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"Opinión"

"La muerte del hombre blanco"

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22/04/2017

    Jean Meyer

    A finales del año pasado cayó la noticia: la esperanza de vida de nuestros vecinos del Norte se fue a la baja en 2015, por primera vez desde el pico de la crisis de sida en 1993. Es lo que demuestra un informe de las autoridades de Salud publicado el 8 de diciembre de 2016 en Estados Unidos. Hoy día, EU ocupa el rango 31 entre 183 estados, lo que es algo positivo, con una esperanza de vida en promedio de 78.8 años; pero, si la mujer alcanza los 80.3 años, el hombre se queda en 75.3 años. México se sitúa en el sitio 46 de la fila, con una esperanza de 80 años para las mujeres y de 74 para los hombres. Rusia va atrás, muy lejos, en la posición 110, justo después de Corea del Norte: 73 años para las mujeres, ¡60 años para los hombres!
    En EU la mortalidad ligada al cáncer ha disminuido pero las patologías cardiovasculares y las diabetes ligadas a la obesidad aumentan, las drogas cobran unas 40 mil vidas al año, más que los accidentes (los cuales han subido 6.7 por ciento) y los suicidios (2.3 por ciento). La tasa de mortalidad subió 1.2 por ciento en 2015 y otra vez en 2016. Alcohol, drogas y suicidio golpean a los estadounidenses “blancos de escasa formación”, según el estudio (2015) de Angus Deaton, premio Nobel de economía: la mortalidad entre los blancos, en decline desde 1978, empezó a subir a partir del año 2000, por el abuso de alcohol y drogas y los suicidios entre “las poblaciones desfavorecidas” blancas. Algo que no ha ocurrido entre las poblaciones afroamericanas y latinas “desfavorecidas”, lo que significa que, si bien el desempleo puede ser un factor, no lo explica todo. El “New York Times” ha publicado en los últimos meses una serie de reportajes trágicos sobre los efectos del abuso de medicamentos que induce el consumo de drogas.
    A fines del mes pasado, el Presidente Trump creó una comisión para detener la “pandemia de heroína”, “una comisión que trabajará en la lucha contra la adicción a las drogas y la crisis de los opiáceos”. En Baltimore se estima que el 10 por ciento de la población está enganchada con medicamentos contra el dolor y la heroína (que viene de nuestro México).
    Rusia está peor y eso no es nuevo, viene desde lejos. Si el promedio de la esperanza de vida no rebasa los 70 años, la desigualdad muy grande entre hombres y mujeres hace que la población rusa está compuesta de 68 millones de hombres contra 78.5 millones de mujeres (en 2015). Entre baja natalidad y fuerte mortalidad, especialmente masculina, Rusia ha perdido casi un millón de habitantes al año en los últimos años. Un estudio publicado en la revista “Lancet” confirma que el alto consumo de vodka explica una mortalidad exagerada entre los hombres de menos de 55 años: 30 por ciento de las defunciones se deben directamente al alcohol.
    Según un estudio publicado por la OMS, el consumo anual de alcohol en Rusia es de 16 litros por persona, de modo que un ruso de cada cinco se muere por las consecuencias de tal consumo.
    “Las tasas de defunción de los rusos fluctuaron mucho en los últimos treinta años, según las variaciones de las restricciones sobre el alcohol y del clima social, bajo las presidencias de Gorbachov, Yeltsin y Putin. El elemento principal que guía tales fluctuaciones es el vodka” (Richard Peto, de la Universidad de Oxford, colaborador en el informe de la OMS). En tiempo de Gorbachov, los frenos diversos bajaron 25 por ciento el consumo, algo que disminuyó la mortalidad; a la caída de la URSS el consumo volvió a subir hasta que, en su segunda presidencia, Putin decidió encarecer la bebida y prohibir la publicidad: por desgracia, si el consumo del alcohol comprado en tienda bajó en una tercera parte, los santos bebedores recurren al samagon, alcohol hechizo y mortífero como nuestros chinguiritos hechizos.
    Dos grandes naciones, dos estados poderosos que retoman la carrera armamentista, la primera economía mundial, la potencia que pretende volver a su nivel de supergrande; y sus varones escogen el camino más rápido para morir. Algo anda mal.
    Investigador del CIDE.
    Correo electrónico:  jean.meyer@cide.edu

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