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"Opinión"

"Inés Chávez García sigue cabalgando"

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23/07/2017

    Jean Meyer

    Hace cien años, aquel Atila michoacano que había hecho sus primeras armas bajo el mando de Joaquín Amaro y pretendía ser general villista, como Pedro Zamora, el Atila del Jalisco del Sur, andaba secuestrando, matando, violando, torturando, mutilando, martirizando, quemando vivas a sus víctimas. ¡Ay de los pueblos que pretendían resistirle! Su legión de demonios acababa con ellos; Apatzingán, Cotija, Degollado, Paracho, San José de Gracia, Tacámbaro quedaron parcial o totalmente destruidos. Los que se entregaban se salvaban del incendio, pero sus habitantes no escapaban de la violencia de los chavistas a los cuales su jefe daba “mano libre”. Su crueldad sádica y espectacular iba acompañada por la música tocada por unas bandas que no podían tomar descanso antes de que terminara la ceremonia de la matanza: colgados, apuñalados lentamente, fusilados en el mejor de los casos. El destino de las niñas y de las mujeres... mejor no evocarlo. Las autoridades nunca pudieron con él, al grado de que la gente empezó a sospechar del Ejército y del Gobierno. Tres años duró la plaga, hasta que el tifo o la influenza española acabaron con Chávez García.
    ¿Por qué evocarlo? No se trata de conmemorar el centenario de la masacre y destrucción del pueblo de Degollado, Jalisco. Luego reconstruido con el nombre de La Resurrección y Pueblo Nuevo; se trata de comparar esos terribles matones y verdugos con los que han sumido a nuestro País en la presente situación de inseguridad y mortífera violencia.
    El 20 de mayo pasado, The Economist le dedicó una página entera a una de sus víctimas, Míriam Rodríguez Martínez, asesinada el 10 de mayo, bajo el título “Una voz para los desaparecidos”. Entre 2006 y 2016, en Tamaulipas, la “guerra” entre “Los Zetas” y el “Cártel del Golfo” cobró miles de muertos y 5 mil 563 desaparecidos; entre ellos, la joven Karen, hija de Míriam, una niña de 14 años apenas. Su madre la buscó sin tregua, sin ninguna ayuda, y encontró parte de sus restos dos años después, en 2014. Desde aquel día y hasta su muerte, luchó para encontrar los desaparecidos y castigar a los culpables. Por eso la asesinaron, simbólicamente, el Día de las Madres.
    Lo terrífico de lo que nos pasa es que parece seguir el patrón de lo que ocurrió en los años posteriores al asesinato de Madero, cuando el Estado prácticamente desapareció y cuando muchos “revolucionarios”, que no compartían para nada la mística de la Revolución, revelaron su naturaleza criminal, con o sin máscara villista, zapatista o carrancista. Más terrorífico aún, el hecho de que los bandidos de la “revolufia”, igual que los nuestros, de los cárteles, tuvieron y tienen cierta base social. Inés Chávez García tenía a su favor, como Pedro Zamora, innumerables espías que hoy en día se llaman “halcones”. Ramón Rubín en su Pedro Zamora. Historia de un violador, (1983), dice que esa gente dejó una estela de dolor y de vergüenza “en nuestras luchas emancipadoras. Su participación en ellas parecía llevar por exclusiva finalidad el atropello, el saqueo, el secuestro, el plagio y el estupro en la más clara versión del bandidaje... Pero, entonces, ¿por qué lo siguieron multitudes?”.
    En sus crónicas muy valiosas, Alejandro Hope plantea la misma pregunta que trae cola. Los bandidos de los años 1810-1820, 1914-1920, y los de la presente era no necesitaban de la leva para reclutar; los sicarios no pertenecen únicamente a las clases más pobres e ignorantes de la población; hubo en aquellos tiempos remotos, hay en 2017 “también personas cuya posición, sin ser de élite, no parecía justificar resentimientos y avideces que explicaran su crueldad”. Ramón Rubín dice que “por el oro y la mujer el hombre afrontó siempre las hazañas más temerarias”; así contestan los jóvenes sicarios, a sabiendas de que tienen una esperanza de vida de cinco años. Quieren participar en la orgía de saqueos y violaciones mutilando y asesinando sin piedad a las personas que tienen enfrente, sin consideración de sexo y edad.
    Investigador del CIDE
     

    Correo electrónico: jean.meyer@cide.edu

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