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"Opinión"

"La política de mentir"

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    Por buenas y poderosas razones vemos con preocupación los ataques que Trump endereza contra la prensa. Todo en ello es grave. Comenzó por no darle la palabra a los reporteros de algunas fuentes y terminó impidiéndoles la entrada a la Casa Blanca a esos mismos medios. Comenzó por hablar de las noticias falsas y acabó imponiendo los hechos alternativos. Esta semana dejará de asistir a la Cena Anual de Corresponsales. Pero si tuviera que escoger la característica más grave y a la vez más exitosa de Trump frente a los medios es que ha logrado poco a poco erosionar la credibilidad de los ciudadanos en lo que leen, ven y escuchan.
     
    Trump no ha enfrentado ni va a enfrentar a los medios opositores a través de cambios en la legislación o de órdenes ejecutivas. Su ocasional advertencia sobre la necesidad de revisar la primera enmienda difícilmente prosperaría. Desafía a los medios con una mejor estrategia que no requiere más que de su habilidad política y del gran micrófono a su disposición. Los desafía llamándolos mentirosos, el partido de oposición o el enemigo de los norteamericanos. Con ello ha logrado minar credibilidad. Por eso cambió de posición y ahora dice: “amo” la primera enmienda y también quiero ejercerla yo plenamente.
     
    La política de comunicación de Trump está diseñada para engañar o, al menos, desinformar. Pero, nos guste o no, va ganando la partida. Está fijando la conversación, la agenda y el debate público. Su primer triunfo es que todos los que votaron por él le sigan creyendo y estén convencidos de que los medios mienten porque no querían que Trump ganara la presidencia y, después de ganarla, siguen mintiendo para desacreditar al gobierno democráticamente electo. Logró, en otras palabras, que para sus simpatizantes las noticias verdaderas sean las que él comunica y las noticias falsas las que los medios difunden. 
     
    Su segundo triunfo es que entre los que no votaron por él se comienza a sembrar la duda sobre qué creer y qué no creer. Más de doscientos años de democracia en los que a veces gana su candidato preferido, pero a veces pierde les ha llevado a una cultura de respeto y credibilidad a la palabra del Presidente. Se puede estar de acuerdo o no con la política del mandatario en turno pero cuesta trabajo creer que el líder de la nación sea capaz de mentir abierta, decidida, descarada y sistemáticamente. La absoluta credibilidad de sus seguidores más las dudas de quienes no simpatizan con él hacen una masa crítica que le permite comunicar lo que le conviene.
     
    Su tercer triunfo es que los medios a los que ataca han caído en su cancha y en su trampa. En lugar de centrar la discusión en los asuntos que ellos consideran de relevancia nacional, los noticieros y la prensa están inmersos y repiten hasta el cansancio las propias mentiras o “noticias falsas” de Trump y reproducen sus tuits reforzando así sus dichos. En el fact checking importa no sólo la verdad sino la manera de presentarla. Según los teóricos de la comunicación ante una pieza de fake news lo menos recomendable es señalar: “Trump miente cuando dice que son pocos los beneficiarios del Obama care”. Se comienza por advertir que hay 22 millones de estadounidenses inscritos en ese sistema de salud, se les localiza, se les entrevista y después, en todo caso, se pregunta si a uno le parecen muchos o pocos.
     
    No dudo que los medios de comunicación en Estados Unidos se crecerán ante el reto que supone la amenaza de un Presidente dispuesto a mentir abiertamente pero además de hacer su trabajo con “la verdad” o con los “hechos”, también tienen que poner en el centro de la conversación pública lo que hay detrás de este embate: la molestia de Trump contra todo lo que signifique un obstáculo a su proyecto y su determinación para saltarlo al costo que sea. 
     
    El America First de Trump significa un gobierno sin las fastidiosas restricciones que imponen las instituciones y principios del liberalismo, entre ellos, la libertad de prensa y los derechos individuales. No es la primera vez que esto sucede. En 1975 el reporte de la Comisión Trilateral encargada de hacer un diagnóstico sobre la (in)gobernabilidad de la democracia situó al nuevo activismo en pro de los derechos y a la prensa como “excesos de la democracia”. Son precisamente estos dos principios los que están en la mira de Trump: la igualdad de derechos independientemente de la condición migratoria, raza o religión y la libertad de prensa. 
     
    A nadie nos gustan las restricciones, pero ellas son particularmente importantes para los gobernantes. El poder político requiere de límites para no volverse despótico. Por eso se inventaron los pesos y contrapesos entre los poderes y entre los órdenes de gobierno, por eso la prensa libre y por eso, también, los derechos individuales.
    Pues a Trump y su cuadrilla les molestan sobremanera las restricciones. 
     
    Particularmente las que provienen de la prensa y de los derechos individuales garantizados en los tratados internacionales. Está haciendo todo lo posible para hacerlos a un lado.  

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