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"PUERTO VIEJO"

"Javier..."

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    Desde las trincheras de la impunidad salieron las balas que cortaron de tajo la vida del periodista sinaloense Javier Valdéz Cárdenas, un hombre bueno. Un profesional del periodismo en toda la extensión de la palabra, un ciudadano que, llevado por sus firmes convicciones, intentó sacarnos de la modorra social en la que nos hemos acomodado la mayoría de todos nosotros, mientras los problemas que acarrean la violencia y la corrupción atajan nuestro futuro.
    La impunidad continúa avanzando cual río desbocado, desmintiendo de punta a punta el discurso oficial en torno al imperio del marco de derecho. El mal, en su desenfrenado paso va dejando un reguero de sangre por todos los rincones del País y arrollando a miles de vidas hacia el profundo hoyo de la desaparición.
    Muertos y desaparecidos, en la mayoría de los casos, pasan al olvido social; a convertirse en datos de carpetas de investigación y jamás se sabe bien a bien quién o quiénes fueron los ejecutores. Si la mano de los violentos o la de los perversos togados como servidores públicos.
    Aunque parezca una exageración decirlo, unos más otros menos, estamos a merced de los que tienen el poder terrenal de ejecutar a su antojo al cristiano que se les atraviese.
    Bajo el clima de impunidad y violencia en el que estamos atrapados, hasta una calificación escolar reprobatoria es razón suficiente para dictar sentencia de muerte en contra del docente emisor.
    Y todavía peor, el accionar un claxon, o simplemente, el serle antipático a uno de tantos armados que pululan por las calles, protegidos por el manto de la impunidad, es pretexto para recibir pasaporte directo al otro mundo.
    Asesinatos por doquier que al término de la presente administración federal, fácilmente alcanzarán la sumatoria de 200 mil individuos, en tan solo dos sexenios. La apabullante cantidad es la mejor evidencia de que México es el reino de la impunidad y ante las miles y miles de vidas perdidas, la respuesta gubernamental siempre ha sido la misma: “Se iniciarán las investigaciones hasta dar con los responsables”,  o el descarado “se están matando entre ellos”.
    La impunidad también ha sido tierra fértil para que brote una vigorosa insolencia en la mente de gente que no manifiesta ningún respeto hacia los demás. Individuos que de manera agresiva rompen la norma social a sabiendas de que la autoridad no intervendrá para sancionar su mala conducta y guiados por la convicción de que en la vida diaria mexicana lo que se impone es la ley de la selva.
    Desgraciadamente tienen razón y así lo demuestra el resquebrajamiento de la convivencia social, la cual ha tenido que someterse al capricho, muchas veces criminal, de los insolentes. Desde sufrir la música a todo volumen del vecino abusivo hasta la reacción irracional que éste toma, ante aquel o aquellos que lo inviten a conducirse con orden y respeto.
    La impunidad ha alimentado la voraz corrupción que está saqueando las arcas nacionales; viles robos cometidos por funcionarios gubernamentales y representantes populares que se han enriquecido de manera increíble a costa de agotar los dineros etiquetados para servicios públicos elementales como los de salud y educación, ante las propias narices de los organismos creados para vigilar el buen uso de los recursos públicos.
    En un País como el nuestro, en el que el bienestar de su ciudadanía es solamente una floritura del discurso gubernamental, todos aquellos que alcanzan la prosperidad individual como producto del esfuerzo laboral o del emprendurismo, se convierten en potenciales presas de los delincuentes que bajo el amparo de la impunidad, se dedican a la extorsión y al secuestro.
    Ganadores, agricultores, pescadores y demás productores, sin importar tamaño, se ven obligados a pagar cuotas para desarrollar sus actividades, ante la pasividad de un sistema de gobierno, cuyos actores están dedicados a buscar la forma de controlar la cuota de poder que les permita seguir enriqueciéndose con los tributos que le aportan los explotados, a los que nos les garantiza paz y seguridad para desarrollar  su vida productiva.
    En este fantasioso País,  bajo el tránsito de un Gobierno federal, que al igual que sus antecesores, no cumplió con sus promesas de prosperidad y paz, los que se amparan bajo el amplio manto de la impunidad, continuarán eliminando a gente de gran valía, como el ilustre sinaloense Javier Valdez Cárdenas.
    Javier Valdez Cárdenas fue asesinado por las ráfagas de la impunidad y unos más, otros menos, todos continuaremos expuestos a las mismas, en tanto nos mantengamos aletargados en la modorra social ¡Buen día!

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