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"Opinión"

"La comunicación es vital"

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20/01/2017

    Jorge del Rincón Bernal

    Amables lectores, a raíz de la tragedia ocurrida en Monterrey, me pareció interesante tocar el tema de la comunicación entre padres e hijos, basándome en las palabras de Victoria Cardona y Kristin Zolten.
     
    La comunicación es el intercambio de información entre dos o más personas. Esta puede ser verbal, por ejemplo cuando dos personas conversan, o puede ser mediante el lenguaje corporal, como la expresión en la cara de una persona que probablemente le hará saber a otra que está enojada. La comunicación puede ser positiva, negativa, efectiva o inefectiva.
     
    Es importante que los padres se puedan comunicar abierta y efectivamente con sus hijos. Este tipo de comunicación beneficia no solo a los niños, sino también a cada miembro de la familia.
     
    Los niños aprenden a comunicarse observando a los padres. La habilidad de comunicarse beneficiará a los niños toda su vida. Los niños empiezan a formar sus ideas y opiniones de sí mismos basadas en lo bien que los padres se comunican con ellos. Cuando los padres se comunican efectivamente con sus hijos, les demuestran respeto. Los niños empiezan a sentir que sus padres los escuchan y los comprenden, lo cual, aumenta su autoestima y su amor propio.
     
    Por el contrario, si la comunicación entre padres e hijos es inefectiva o negativa, puede hacer que sus hijos piensen que no son importantes, que nadie los escucha y nadie los comprende. Estos niños pueden también pensar que sus padres no son gran ayuda y no son de confianza.
     
    Hay muchas virtudes que pueden ser útiles para ayudar a la comunicación, con el clima de confianza adecuado, que favorece el diálogo, base de la comunicación. Sin embargo, yo destacaría dos: la sinceridad y la discreción.
     
    La sinceridad es decir siempre con claridad lo que se hace, lo que se piensa, y lo que se vive. Nuestros hijos tienen que ver que nosotros somos sinceros siempre. Por esto debemos reflexionar y preguntarnos: ¿Cuántas veces hemos dejado incompleta una promesa que habíamos anunciado a nuestros hijos? ¿Cuántas veces nos han telefoneado y, por comodidad, hemos hecho decir que no estábamos en casa?... u otras medias verdades, que no dejan de ser mentiras que malogran la confianza.
     
    Nuestra sinceridad tiene que ser ejemplar, la verdad tiene que ser objetiva, clara. Por ejemplo, si nos equivocamos, pedimos perdón y lo reconocemos; esto es más educativo para el hijo que muchos sermones y consejos repetitivos. A veces los hijos no son lo suficiente sinceros con nosotros por no quedar mal o porque tienen miedo de que tengamos una reacción fuerte de enojo con lo que nos dicen.
     
    Sobre todo en la adolescencia tenemos que ser pacientes y estar preparados para que nos expliquen lo más importante, sin perder los nervios. Lo que es más importante siempre, es que los hijos nos digan la verdad, aunque del susto recibido nos quedáramos sin aliento. Con todos los datos reales del problema, no nos equivocaremos a la hora de buscar soluciones juntos y reforzaremos la confianza mutua.
     
    La discreción hoy, más que nunca, es vital. Se hace evidente que los padres debemos de profundizar en esta virtud, que no es frecuente en el ambiente actual. 
    Reserva en las acciones y en las palabras: para no discutir como pareja frente a los hijos, para decir sólo aquello que conviene decir, y para saber callar aquello que les ha sido confiado.
     
    Muchos hijos se quejan de que los padres, o bien para vanalogriarse, o bien para quejarse, explican las confidencias que ellos les han hecho. Ya se ve que este sería un defecto que influiría en la confianza que nos habrían dado los hijos; nada más y nada menos que sería “ventilar” sus emociones. Con la virtud de la discreción nace el discernimiento, para saber cuando es prudente preguntar, o cuando hace falta preguntar para hacerlo, puesto que es necesario respetar la intimidad del hijo y tener paciencia para recibir la confidencia. También distinguir el momento en que es conveniente dar el consejo oportuno. Una persona discreta no impone, no coacciona sino que observa y ayuda a mejorar, reconociendo que ella también tiene defectos; por lo tanto, no se sobresalta por nada y, con esta comprensión anima a su hijo a la sinceridad.
     
    Para concluir, podríamos decir que el objetivo de procurar fijarnos en la sinceridad y la discreción, es ayudar a que haya el clima de confianza adecuado que haga de los padres buenos amigos de los hijos, a quienes los hijos pueden explicar sus ideales, sus problemas, sus alegrías. Empecemos a interesarnos por lo que les preocupa de pequeños y así fundamentaremos la franqueza del mañana. 
     
    La comunicación es vital y por ello es muy acertado lo escrito en esta copia de mi colaboración que solo pretende aplaudirle a los autores Victoria y Kristin.
     
    Yo pretendo agregar que desde niños, a los hijos debemos tratar de enseñarles otros idiomas, y para ello tratar de viajar a otras latitudes. A ellos les gustará mucho y nos van a agradecer, y aunque no sean agradecidos, van a estar muy felices al ver otras ciudades habitadas por personas distintas a nosotros, y ver que nuestro planeta es bello. Doy las gracias a mis padres y hoy a mis hijos.
     
    Si menciono todo esto es porque me ayudó a formarme, y me considero humanista, deportista y escritor copión.
     
    Un saludo a mis amables lectores.
     
     

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