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"Opinión"

"Irán, Israel, Trump"

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18/06/2017

    Jean Meyer

    El gran país, antiguamente conocido como Persia, tiene 82 millones de habitantes, urbanos en un 75 por ciento; casi la mitad son persas, 20 por ciento son azeríes, 10 por ciento kurdos, 7 por ciento armenios, 3 por ciento árabes... Son musulmanes chiitas (92 por ciento), sunitas (7 por ciento) y las minorías cristianas y judía no tienen problemas. Con la cuarta reserva mundial de petróleo y la segunda de gas natural, produce Irán 3.6 millones de barriles al día y su economía crece al ritmo de 4 por ciento anual.
    El Presidente Donald Trump, en su viaje al Medio Oriente del pasado mes de mayo, celebró al aliado Arabia Saudita, apapachó a Israel y denunció a Irán, Siria y al Califato como el eje del mal. Eso debe de haberle gustado no solamente al rey saudita, sino a Benjamín Netanyahu, que durante años presionó a EU para que lanzaran una ofensiva preventiva sobre las instalaciones nucleares iraníes. Mientras que Barack Obama, hombre culto, sentía cierta admiración y respeto para la Persia milenaria y el Irán chiita, Donald Trump le apuesta a los sunitas.
    Netanyahu tampoco conoce la historia. Y no quiere reconocer que las sociedades de Israel e Irán se parecen. Viven en ciudades, son atraídas por el modelo cultural de Estados Unidos, tienen un alto nivel educativo: 65 por ciento de los jóvenes iraníes hacen estudios superiores y las mujeres representan más de la mitad de los estudiantes; ingenieros y científicos israelíes e iraníes se encuentran en la élite mundial, de modo que la sociedad iraní es muy diferente de las sociedades del mundo árabe.
    Oficialmente Israel es el enemigo designado por los dirigentes iraníes, pero el verdadero enemigo es Arabia Saudita; entre Irán e Israel no hay conflicto territorial y los dos países han desarrollado la mentalidad clásica de la “fortaleza sitiada”, siendo aislados en medio de un mundo árabe hostil. Por eso el Irán del Shah fue un aliado fiel de Israel, hasta la revolución de los ayatolas en 1979. Por cierto, como Turquía. Incluso, durante los primeros diez años del Irán de Jomeini, cuando la terrible guerra entre Irak e Irán, las relaciones no oficiales siguieron en la misma tónica. Los gobiernos de Menahem Begin y de Ariel Sharon entregaban al por mayor armamento al ejército iraní, contra el enemigo común, Saddam Hussein, sostenido por EU. Parece que fue el Presidente Reagan, a la hora del escándalo del “Irangate” (entrega de armas a la contraguerrilla nicaragüense por conducto de Irán, enemigo oficial del “Gran Satán” americano), quien obligó Israel a suspender su cooperación militar con Irán. Un Irán que no expulsó nunca a sus judíos y que conserva hasta la fecha una comunidad judía representada en el Parlamento.
    Entre 1989 y 2005 habían mantenido relaciones discretas, informales y racionales, para tratar los problemas de la región, mantener los equilibrios de fuerzas y evitar crisis mayores. El discurso oficial de Teherán contra el “pequeño Satán” israelí no impedía que le diese garantías en cuanto a Hezbollah, movimiento chiita libanés muy anti-israelí. Luego vino la guerra de Líbano, en 2006, operación de represalias por parte de Israel contra Hezbollah, un fracaso militar que llevó al enfrentamiento abierto entre los dos países. Por un lado, Israel no necesitaba más de Irán contra un Saddam Hussein liquidado por EU en 2003, por el otro, el nuevo Presidente iraní Majmud Ajmadineyad, usaba el discurso populista anti-israelí para borrar sus fracasos económicos. La marcha iraní hacia el arma nuclear se entiende en ese contexto.
    En 2013, el moderado Hasán Ruhani llegó a la presidencia y volvió a ganarla, con un amplio margen, en mayo de 2017; fue capaz de negociar con unos EU de Barack Obama un acuerdo sobre el tema nuclear y dio a entender a los servicios de seguridad de Israel que se podría conseguir un buen acuerdo; incluso Teherán establecería relaciones diplomáticas, tan pronto como los palestinos hayan conseguido algo consecuente. ¿Lo entenderán Trump y Netanyahu?
    Investigador del CIDE
    Correo electrónico:  jean.meyer@cide.edu

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