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"Opinión"

"La casa desprotegida"

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25/03/2017

    Cuauhtémoc Celaya Corella

    Inge, escribo esta nota justo cuando por el rumbo de la Colonia Barrancos, el fuego devora un centro comercial y algunos alumnos me hacen llegar imágenes dantescas sobre como las llamas van consumiendo todo lo que está de pie, y dejando en cenizas los sueños de quienes invirtieron esfuerzo y recursos en una pequeña empresa para tener un modo digno y decente de vivir. Hoy, familias completas verán cortado su sustento, habrán perdido su patrimonio, y en el caso de algunos, no contarán con ayuda y fuerzas para comenzar en otro horizonte, levantar un poco el ánimo y el deseo de mejorar.
    Por algo suceden las cosas, dicen los que opinan, pero eso no tranquiliza a quienes levantarán las cenizas y tal vez despertarán de una pesadilla que al volver a la realidad les mostrará en cada mano, solo cinco dedos y un ánimo derrotado.
    Ahora que con la tecnología todo se ve de manera inmediata, llegan y me dicen: ya vio profe, y en sus celulares se ven escenas que para algunos de ellos, por su juventud nunca las habían visto, y se asombran.
    Chale, dice uno, qué pocos bomberos son, y luego viendo sus herramientas comentan, pobres, qué pueden hacer con eso contra las llamas, que se ven bien machín como suben sobre el edificio e incendian todo. Se retiran asombrados y dejan la reflexión de que la ciudad, nuestra casa, está desprotegida, y quien es responsable de trabajar por ella incentivando a todos a participar, no le interesa, como no les interesó a los otros que les antecedieron desde no sé cuánto tiempo atrás.
    En verdad, la ciudad sólo cuenta con estos organismos de valientes, como Bomberos y Cruz Roja, para enfrentar siniestros de menor tamaño. Pequeños incendios caseros, rescates en los ríos o canales, en edificios, accidentados, participar en derrumbes, en ciclones, inundaciones, pero no están preparados en recursos humanos y técnicos para conflagraciones mayores, como el caso de la plaza Barrancos.
    Y en ello, la culpa es de todos. Entregar en sus colectas aportaciones para su sustento, algunos lo ponen en entredicho al aducir perversamente que las organizaciones se sirven de ello para manejar las entregas como deducibles de impuestos, y un no coopero se escucha en muchos en las cajas de los supermercados y farmacias. En las colectas anuales que llevan a cabo, con frases como ya di, o no tengo cambio, nos quitamos de enfrente al voluntario que con un ánfora nos pide cooperación.
    Culiacán, no alcanza Inge, la particularidad de ser una ciudad moderna, todavía carga con rezagos muy graves en vialidades, terracerías, malas obras viales en pavimentación y asfaltado, con una semaforización indispensable, con vías sin señalamientos de tránsito, y con una ciudadanía prepotente que cree que las intermitentes de los autos, autorizan para estacionarse a placer, convertirse en obstáculo vial o vehicular. Una ciudadanía con una cultura de la convivencia muy pobre y que se enriquece diariamente con la ignorancia.
    Por otro lado, organizaciones sociales como bomberos por ejemplo, las dos organizaciones que tiene Culiacán, cuando alzan la voz pidiendo mayores apoyos en presupuesto, el Congreso se tapa los oídos y prefiere generar recursos para que los diputados cambien de auto, se llenen de inútiles familiares que se disfrazan de asesores, y el Gobierno estatal y municipal no ejercen presión para mejorar las condiciones de estos servicios básicos.
    La casa Inge, no cuenta con protección par lo básico, lo indispensable. Sabemos que tampoco  cuenta con seguridad y plan contra la delincuencia, pero a eso ya estamos acostumbrados. De sentir en realidad lástima por nuestra propia ciudad cuando suceden están cosas.
    Hice un paréntesis Inge, porque me llegó la hora de entrar a clases, y al hacerlo veo que algunos estudiantes siguen con el comentario de la mañana y reciben más información de sus amigos o familiares. Y de pronto, una de ellas me dice, ¿Ya supo, profe? Y respondo con otra pregunta: ¿Supe qué? Y me responde, pues que los hidrantes no tenían agua, y ella misma exclama: Qué oso. Y hace comentarios a su alrededor.
    ¿Me pregunto entonces, cómo es posible que una inversión millonaria de algún o algunos socios empresarios no hayan cubierto esa necesidad para enfrentar un siniestro probable a futuro? En verdad qué oso. Pero, se supone que hay una autoridad que supervisa esas obras y que al final comprueba que todo haya quedado en regla. ¿En dónde estaba esa autoridad o por qué no constató el funcionamiento de tan elemental elemento?
    ¿Corrupción de menor importancia? En este siniestro debe haber millones de pérdidas, en el suceso del hotel hubo cinco muertes. ¿Por qué la autoridad es tan laxa, los constructores tan carentes de ética y los empresarios tan miopes?
    ¿Y por qué no se reclama y se alzan las voces pidiendo un ya basta a tanto error que tanto daña socialmente?
    En verdad, pobres valientes bomberos. Hacen tanto y reciben tan poco, que a pesar de su arrojo y disposición, por culpas compartidas ajenas a ellos, la casa está desprotegida.

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