una visión de Estado, pero su partido no es sólido. Muchos candidatos locales nomás esperan cuántos votos les va a sumar López Obrador y se mecen en la hamaca. En realidad, MORENA, a pesar de numerosos candidatos locales y gracias al Peje, va a ganar abundantes posiciones municipales, estatales y federales, pero es un partido que bebe de la fuente de un solo hombre.
     
    La gran debilidad personal de López Obrador es su sorprendente insistencia en escoger frases desafortunadas. Una de ellas, “¡Al diablo con las instituciones”!, por más que haya sido descontextualizada, fue un enorme error que influyó para debilitarlo en otro proceso electoral. En el actual haber dicho ante los banqueros que “si hay fraude electoral, a ver quién amarra al tigre”, fue totalmente innecesario, gratuito porque, en efecto, muchos, pero muchos mexicanos, como yo mismo y en su más reciente libro Alberto Barranco, ex consejero del IFE, pensamos que Peña Nieto y el PRI harán todo lo posible para que Meade gane mediante un fraude, él como candidato no puede decirlo, aunque lo crea, porque se le echa encima todo el aparato mediático oficialista para tratar de triturarlo.
     
    En fin, a inicios de siglo la política mexicana experimenta tal crisis sistémica, que sus partidos tienen más debilidades que fortalezas y sus candidatos presidenciales.
     
    Posdata.
    Otro ejemplo de despertar cívico que demuestra las ganas de los sinaloenses de ser ciudadanos completos: en el Fraccionamiento Sábalo Country, en Mazatlán, sus habitantes han salido a protestar contra la violación a los  reglamentos de construcción de la ciudad. Tratan de impedir que se erijan arbitrariamente gigantescos condominios que afectarían gravemente la vida del barrio.
     

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!