"Hablar con ligereza"

El don de la palabra es un bien inestimable que tenemos los seres humanos para comunicarnos efectivamente. Empero, no siempre utilizamos adecuadamente este maravilloso medio de relación. En ocasiones lo usamos para hablar con evidente ligereza acerca de los supuestos defectos y fallas de los demás.

 

Pero, ¿qué derecho tenemos para criticar el comportamiento de alguna persona? ¿Quién nos erigió como jueces para autorizar o desautorizar el proceder de los demás? ¿Acaso somos más perfectos que la persona cuestionada y criticada?

 

Cuenta una anécdota que existió un sacerdote muy santo al que acudía con frecuencia una mujer para confesarse de hablar mal de los demás. Un buen día, el sacerdote le dejó como penitencia que le llevara una gallina y fuera arrancándole las plumas hasta llegar al templo. Así lo hizo, pero al llegar el confesor le pidió que se regresara y recogiera todas las plumas. La mujer se negó a hacerlo porque será imposible, ya que el viento las había esparcido en diferentes direcciones.

 

De igual forma, le dijo el sacerdote, debes evitar todos los chismes, calumnias y mentiras que propalas acerca de los demás, porque una vez esparcidos ya no se tiene ningún control sobre ellos ni se pueden recoger.

 

Para evitar problemas y hacer daño no hay receta más adecuada que la de omitir comentarios negativos. “Si puedo criticar fácilmente los defectos y pecados de cualquier persona; si puedo hablar con ligereza incluso de las faltas de un niño, entonces no conozco nada del amor del Calvario... Si puedo disfrutar un chiste que se hace a expensas de otro; si puedo, en cualquier forma, despreciar a alguien en una conversación, o aun en mi pensamiento, entonces no conozco nada del amor del Calvario”, dijo la misionera cristiana Amy Carmichael.

 

¿Me expreso con ligereza?