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"OPINIÓN"

"Guerra nada santa en Egipto"

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20/03/2017

    Jean Meyer

    jean.meyer@cide.edu

     

    Una traducción posible de yihad es “guerra santa”, la que libra el Califato contra todos los que no comparten su Islam integrista: musulmanes desde luego, pero en primera fila los cristianos y otras minorías. Sus últimas exacciones acaban de darse en Egipto, en la capital del Sinaí, el-Arish. Todas las familias cristianas huyeron.

    La anciana Nabila Fawzi cuenta: “Era de noche, como a las 10.30. Tocaron violentamente la puerta, entraron en la casa y me preguntaron si éramos cristianos. Dije que sí. Luego buscaron a mi esposo y le metieron un balazo en la cabeza. Luego agarraron a mi hijo y lo quemaron vivo. Me preguntaron si teníamos dinero, me quitaron mi anillo, luego prendieron fuego a la casa”. A su lado, un sobrino enseña en su celular las fotos de los dos cuerpos martirizados: “Tenían una lista de unos cuarenta nombres, cristianos todos. Nos buscan, nos encuentran y nos matan”. A la noche siguiente, un vecino fue decapitado frente a su familia (La Croix, 25 y 27 de febrero). Todos los refugiados afirman que ya no hay vida posible para los cristianos en esa provincia. Desde que el ejército destituyó al Presidente islamista Mohamed Morsi, los yihadistas empezaron a actuar en el Sinaí, pero sus blancos eran policías y militares.

    El Califato anunció unos días antes, que intensificaría sus ataques “contra los cruzados de Egipto”. Esos “cruzados”, los cristianos de la gran Iglesia copta, una de las más antiguas iglesias, forman entre 10 y 13% de la numerosa población egipcia (92 millones) y la comunidad cristiana más grande de todo el Medio Oriente. El domingo 11 de diciembre de 2016, los hombres del Califato pusieron una bomba en el templo de San Pedro y San Pablo, a un lado de la catedral de San Marcos en El Cairo, con un saldo de 28 muertos. El Califato incita activamente a los suyos para que cometan asesinatos en todo Egipto como incitó hacerlo a sus seguidores en Occidente.

    La llegada de los refugiados cristianos a Ismailia provocó un amplio movimiento de solidaridad: cristianos y musulmanes llevaron cobijas, pañales, medicina, alimentos, ofreciendo té caliento y alojamiento. Les emociona lo que cuenta esa pobre gente: “Ya no hay vida posible para nosotros en El-Arish. ¡Qué alivio haber llegado aquí! Lo perdimos todo, nuestra casa, nuestro trabajo, pero no teníamos ninguna seguridad allá, de habernos quedado, nuestros hombres y nuestros hijos habrían sido asesinados. Empezamos a temer a nuestra propia sombra. Sentimos miedo de que nos siguieran y mataran con una bala en la espalda”.

    La Iglesia copta publicó un comunicado en su página Facebook: “La Iglesia copta y a su cabeza el Papa Tawadros II condena los ataques terroristas contra los cristianos egipcios en el Sinaí”. Los coptos no tienen ninguna intención de exiliarse de Egipto, por más difícil que sea su situación. En 2011, durante la misa de Año Nuevo, una bomba había matado 23 personas en un templo en la ciudad de Alejandría. Hace tiempo que los coptos son ciudadanos de segunda en su país y les fue peor durante el breve gobierno del islamista Morsi; por eso recibieron con cierto alivio el golpe de Estado que llevó al poder el militar Sisi, en 2013. Poco les duró la esperanza, porque nada ha cambiado. La gran prensa internacional, con notables excepciones, no ha reportado varios atentados (felizmente fracasados) contra templos y residencias eclesiásticas, en los últimos meses; tampoco menciona los repetidos “pogromes” contra los coptos, al grito de “Dios es grande”, y la indiferencia total de la policía que deja hacer, quemar, saquear, apalear. Por ejemplo, el verano pasado, en Minya, una cristiana de unos 70 años fue desnudada, golpeada, escupida, y paseada por las calles al mismo grito de “¡Alá Akbar!”. Según el Obispo Makarios, en Minya, hay ataques contra los cristianos cada dos o tres días. ¿Hasta cuándo?

     

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