Ayer, Juan Villoro presentó en la Ciudad de México su último libro: “La utilidad del deseo”, en el que habla de algunos autores clásicos: hermanos Grimm, Goethe, Defoe, Gogol, Chéjov, Dostoievski, Tolstoi, Joyce, Kafka y algunos latinoamericanos: Velarde, Rulfo, Borges, Monsiváis, Ibargüengoitia.
Villoro insistió en que se debe iniciar a los infantes en la lectura, pero “La utilidad del deseo” es una lectura de culminación.
Sin embargo, en un artículo que escribió en 2015, Villoro utilizó este título para referirse a la literatura para infantes, a quienes consideró “criaturas sin voz, reducidas a una condición de obediencia, los niños fueron vistos durante siglos como desaliñados prólogos de la edad adulta. Si la idea de individuo comienza cabalmente en el Renacimiento, la idea del niño como sujeto independiente es más tardía y apenas se vislumbra en la Ilustración”.
Mencionó que muchos relatos que clasificamos para niños no fueron escritos solamente para ellos, como las fábulas de Esopo, Las mil y una noches, Robinson Crusoe o la obra de Tolkien, de El hobbit a El señor de los anillos.
Antoine de Saint-Exupery dedicó, así, El Principito: “Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona grande. Tengo una seria excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona grande puede comprender todo; incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona grande vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Tiene verdadera necesidad de consuelo. Si todas estas excusas no fueran suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona grande fue en otro tiempo. Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria: (A León Werth, cuando era niño)”.
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