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"Malecón de Mazatlán"

"Morir en Sinaloa"

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MALECÓN
25/05/2017

    Matar se ha convertido en una forma de vida en Sinaloa.

    Matar es tan barato, tan fácil que cualquiera se anima a deshacerse de todo aquel que interfiere en sus negocios, su vida, su forma de pensar.

    Matar es fácil cuando no hay castigo, cuando la impunidad es la ley.

    ¿Pagarán los asesinos del periodista Javier Valdez? ¿Pagarán los que mataron al abogado mazatleco Miguel Ángel Sánchez Morán?

    ¿Pagarán los responsables de la muerte del director del Issste en Mazatlán, Miguel Ángel Camacho Zamudio?

    ¿Sabremos algún día quién les arrebató la vida a los maestros asesinados en la sierra de Concordia?

    La mayoría de los sinaloenses sabemos que los asesinos jamás pagarán por sus acciones en Sinaloa, simplemente porque la muerte de un periodista, un abogado, un médico y tres profesores es la muestra de una descomposición mucho más grande, de años de corrupción, de décadas de incubar y dejar crecer a la delincuencia organizada.

    Si alguna vez hablábamos de la necesidad de impedir que el crimen organizado cruzara una línea de no retorno, donde su poder fuera más grande que el del Estado, esa discusión ha quedado desfasada.

    La línea de no retorno ha quedado atrás.

     

    Muerte en un camellón

    La muerte no descansa en Sinaloa, todavía no terminan las marchas de periodistas para recordar el asesinato de sus compañeros, cuando los abogados salen a las calles a descargar su coraje por la muerte de sus colegas.

    Y en medio del dolor que no conoce profesiones ni trayectorias, ayer cayó muerto el director del Issste de Mazatlán, Miguel Ángel Camacho Zamudio.

    Lo mataron cuando realizaba una de las tareas más comunes en el mundo: caminar rumbo al trabajo.

    Los testigos describen el asesinato con el ánimo de la costumbre, como si oír y ver asesinatos también fuera una profesión.

    Aseguran que el médico cruzaba el camellón rumbo a la clínica cuando el asesino que lo venía siguiendo le disparó desde un automóvil, sin siquiera bajarse del auto, a plena luz del día, sin temor a que lo vieran. Después de matar siguió su camino, despacio, sin prisas.

    Seguramente volverá a matar.

     

    ¿Dónde está la solución?

    Alguien tiene que arreglar este desastre y parece que ni el Gobernador Quirino Ordaz Coppel, ni el Presidente Enrique Peña Nieto tienen soluciones para la violencia que desangra a Sinaloa y al resto de México.

    Durante años nos han ofrecido la misma fórmula en aras de resolver un problema que cada día parece más grave: más policías, más soldados, más gasto en seguridad.

    Y después de décadas de sangre, robos, secuestros y extorsiones viene el nuevo Gobernador a decir que ni patrullas tienen, que los policías no son suficientes, que necesita más militares, lo que pronto se traducirá en más gasto, aunque la sangre siga corriendo por las calles sin parar.

    Lo que verdaderamente hace falta y sería realmente revolucionario sería que nuestros gobernantes salieran un día a reconocer que sus estrategias son un verdadero desastre, que no tienen soluciones, que están dispuestos a escuchar a la ciudadanía, implementar nuevas estrategias, comenzar una nueva vida como País.

     

    Un País en coma

    Cuando no hay esperanza ni soluciones fáciles lo mejor es escuchar, debatir, experimentar nuevas formas.

    Hace tiempo que la clase política de nuestro País ya demostró que no puede resolver nuestros problemas de inseguridad y no hablamos solo de Sinaloa, un estado con un largo historial de violencia.

    No, el Estado de México es un verdadero cementerio, aún y cuando es la zona donde se han inyectado más recursos en los últimos años, debido a que es el origen del grupo en el poder en México.

    Michoacán y Guerrero arden en violencia; la dinámica zona de la Laguna, en Coahuila, vive una guerra en las calles; Veracruz es la nueva sucursal del infierno y Tamaulipas hace mucho que compite por tener más muertos que cualquier parte del mundo.

    No podemos culpar a nuestras autoridades de todos los males que nos afectan, pero sí les podemos pedir que se hagan a un lado si no pueden resolver el problema.

     

    La esperanza

    La solución de nuestros problemas no pasa por un político, ni siquiera por un partido nuevo o una ideología salvadora, la única solución la tiene la ciudadanía, sí, esa que durante años ha sido desactivada por los mismos partidos, para que no impida el saqueo.

    Las respuestas son complejas, no hay soluciones fáciles, pero las posibilidades son infinitas: podemos refundar el País, debatir hasta el cansancio, si es necesario, si debemos despenalizar las drogas; hacer nuevas leyes contra la corrupción, castigar o perdonar a los ladrones, pero impedir que siga pasando. Podemos cambiar las reglas una y otra vez hasta que vivamos en un País más justo, más igualitario.

    Lo único que no podemos es seguir dormidos, esperando a que nos maten.

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