"¿Piedras contra el procurador? Higuera Gómez está en peligro"

Nadie va a creer la versión de que fue un borracho desorientado el que atacó la casa del Procurador Marco Antonio Higuera Gómez. Ninguno, en la situación de violencia desbordada y en la circunstancia particular del fiscal que prácticamente fue obligado a permanecer en el cargo luego de poner, al menos en tres ocasiones, la renuncia sobre el escritorio del Gobernador Mario López Valdez.

El cuento del alcohólico y las pedradas quedaría bien si el objetivo del ataque fuese el comisario de cualquier comunidad rural. No para el servidor público que por la naturaleza del puesto es quien más peligra en la estructura administrativa estatal. Tampoco si el agredido cuenta con un equipo de seguridad que tendría que detectar, antes de que se ejecute, cualquier amenaza a la integridad física del procurador. ¿Cuál fuera el desenlace si en vez de piedras le hubieran lanzado balas?

Higuera Gómez era un abogado que vivía tranquilo, con una envidiable cartera de clientes en su despacho jurídico, antes de que el 20 de enero de 2011 rindiera protesta como titular de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Incrédulos por tal decisión, algunos empresarios amigos le preguntaron por qué aceptaba tan peligrosa responsabilidad. "Malova me está pidiendo que lo ayude", respondía.

A la semana empezó a decirle a su familia y gente de confianza que sentía miedo. Acababan de asesinar a Luis Pérez Hernández, ex jefe de la oficina de espionaje del Gobierno de Sinaloa, hecho violento que cimbró al naciente gobierno malovista, en el cual se suponía que la víctima asumiría un cargo relevante.

Pero fue hasta mayo cuando Higuera Gómez le expuso por primera vez a Malova la intención de retirarse de la PGJE. Eran los días que aparecieron las llamadas narcomantas en puentes y sitios públicos de Culiacán, Los Mochis, Guasave, El Fuerte y Sinaloa municipio, acusando al gobernador de servir a un cártel y combatir a otro. “Aguanta, esto se va a calmar”, le respondieron.

Así fue cada vez que pretendió dimitir. De medio sexenio a la fecha se volvió rehén de un gobierno que, al estilo de las mafias del narco, no permitía que alguien se fuera a no ser que el jefe lo autorizara. Enseguida, las amenazas contra Higuera Gómez y su familia, indirectas o veladas, sucedieron una tras otra por parte de la célula delictiva que quería tener el control de Los Mochis. No eran precisamente pedradas lanzadas por borrachos.

Muy recientemente, con el agravamiento de la inseguridad en Sinaloa, hizo el último intento por irse y lo mismo: el gobernador lo retuvo. Se quedó, o lo dejaron, para compartir el saldo sexenal de los 7 mil homicidios dolosos, el desgobierno que detectó y capitalizó el narcotráfico, los ajustes de cuentas entre cárteles rivales que ha tomado a Mazatlán como centro de la confrontación y la conjetura social de que el crimen contó con la complicidad gubernamental.

Esto es lo que apuntala el presentimiento de peligro siempre presente en Higuera Gómez. Dentro de unos días le corresponderá cuidarlo a Quirino Ordaz Coppel. Cuidarlo contra todo tipo de delincuentes. Ojalá que si alguien quisiera atacar al procurador o a cualquier ciudadano lo hiciera siempre con piedras.

Re-verso

Se dijo en el novenario,

De los siete mil inmolados,

Que murieron apedreados,

En el Sinaloa cavernario.

El descorazonado

La Procuraduría de Justicia nunca quiso buscar a María Olguín, la indígena rarámuri que se perdió en el laberinto de un gobierno inhumano. Sucedió lo mismo que con las mujeres que cavan donde sea en busca de sus hijos desaparecidos: las ferreterías Malova sí tienen corazón como acrónimo, el gobernador no.