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"Opinión"

"Las rata$ al acecho"

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16/01/2018

    Joel Díaz Fonseca

    jdiaz@noroeste.com

     

    El oso, que estaba hibernando, refunfuñó desde el fondo de la cueva: “Por mí, hagan lo que quieran, yo lo que deseo es seguir durmiendo”.

     

    La lagartija, sin dejar de correr entre los matorrales y las piedras, dijo algo parecido: “Soy demasiado pequeña y débil como para hacerle frente a tantas ratas. Déjenme seguir mi camino”.

     

    Uno a uno, los animales del bosque, hasta los de gran tamaño y fuerza, tejieron un sinnúmero de excusas y argumentos para poner oídos sordos al llamado que se les hacía para impedir que las ratas (con elegantes trajes verdes, azules, rojos, amarillos, etc.) se convirtieran en dueñas de su destino.

     

    ¿No habrá por ahí alguien que les ponga un alto, alguien que impida que nos gobiernen?, maulló asustado el gato. Hasta el cazador de roedores por excelencia, el gato, temblaba tan solo de saber que las asquerosas y pestilentes depredadoras pudieran apropiarse del bosque y convertirlos en sus esclavos.

     

    Solo faltó que alguien gritara: ¿Y ahora quién podrá defendernos? Pero no, esa exclamación pertenece a un personaje de la ficción telenovelera, la amenaza de las ratas a los habitantes del bosque es real y no se ve en el horizonte a alguien que les pueda hacer frente.

     

    Pero dejemos de lado por un momento la realidad del bosque y sus huidizos habitantes, para retroceder en el tiempo, justo al momento en que miles de veracruzanos hicieron suya la campaña de el “Gato Morris”, quien fue lanzado como “candigato” a la Alcaldía de Xalapa, postulación a la que siguió la de otros “candigatos” a diversas alcaldías y cargos de elección popular, como arma para impedir el arribo al poder de muchas ratas de todos los colores.

     

    Los creadores del “Candigato Morris” explicaron muy claramente en su momento el sentido de su iniciativa, que identificaba a la clase política con otro animal, la rata. ¿El objetivo?, limpiar la política y el servicio público.

     

    En mi primer artículo en este diario, titulado “Entre gatos, ratas y patos”, abordé este tema, y debo reconocer que mi imaginario, que tal vez era y sigue siendo el de millones de mexicanos, topó con la frustrante realidad. Los malos son cada vez más y son más malos.

     

    Recuerdo que sugerí que los autores de esa iniciativa se habían quedado cortos. Que aprovechando el momento y las circunstancias sería oportuna la postulación de un Flautista de Hamelín como Procurador.

     

    “Imaginémoslo”, escribí el 8 de junio de 2013, “arrastrando tras de sí a ese mundo de ratas de que está infestado el servicio público, hasta arrojarlas al mar. Por supuesto que toda la fauna marina protestaría por la invasión de su hábitat por tantísimas ratas, pero en este caso alguien tiene que ceder…”.

     

    Retomemos ahora la narración del inicio de este artículo. Las ratas, pese a su horrible aspecto y su implacable voracidad, no son imbatibles, aunque chillen como marranos tratando de asustar a quienes estén dispuestos a cerrarles el paso.

     

    Lo que ocurre en el bosque es lo mismo que ocurre en nuestros municipios y en nuestro estado. Políticos reciclados, que en su paso por diversos cargos y puestos de elección popular dejaron una larga estela de corrupción y de abusos, se aprestan a salir de las coladeras en busca del voto ciudadano para las alcaldías y las diputaciones.

     

    Adalides del cinismo, le apuestan a la mala memoria de la sociedad, confiados en que no se recordarán sus atracos, confiados en que hay todavía muchos ciudadanos dispuestos a vender su voto por un lote, por un atado de láminas, y hasta por una torta.

     

    Si en su frustración, al final de su mandato, el Presidente José López Portillo gritó enojado: “¡Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear!”, ¿no podemos gritarles también nosotros a todos esos políticos que sin ningún asomo de vergüenza quieren pedirnos de nuevo el voto para seguir viviendo del erario, que no nos volverán a engañar?

     

    Tenemos la suficiente estatura física y moral para impedirles el paso a todos esos políticos sinvergüenzas que se creen inmaculados, que creen que robar es sinónimo de servicio a la sociedad.

     

    Los partidos políticos que les abran las puertas y los abanderen tendrán que explicarnos por qué sus corruptelas, sus latrocinios y su enriquecimiento tan ilícito como inexplicable no son un impedimento para postularlos.

     

     

    Si aún sabiendo que abusaron del cargo, que robaron a sus gobernados, que pisotearon la ley, deciden hacerlos sus candidatos, estarán delimitando claramente de qué lado están. Por supuesto que no del lado de la sociedad.

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