@rodolfodiazf
Amar a los amigos es fácil, lo difícil es amar a los enemigos. Sin embargo, en esta última frase estriba la grandeza de las personas. Amar a los que nos aman es algo ordinario, pero amar a quienes nos persiguen, odian o desean nuestro mal es hacer algo extraordinario (Mt 5,43-48).
A todos nos complace compartir agradables momentos con los amigos. Sin amigos la vida se torna gris, oscura y carente de sentido. Los amigos son el sol que ilumina nuestro camino, bálsamo que suaviza cualquier aspereza y refrescante agua que sacia la sed del alma. “Sin un amigo -dijo San Agustín- nada resulta amable”.
Departir con los amigos es una experiencia totalmente placentera. Siempre se añorará tiempo para convivir con ellos, porque es un espacio tranquilo, alegre y reconfortante. “Pocas cosas hay que rejuvenezcan tanto como compartir unas buenas carcajadas con un viejo amigo”, señaló Robin S. Sharma.
Originalmente, la palabra enemigo significaba simplemente alguien que no era amigo, no necesariamente un contrincante. Con el tiempo, se otorgó a esta palabra la connotación de alguien que es hostil y del que hay que cuidarse.
Empero, tener enemigos no es sólo motivo de precaución y preocupación, sino también de regocijo y agradecimiento. La ventaja de tener enemigos estriba en que nos dan oportunidad de amarlos y, a la vez, son testimonio fehaciente de nuestra valía.
“Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien”, sentenció Baltasar Gracián.
¿Disfruto a los amigos? ¿Amo a mis enemigos? ¿Aprovecho y agradezco su presencia y existencia?
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