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"Opinión"

"La liviandad de la política"

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26/05/2017

    Arturo Santamaría Gómez

    santamar24@hotmail.com

     

    El fracaso de la llamada Guerra contra el Narco que emprendió Felipe Calderón fue uno de los factores que contribuyeron al regreso del PRI a Los Pinos. En 2018, y quizá antes en 2017, pasando por Nayarit, Coahuila y Estado de México, la violencia en aumento e incontrolada, así como la corrupción sin límite que azota al País probablemente harán que el PRI de nueva cuenta pierda el poder.

    La tripleta violencia-inseguridad-corrupción está cavando la tumba del PRI. La corrupción sistémica, la madre de todos los males de la política mexicana y el mayor de los males nacionales, la inventó el partido de Calles y ello contribuyó irremediable y paulatinamente al fermento de la violencia criminal y, por ende, al de la inseguridad.

     

    La naturaleza del PRI, la corrupción sistémica, que infectó a las estructuras del Estado, lo inhabilitó para arremeter a fondo contra el crimen organizado. El problema, el gran problema, es que esa corrupción sistémica tricolor contagió, al parecer de manera indeclinable, al blanquiazul y al amarrillo, los otros partidos que más han compartido el poder.

     

    Ejemplos de lo anterior lo constatamos durante los gobiernos presidenciales de Vicente Fox y Felipe Calderón, y la mayoría de los estatales que han tenido en sus manos el PAN y el PRD; pero, sobre todo, lo observamos en los gobiernos de coalición PAN-PRD en Oaxaca, Puebla y Sinaloa.

     

    En ninguno de los tres casos, PAN y PRD pudieron o intentaron influir para que se gobernara con pulcritud, respeto a la ley y eficacia, y, por lo tanto, se combatiera eficazmente al crimen organizado. Al contrario, sobre todo en Puebla, con los huachicoleros, y en Sinaloa, con el narco, el crimen se incrementó. Realmente, en los tres casos, fueron las fracciones rupturistas del PRI quienes gobernaron subordinando al PAN y al PRD. Los tránsfugas tricolores simplemente utilizaron a los hijos renegados de Gómez Morín y de Cárdenas y Muñoz Ledo.

    En el fondo de las crisis partidarias y de la política en México es que se extraviaron ideologías, códigos tradicionales y los pocos principios que se tenían. La política se redujo simplemente a la búsqueda del poder en beneficio de los bolsillos de unos cuantos; se convirtió en un negocio mezquino, en una fuente de lucro salvaje. La política pasó a ser casquivana, líquida, evanescente. Perdió toda solidez.

    Esta versión hegemónica de la política agudizó la corrupción y la complicidad con el crimen organizado o, a veces, la sociedad con él. Y no en pocas ocasiones la subordinación de los partidos y los gobiernos a diferentes escalas.

     

    Pareciera que estamos en un callejón sin salida porque ninguno de los partidos dominantes ofrece una alternativa a la crisis de la política mexicana, a la crisis de inseguridad, a la crisis de gobernabilidad, a la crisis sistémica.

     

    En el Estado de México, el PRI está en un tris de perder por primera vez el poder en la entidad, y el PAN y el PRD están más ocupados en impedir que gane Morena que interesados en derrotar al tricolor. Es evidente que para ellos el enemigo es ese partido emergente y no el PRI. Es entendible que el albiazul prefiera al tri porque comparten una visión societaria cercana y ya han sido socios en transformaciones estratégicas del Estado mexicano por lo menos desde 1989, pero el programa del PRD es mucho más parecido al de Morena e ideológicamente los dos se definen de izquierda; así que, entonces, la diferencia entre ellos dos  está en cómo se hace política y qué se quiere hacer con ella.

     

    El PRD es un partido en proceso de jibarización. Este ha sido el costo de su subordinación al PRI y al PAN en los últimos cinco años. Además de que sus cúpulas se corrompieron en cuanto probaron las mieles del presupuesto. El PAN se ha desfigurado porque no ha sabido a provechar el poder, sobre todo el de Los Pinos, para consolidar los avances democráticos de la sociedad mexicana. Y sus cúpulas también convirtieron la política en un negocio.

     

    Morena tiene la ventaja, al menos ante un significativo tercio de la sociedad mexicana, de ser de reciente creación y tener escaso tiempo ejerciendo el poder en pocas entidades del País. Se ha desgastado mucho menos, aunque su indiscutido líder haya gobernado el Distrito Federal y sido candidato a la Presidencia de la República en dos ocasiones. Si creemos en las encuestas hasta el momento es el político de mayor credibilidad, aunque con poco, en un México profundamente dividido y descreído.

     

    La violencia y corrupción desbordadas han llegado a tal nivel que en el Estado de México, el búnker del priismo, sólo toda la fuerza del Gobierno federal y las de los gobiernos estatales sumados, incluyendo el de Sinaloa el cual le debe todo a Atlacomulco, que se han unido contra la plebeya morena Delfina Gómez, podrían evitar la derrota de Alfredo del Mazo, un verdadero príncipe de cartón.

    Aun triunfando el PRI en el Estado de México el fin de la política liviana y sin principios parece estar terminando un ciclo en el País.

     

     

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