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"Opinión"

"¿Importan los partidos políticos?"

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    Las crisis sacan lo mejor de nosotros. Justo 32 años después, en pleno aniversario del 19-S de 1985, otro sismo registrado en el centro del País activó una solidaridad admirable entre la sociedad mexicana.
    La ayuda fluye, los centros de acopio proliferan y las redes sociales se inundan de imágenes alentadoras y memorables: Frida, la perra rescatista que los japoneses creen que se llama “MARINA”, tiene ya hasta stickers cuyo costo de recuperación es también un donativo. Sensible y poderoso, el poema “El puño en alto” de Juan Villoro, será el canto juglar de este sismo.
    Pero a diferencia del terremoto de 1985, mucho más letal por diversas razones (desde la intensidad, hasta las condiciones de construcción de las zonas afectadas), hay dos debates nuevos en esta emergencia: la inclusión de las redes sociales en la comunicación con el affaire #FridaSofía como protagonista; y el debate sobre la pertinencia del financiamiento multimillonario de los partidos políticos. Por razones de espacio, dedicaré esta columna al segundo tema.
    Las crisis sacan lo mejor de nosotros, o al menos así debería de ser. Porque mientras Los Mexicanos nos enseñan que hay esperanza, los partidos políticos (también mexicanos) se deshacen en un debate que no debería de serlo: ¿pueden o no “donar” el dinero que reciben como financiamiento público para las víctimas del sismo?, ¿todo o solo un porcentaje para que sea equitativo?, ¿es legal o no hacerlo?, ¿si lo hacen, se vale presumirlo?
    Datos preliminares indican que al menos hay 4 mil propiedades afectadas por el sismo, tan solo en la Ciudad de México. Tomará años y mucho dinero revisarlas y reconstruirlas para hacerlas habitables otra vez. En un momento de emergencia tal, con gente sufriendo en Oaxaca, Puebla, Morelos, los miles de millones que reciben los partidos políticos se sienten todavía más superfluos.
    En redes sociales los comentarios son brutales. Desde el “¡Qué lo regresen todo!” hasta el “¡No los necesitamos!”. Entiendo que la rabia es enorme, pero, ¿en serio no necesitamos partidos? Eso nos lleva a la pregunta de fondo: ¿Importan?
    La misma pregunta se la hizo antes el académico Peter Mair en su libro “Ruling the Void”. En el apartado ¿Do parties matter?, Mair responde (parafraseo): la tesis de que los partidos importan se basa en dos proposiciones: que las circunscripciones de los partidos políticos en democracias constitucionales tienen preferencias distintivas que alimentan el proceso de formación de políticas públicas; y dos, que la orientación pública de los políticas atiende esas preferencias distintivas de sus circunscripciones.
    En resumen, los partidos importan cuando atienden a sus electores y traducen en política pública las preferencias y necesidades de sus gobernados.
    En la medida en que esa “cohesión” elector-partido se diluye o rompe, la identidad de los partidos hace crisis. Se vuelve más difícil distinguir entre uno y otro. Y aparecen entonces las alianzas electorales que pasan por encima de ideologías y agendas. Alianzas cada vez más promiscuas porque lo importante es ganar, no gobernar.
    Como dice Mair, lo que importa entonces es la diferencia entre los partidos. Es decir, si son capaces de mostrar que pueden ser distintos entre ellos y ofrecer alternativas, candidatos, agendas e ideas concretas que muestren una manera alternativa de hacer las cosas en política. La sociedad necesita saber que tiene opciones.
    Y ese es precisamente el problema de los partidos políticos mexicanos, no son capaces de diferenciarse entre ellos porque los unen denominadores comunes: corrupción, tráfico de favores, clientelismo, enriquecimiento, ineptitud, etc.
    Ejemplos sobran: el PAN dejó pasar la oportunidad de la alternancia y ahora todos sabemos de la corrupción de los hijos de Marthita. Con su rompimiento con Morena, Ricardo Monreal enseña que sigue siendo priista. Andrés Manuel nos dice que es honesto pero no ha sido capaz de demostrar como ha financiado 18 años de campaña permanente mientras vemos videos de billetazos. El PRI regresó al poder con el adjetivo de la renovación y tras la Casa Blanca, Peña Nieto pasará a la historia como uno de sus presidentes más corruptos. Del Verde, el Panal y el PT ni hablamos.
    Los partidos políticos son instituciones públicas. Acaso el modelo más acabado que hemos inventado los humanos para operar un sistema democrático. Pero es obvio que en México se han convertido en cofradías de poder que se alimentan a sí mismas. Cofradías que los ciudadanos mantenemos y que cada vez nos salen más caras.
    Tenemos muy malos partidos, pero aún así, creo que SÍ IMPORTAN y son necesarios. Pero deben renovarse de raíz para mantenerse vigentes. Encontrar mejores maneras de vincularse con la sociedad. Repensar sus agendas y poner al ciudadano en el centro.
    Pero nada de eso sucederá mientras usted y yo, sin ser militantes, paguemos el sueldo de Ricardo Anaya, López Obrador o Enrique Ochoa. Cuando ese salario lo paguen sus militantes, verá que entonces les importa lo que piensen.
    Por eso hay que empujar iniciativas como #SinVotoNoHaydinero. Para realinear las cosas. Para que los partidos dejen de ser espacios donde se va recibir y vuelvan a ser espacios donde se va a dar. Porque de eso se trata la política: de generosidad y bien común. ¿Qué no?
     
    Librero
    “Las partículas elementales” (Anagrama, 2015) del terrible Michel Houellebecq es una novela del Siglo 20 que avista el Siglo 21 desde una rendija. A través de Michel Djerzinski, su personaje principal, el autor construye una descarnada novela sobre un futuro que se antoja desconocido, frío y, al mismo tiempo, aterrador: el mundo post-humano.

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