Editorial
En estos tristes tiempos, cuando un terrorista puede acabar con cientos de vidas en unos minutos, prácticamente en vivo y a través de las redes sociales, vale la pena preguntarse las razones del odio.
Ayer fue abatido Younes Abouyaaqoub, el joven de 22 años que conducía la camioneta utilizada en el atentado de Las Ramblas de Barcelona.
El joven fue cazado por todas las corporaciones españolas, por cada par de ojos de los ciudadanos, hasta que fue descubierto y abatido a tiros mientras gritaba la consabida frase de todos los extremistas a punto de morir: Alá es grande; claro, lo hizo en árabe para estar más acorde a la ocasión: Al lahu akbar.
Entender por qué un joven de esta edad decidió matar a personas a los que nunca había visto antes es tan desconcertante como descubrir que Younes era un joven estudioso, serio y trabajador, el ejemplo que utilizaban los padres para motivar a los jóvenes de su comunidad, Ripoll; una ciudad catalana, a la que había llegado de niño emigrante.
Se acusa a un imán, su líder religioso, de “lavarles el cerebro”, de “radicalizarlos”, para convencerlo a él, y a los otros participantes, de realizar una masacre.
Pero aún así hay razones, razones históricas, que se repiten en cada generación árabe y que tienen que ver con siglos de opresión, de dictadores, de colonias, de miseria y más miseria, de sentirse mendigos en un mundo donde han sido desplazados, asesinados y robados, una y otra vez.
Es hora de pensar en cómo resolver los problemas de países como Siria, Irak, Afganistán, en lugar de largos discursos donde se habla de acabar con el terrorismo, de aplastar a los extremistas.
En lugar de odio es hora de llevar pan y progreso a ese mundo que parece una fábrica de amargura desde hace siglos.
Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.
