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"Opinión"

"La generación que se forja ahora"

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16/12/2017

    Cuauhtémoc Celaya Corella

    Hace días Inge, mientras esperaba lo ordenado en un conocido restaurante, entre la plática y ver el entorno, una familia de cuatro integrantes, esperaba también el servicio de entrega de sus alimentos. Era un hombre joven el padre, una madre atenta y correspondiente al diálogo de su marido, un jovencito que parecía cursar la primaria en un quinto año, tal vez, y un niño de no más de 3 años.
     
    El jovencito, mientras sus padres dialogaban, estaba atento a la pantalla de un celular y no se distraía para nada, permanecía sin movimiento corporal, pero con los pulgares sobre el teclado enviando o bajando mensajes, o viendo algún video juego. El niño, con una Tablet de esas que acomodan en un dispositivo de plástico, totalmente concentrado en las escenas de la pantalla que le mostraba caricaturas y otras proyecciones propias a su cortísima edad, abstraído totalmente.
     
    Se escuchaba el diálogo de los padres, despreocupados ambos del cuidado de sus hijos, en virtud de que, a ambos, los cuidaban un celular y una Tablet. Pensé que esa generación, que dentro de 25 años estará en el mercado laboral, será una generación con poca disposición al diálogo, propensa al silencio, y metida en su yo interno, sin importancia para el entorno social. Fácilmente transcurrieron entre 30 y 40 minutos sin que participaran en cualquier diálogo, y al llegar lo que comerían, ante la voz de la mamá que pidió: dejen eso, ya vamos a comer, hicieron una especie de cara de enfado el mayor, y el pequeño ni se inmutó, siguió con su índice derecho, desplazándolo sobre la pantalla, haciendo que nuevas escenas aparecieran ante su vista, seleccionando las que fueran más atrayentes a su interés. Atender la instrucción de su mamá no era asunto prioritario.
     
    Inge, podrás decirme, y a ti qué te importa de lo que sucede en las otras mesas, y tendrás razón, pero como te digo, se forja una generación muda, que a largo plazo, de alguna manera tendrá responsabilidades que cumplir, y no está siendo socializada en ese primer laboratorio que es la familia. Ojalá equivoque mi apreciación. Sé que dos golondrinas no avizoran un verano, pero sí es una oportunidad para que se reflexione si la actual conducta paterna, hace algo por abrir los cerrados espacios de comunicación con los hijos, cuando dejan que la tecnología se haga cargo de ellos.
     
    Me preguntarás qué prefiero, ¿Si a los silenciosos fanáticos tempranos de la tecnología cibernética, o un par de plebes que estén moviéndose y tal vez riñendo por nada, e interrumpiendo el diálogo de sus padres con imprudencias, queriendo ellos ser tomados en cuenta? O ¿La preferencia de los padres, sin las molestias de los hijos, en la quietud de un diálogo ordenado en donde cada uno participa al terminar de hablar el otro? Pues te diré que a la vieja usanza, donde se aprende conviviendo y se convive aprendiendo. 
     
    Sé que la tecnología llegó para quedarse y que cada día irá ganando más terreno, pero creo que se debe defender de alguna manera. Y a esa edad es la manera más eficaz para crear esa defensa. Por tanto, a la responsabilidad de dar de comer, vestir y generar la educación escolar, los padres deben y tienen que socializarse con sus hijos, y contribuir con ello a su educación escolar.
     
    No puede continuar la crianza paterna, cediendo ante la tecnología, robotizando el campo mental de niños y jóvenes, en aras de encontrar en algunos momentos del día, la tranquilidad aparente que les da el silencio de los hijos, en edad de formación, en lugar del bullicio, las preguntas y el diálogo con ellos. Tiene tanto el adulto que asumir en esos momentos, que en lugar de crearles una visión limitada con esos instrumentos, propiciar una visión en donde la imaginación, sea el mejor instrumento en su enseñanza.
     
    Inge, aquellos juegos infantiles del lejano ayer, comparados con los silenciosos juegos tecnológicos, dejaban mucho más, que el sólo movimiento de pulgares buscando escenas de terror, violencia, o muerte, que condicionan desde ya, la inmadura mente del niño y del joven hacia consecuencias nada recomendables, si no se interpone un dique que las evite. Esa es una tarea de los padres de hoy. Recuerdo cuanto aprendizaje se lograba entre el saber de todos los que intervenían en aquellos juegos infantiles, cuánta imaginación para crear diálogos posibles, cuánto esfuerzo por forzar a la mente a encontrar una palabra, o a sacar del cuarto del olvido, un verbo o una escena que se creía guardada en el recuerdo.
     
    Inge, no puede cerrársele el espacio a la tecnología, pero lo que se ha hecho es que se le ha dejado todo el espacio posible, achicando la intervención de los adultos en esa formación de la personalidad que, a futuro, será origen de decisiones que afectarán o beneficiarán, según se aplique, creando éxitos o fracasos según como se encauce.
     
    Hoy es el tiempo de acción de los padres.
     
     

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