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"Opinión"

"Furia digital y muerte"

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    Con un abrazo para Héctor de Mauleón.
     
     
    Cuerpos con vestidos veraniegos tirados en el piso; de nuevo rostros de pánico, de dolor, de estupor, todo mezclado. La reacción, tanto oficial como popular, fue la esperable: no tenemos miedo, no pasarán. Pero en los hechos, sí tenemos miedo y en su lógica van ganando.
     
    El inicio del Siglo 21 ya quedó marcado por el nuevo terrorismo, una modalidad muy eficiente que apunta a la vida cotidiana y, sin demasiados recursos, dan en la diana. Calles pletóricas de paseantes, como en Niza, Barcelona, Berlín hace menos de un año, sitios para la convivencia y la diversión como en París, estaciones de tren y aeropuertos. Occidente tiembla pues han tocado sus santuarios. Pero la mayoría de los muertos están en otras zonas del planeta. Wikipedia lleva un conteo, una lista que no hace más que crecer. Las columnas son las inevitables: fallecidos, heridos, perpetradores fallecidos ubicación y fecha. En el tipo de atentado se lee, tiroteo, camión o coche bomba, ataque suicida, proyectil o mezclas. Para el 2017 los 50 atentados más importantes, (sin Barcelona) suman más de cuatro mil muertos, la mayoría de ellos en Afganistán (856), Irak, Siria, Somalia, Pakistán y Nigeria (267).
     
    Es entonces una modalidad universal que atiende a muy diferentes odios, pasiones y fanatismos. Es allí donde el fenómeno se sale de madre. El odio, los odios, están desatados en todo el mundo y los instrumentos de hoy para lograr la muerte son parte de la modernidad cotidiana. El proceso civilizatorio ha tropezado y las peores pasiones no tienen brida, lo mismo en Oriente medio, que en Asía central o el centro de Europa. El sábado pasado cientos de neonazis marcharon por Berlín para rendir homenaje a Rudolf Hess. Una semana antes los supremacistas mataron en Virginia. Las esvásticas, las antorchas al estilo Ku Klux Klan, han ondeado igual Charlottesville que en Berlín. Llega Boston, la ciudad liberal por antonomasia.
     
    Las llamadas “sociedades o grupos de odio” rondan en EU el millar desde hace décadas. Por momentos parecieran agrupaciones clandestinas, la posibilidad de la muerte como parte de sus estrategias es uno de sus sellos distintivos. La idea de aniquilación del otro, sea quien sea, puede ser un objetivo central y rige las vidas de los “socios”, “socios” con educación formal, con vivienda, con televisión, con celular, habitantes de países pobres y ricos. Ellos también son producto de la modernidad. Y claro, el discurso irresponsable y provocador de Trump los hace sentirse en casa. “Lamento que defender los intereses de la raza blanca sea racista”, lanzó con toda tranquilidad David Duke, un ex líder del KKK racista y antisemita que fue recibido como un héroe, por la multitud que defendía la estatua del General confederado Robert E. Lee. Que la guerra sea algo cruel, en la lectura del General, servía para “...llenar nuestros corazones con odio en vez de amor al prójimo”. Diáfano. 
     
    Cómo medir el efecto Trump. Va desde la actitud hacia los mexicanos de los agentes de migración de ese país, hasta el horror en su insinuación de matar a un sospechoso detenido invocando al General Pershing. Las barbaridades de Trump dejan huella, tienen efecto en cascada que no sabemos hasta dónde llegará. Qué contraste con Obama, citando a Mandela tuiteó que el odio se aprende, pero que ese mismo ser humano puede aprender a amar. De nuevo, la balanza al día de hoy es favorable al odio que cuenta con apoyo desde la Casa Blanca. Como bien lo ha señalado Jorge Fernández Menéndez en estas páginas, es una crisis moral.
     
    Y esa crisis moral también encuentra explicaciones en nuestra forma de vida contemporánea. El insulto y el vituperio protegidos por el anonimato, la descalificación gratuita del otro, el envilecimiento del lenguaje que es orgullo de muchos, el rechazo a la reflexión articulada y su sustitución por los exabruptos a través de las redes sociales que abrazan a miles de millones y ahora están en la Casa Blanca. Eso que llamamos la cultura occidental se encuentra atenazada entre la defensa de las libertades como principio básico de vida y la compleja realidad que exige retomar los límites clásicos del pensamiento liberal: las libertades llegan hasta que aparece la esfera de derechos de otro.
     
    Así mientras los Reyes de España visitan heridos y se comprueba la existencia de una célula integrada básicamente por jóvenes, en EU, pero no en exclusiva, la mezcla de odios y fobias hacia los musulmanes, los ex-esclavos afroamericanos, los judíos, los mexicanos, a favor del nazismo revivido, a favor de la supremacía de la raza blanca entre otros, galopa en las redes. La derrota es evidente, nada de melting pot, racismo y fobias crecientes en la era digital.
     

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