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"OPINIÓN"

"La masacre en Las Vegas"

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15/10/2017

    Sara Sefchovich

    La matanza de hace quince días en Las Vegas, ha sido analizada de maneras muy diversas por los propios estadounidenses.
    La principal ha sido el tema de la libre venta de armas que hay en ese país, lo que a algunos les parece es momento de prohibir, mientras que otros no están de acuerdo, porque piensan que precisamente ella hizo evidente que las personas deben tener cómo defenderse.
    Otra ha sido hacer por entender el perfil del agresor. Sucede que, como escribió Thomas Friedman, el asesino no era musulmán, ni joven, ni negro, ni con ideología radical, ni proveniente de otro país, es decir, nada que permita escudarse en las clasificaciones que ya existen ni reaccionar de acuerdo con ellas.
    Una más ha consistido en buscar en el individuo agresor sus relaciones sociales y familiares y rasgos de personalidad que hablen de su salud mental (lo que sea que esto quiera decir), porque consideran que quien así actúa necesariamente es un enfermo mental.
    Otros, en cambio, se niegan a aceptar que éste sea un problema de individuos aislados, solitarios, enfermos, locos. Aceptar esto, dicen con razón, sería negarse a ver que es un problema social y cultural.
    Entre éstos están quienes explican el peso y la importancia que tiene lo que llaman la cultura de las armas en ese país. Pero Jill Filipovic va más lejos aún, al explicar la situación por la que atraviesan hoy los hombres blancos y conservadores en Estados Unidos, que han visto disminuir de manera importante su estatus en la sociedad y ello los ha llevado al camino de buscar repararlo a través de la dominación física que les permiten las armas. Ellas no sólo les proporcionan fuerza y poder, sino un sentido de identidad y de pertenencia a un grupo de similares.
    Esta mirada sobre su propia sociedad es tan brutal, que por eso hay quienes no quieren verlo y prefieren hablar de que es un país con solidaridad, y de que muchos arriesgaron sus vidas por salvar a sus seres queridos o a desconocidos el día del tiroteo, algo que también señalaron cuando los huracanes que devastaron la costa del golfo. Desde el Presidente Trump y los locutores de extrema derecha de la cadena de televisión Fox hasta muchos periodistas liberales han puesto el acento en ese aspecto, buscando encontrar en “las tragedias de 2017 lo que nos une como sociedad”.
    Se han hecho también análisis estadísticos, comparaciones con otras matanzas en ese país y con matanzas similares en otros, esfuerzos por definir si una situación de este tipo se puede o no considerar terrorismo y por qué sí o por qué no, comparaciones sobre cantidad y tipos de armas por país y cantidad de hechos de violencia relacionados con ella, así como de leyes que existen en uno y otro lugar. Dentro de éstas, una muy interesante es la que encuentra que no hay mujeres que cometan este tipo de masacres. Eso ha sido cierto, y quizá el único “lado bueno” de la situación y condición de las mujeres en el mundo es que hasta ahora no han sido masacradoras de multitudes, asesinas seriales, terroristas o delincuentes importantes, aunque sí han participado de estos últimos, activamente (por ejemplo, como suicidas) o como cómplices.
    Claro que, hay que decirlo, eso es así hasta ahora, pero seguramente va a cambiar, pues no hay razón alguna por la cual en cualquier momento no se nos pueda aparecer una mujer cometiendo uno de estos actos.
    Lo significativo aquí son dos cosas: la primera, que la reacción de las autoridades haya sido la de mandar condolencias, guardar un minuto de silencio, decir rezamos por ustedes, pero nada contundente para evitar que esto siga sucediendo. Como dice Friedman, si el asesino hubiera sido de otro país, ya estaríamos viendo reacciones muy fuertes.
    Y la segunda, que por más vueltas que se le da al asunto, sigue siendo un fenómeno incomprensible, tanto social como cultural y psicológicamente. Y esto es sin duda lo más aterrador.
    Escritora e investigadora en la UNAM
    Correo electrónico:  sarasef@prodigy.net.mx

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