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"OPINIÓN"

"Lo que se ve, no se pregunta..."

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    Eran muchos los signos que me hacían pensar que en México el pudor estaba en crisis, pero con lo que he vivido durante las últimas dos semanas, ya no me queda ninguna duda: en nuestro País se acabó el recato, la discreción, el sentido común.

    ¿Qué persona cuerda puede preguntarte delante de tu suegra: “Qué te parece la sazón de Juanita”, cuando todos los comensales tienen la lengua escaldada debido a que la santa señora se fue de paso con la sal? ¿A quién, medianamente sensato, se le ocurriría preguntar con tu esposa al lado: “Y qué hay de aquella novia que tuviste en la preparatoria, la has vuelto a ver”? ¿A quién, que no tenga por oficio el sacerdocio, le pasa por la cabeza preguntarte frente a tus hijos: “ya no te pinchan las ganas de cometer aquellos pecadillos que cometías de jovencito”? Y lo mismo aplica para otras muchas cuestiones como las fobias y filias reprimidas, la épica ocasión que interrumpiste cuatro veces una reunión porque estabas verde de diarrea, el día que rompiste un adorno en casa de tu jefe, cuando te sonó el celular en medio de la ceremonia de graduación... ¿Qué gana quien pregunta este tipo de cuestiones? ¿Dejar en claro que uno es un monstruo impresentable? ¿Sepultar nuestra vida social?

    Traigo este asunto a cuento, porque en las últimas dos semanas, pasan de diez las personas que me han preguntado por quién voy a votar. ¿Acaso se le olvida a la gente que el-voto-es-libre-y-secreto? Lo peor es que la incomodísima pregunta surge cuando, mínimo, hay más de siete pares de ojos escudriñándome con el mismo interés que el lobo veía a Caperucita antes de hacer el primer intento por hincarle el diente.

    Se sientan defraudados o aliviados, he llegado a creer que el afán de algunos de saber por quién voy a votar, genera mucho más morbo que conocer los primeros pensamientos que llegaron a la cabeza de Vicente Fernández cuando vio al “Potrillo” haciendo “duck face” en un antro gay o dar con la receta que siguen las comentaristas de deportes para que en esta época de frío no se les congele la mitad del cuerpo con tanto silicón que llevan puesto.

    ¿Debo seguir resistiéndome a responder clara y taxativamente por quién voy a votar? ¿Tiene alguna utilidad mantener mi secreto? Si no quiero ser el monstruo de la laguna verde en algunos de los espacios donde interactúo, creo que lo más cuerdo es continuar con mi estrategia de mantener oculta mi preferencia electoral, aunque como dijo Juan Gabriel, “lo que se ve, no se pregunta”.

    Mi estrategia es muy funcional y eficaz. Para no fallar, la utilizo casi del mismo modo que Sócrates la empleaba hace más de dos mil años. Me explico.

    Cada vez que la charla se está orientando hacia el tema de la política, sé que llegará a mis oídos el incomodísimo cuestionamiento, así que me adelanto preparando una pregunta que me servirá de respuesta. Creo que ya tengo una especie de plantilla mental. Por ejemplo, si alguien me pregunta: “¿Vas a votar por Meade?”, de inmediato contesto: ¿Quieres votar por el PRI? Mi pregunta-respuesta, además de que me permite obtener un primer sí de quien me interroga, me da tregua para atender su próxima intentona que, por lo regular, se acompaña de un preámbulo que presenta a Meade como un funcionario público muy inteligente, capaz y con amplia experiencia; por lo regular, el preámbulo cierra con un: “En realidad él no es un priista; el PRI está aprovechándolo, por eso lo puso. ¿No te parece el mejor candidato de todos?” Fiel a mi método respondo con otra pregunta: “Si a Meade lo puso el PRI, entonces, ¿cómo puede ser que simpatice con el priismo? En esta ocasión el “sí”, cambia por un “Mmmmm... pues sí”. El nuevo respiro dura poco, porque rápidamente llega el contraataque: “Yo votaré por la persona, no por el PRI; ¿no es lo mismo verdad?”. De nuevo, sin salirme del guión socrático, vuelvo a contestar preguntando: “¿Entonces por qué Meade dice que dará continuidad al proyecto de Peña Nieto?

    Usar a Peña Nieto como de cortina de humo me da una ligera esperanza de que el interrogatorio concluya ahí, ya que mi interlocutor podría quedarse atorado refunfuñando contra el Presidente. Cuando esta salida falla, hago de tripas corazón y me preparo para el par de preguntas que darán el palo definitivo al tema: “Entonces votarás por El Peje, ¿verdad?” y “¿No te da miedo?” (Margarita Zavala no sale en la conversación, “El Bronco” a veces asoma, “Ricardo Anaya ha sonado en dos ocasiones” y Pedro Ferriz, ¿Pedro Ferriz? ¿Quién es Pedro Ferriz?). 

    A la primera pregunta contesto: “¿Vale la pena intentar cambiar las cosas, tal como lo intentamos cuando Fox llegó a la Presidencia?” A la segunda, respondo: ¿No te dan miedo los priistas que nos han gobernado?”.

    A estas alturas, la cara de quienes escuchan la conversación pasa de la expectación, al asombro, para terminar en una mueca de decepción producto de confirmar algo que sospechaban antes del interrogatorio.

    Más allá de darle gusto a nadie, al momento, mi clara y abierta simpatía hacia el Peje es con su tenacidad para no quitar el dedo del renglón en aquellos temas que no se han podido resolver, y que como sociedad nos afectan, duelen e indignan. Su perseverancia, es la obstinación que tendría cualquier ciudadano y político concernido, y que recoge de manera inmejorable Silvio Rodríguez en su canción “El necio” (mala suerte la mía, ya que hace 20 años que la escucho como “mi canción”, y ahora será conocida como el himno del Peje).

    Visto de esta manera, no me parece un ideal mesiánico, ni una idea absurda, ridícula o trasnochada, aspirar a vivir en un “Estado democrático y de derecho”, que la “honestidad sea una forma de vida”, “Rescatar al campo” (piense en los miles de indígenas que viven en condiciones de esclavitud en los campos y los muchos agricultores que se van de mojados), “Atender la crisis energética” (si no pregúntele a los ciudadanos que echan gasolina una vez por semana, a los transportistas, las empresas que pagan sumas astronómicas por la luz, etc.), que el Estado se encargue de veras en “promover el desarrollo económico” y deje de obstaculizarlo, garantizar a nuestros jóvenes “trabajo y escuela”, dignificar la vida de los adultos mayores a través de una “mejor pensión”, garantizar la “Educación gratuita en todos los niveles” y armar una estrategia efectiva para “combatir la inseguridad”.

    Ninguna de esas ideas y exigencias me parece un disparate. Por el contrario, no atender y resolver inmediatamente dichos asuntos, además de inmoral e inhumano, sería renunciar a vivir en una sociedad justa, pacífica y democrática.

    No son los ideales del Peje los que me preocupan, ya que “lo que se ve, no se pregunta”. Lo preocupante es que, si acaso lo dejaran ganar, seguramente no contará con la maquinaria de Gobierno para hacerlos realidad. En cambio, Meade deberá renunciar a sus ideales para dar paso a esos que la maquinaria priista volverá a entronizar para buscar mantenerse en el gobierno otros 70 años. Renuncia y futuro que Meade sabe, porque “lo que se ve, no se pregunta”.

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