"La piel gruesa y los oídos abiertos"

Desde que comencé a escribir para Noroeste me han sucedido dos cosas. Una es gratificante y la otra es importante, pero no exactamente agradable.

 

Para empezar, aunque estoy muy agradecida por el apoyo que amigos y familiares me han demostrado al comentar positivamente sobre los temas que toco y la forma en la que lo hago, es inevitable pensar que su juicio está nublado porque me quieren; pero cuando te felicita un desconocido, una persona para la cual no significas nada, es cuando te percatas de que tu opinión ha tenido cierta influencia en otros. Te sientes escuchada. Te sientes increíble.

 

La otra situación a la que me refiero es el criticismo. La primera vez que recibí un comentario no muy agradable sobre algo que dije fue en mi segunda columna. Me dolió. Tenía menos de 14 días escribiendo para una audiencia en general y no estaba acostumbrada a que mis textos fueran desafiados. Porque una cosa es que lo hagan tus maestros y otra es que lo hagan cibernautas. Con el paso del tiempo he aprendido a tomar el criticismo constructivo y a utilizarlo para mejorar como periodista. Me interesa saber qué es lo que piensan mis lectores de mí. Pero al mismo tiempo ahora puedo distinguir entre una persona que no está de acuerdo conmigo, cosa que es completamente respetable, y una persona que no quiere criticarme, sino insultarme, y no en un nivel profesional, sino personal. Y eso no es aceptable.

 

Estoy segura de que todos nos hemos topado en algún punto de nuestra vida con gente que quiere darnos para abajo. Que disfruta de hacernos sentir mal. Sería muy cliché de mi parte decir que todo se resume a que nos tienen envidia. Las relaciones humanas son mucho más complejas que eso, y aunque es frecuente que aquellos que parecen odiarnos ven algo envidiable o amenazante en nosotros, no pretendo explicar qué los motiva a decir lo que dicen.

 

Tengo poco tiempo en el medio y todavía tengo mucho camino por recorrer, pero sé que no voy a llegar a ninguna parte si no tengo la piel más gruesa. Hay que tener humildad para reconocer los aspectos en los que podemos trabajar para ser mejores, pero también orgullo y dignidad para apreciar lo que hemos logrado.

 

Ahora, existe un concepto conocido como “discursos de odio”. Estoy muy familiarizada con está práctica porque paso una cantidad considerable de mi día en Internet, y tiendo a compartir mis pensamientos sobre cualquier cosa con quien sea. Eso me ha llevado a involucrarme en unas cuantas peleas en Youtube. Peleas sobre temas como racismo, feminismo, sexo, imagen corporal, salud, drogas y migración. La lista es larga. Aunque estas conversaciones, si es que así puedo llamarles porque parecen más bien guerras verbales, llegan a ser exhaustivas y dolorosas, porque dicen mucho sobre la humanidad y la forma en la que tratamos a otros, considero que son muy importantes.

 

Comunicarnos con personas que no piensan como nosotros es vital para la resolución de conflictos, pero también es muy valioso en un nivel personal. No sólo nos permite ver las cosas desde un punto de vista distinto, sino que también puede llegar a darnos nuevos argumentos para defendernos a nosotros mismos y a nuestros ideales.

 

Mi intención no es defender los discursos de odio. Andar por la vida insultando a otros no es equivalente a libertad de expresión, y quien diga que lo es únicamente está buscando una excusa para su comportamiento.

 

Pero para vivir en una sociedad que sea funcional e inteligente tenemos que permitir que todo tipo de mentalidades sean representadas (aunque no las respetes). Nos guste o no, así son las cosas.

 

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La autora es mazatleca, tiene 19 años y estudia periodismo en la Escuela Carlos Septién

alessandra_santamaria@hotmail.com

Twitter: Aless_SaLo